domingo, 30 de mayo de 2010

El autor invitado I


En septiembre del año pasado tropecé con LibraryThing, "un hogar para tus libros", y me apunté con el nick de Serventesio. A los pocos días, entendí que nunca iba a usar esa red social donde se comparten gustos y recomendaciones de libros y escribí un post entre cómico y metafísico sobre el etiquetado y los bots, titulado "La araña". De entonces a ahora, la popularidad de estas redes sociales ha aumentado y hasta hay una iniciativa absolutamente española, Entrelectores, que cuenta con el apoyo de varios adelantados de la transición digital de la Península. También me apunté allí, con los mismos resultados de inactividad de mi parte. Hay otras alternativas como, por ejemplo, Shelfari o Bookarmy, pero ya me he resignado a que el formato no me va.

Y como no puedo predicar sobre lo que no hago, le he pedido a varios amigos que relaten su experiencia en este blog. 


María Cardona Serra, editora de libros infantiles y juveniles, estrena hoy la columna del autor invitado y cuenta por qué usa aNobii tanto como herramienta de trabajo como por diversión.


ORGANIZAR Y COMPARTIR LECTURAS

No hace mucho, poco menos de un año, descubrí las redes sociales de libros y lecturas. Llegué a Goodreads gracias a una muy buena editora y amiga; ella me comentó que organizaba así sus lecturas y que era una manera fácil para recomendarse libros entre amigos. La verdad es que soy algo caótica e impulsiva, me cuesta recordar los libros que voy leyendo ya que no sigo ningún orden (lo confieso), sino que leo un libro según el momento del día, mi estado de ánimo o cualquier otra razón que puede parecer inexplicable. Por ello pensé que sería una manera fácil de ir listando los libros que he leído, los estoy leyendo y, aun más importante, los que quiero leer. De hecho, estos últimos los iba anotando en hojas sueltas, libretas varias, mensajes de móvil y, cuando tuve un iPhone, en la app Notas, y pensé que sería una buena solución.
Entonces me hice una cuenta en Goodreads y dediqué unas cuantas horas a pensar (e introducir) los libros leídos, el que estaba leyendo y los que quería leer. Además llegué a muy buenas lecturas a través, sobre todo, de mi amiga. Aun así, eché en falta muchos libros en catalán y castellano, aunque (llámenme perezosa) sabía que había un formulario para incluir los que no estaban en la base de datos de Goodreads. Tampoco tenía muchos amigos en la red social y veía que no acababa de exprimirle todo su potencial. Al final, entre una cosa y otra, dejé de entrar y de introducir los libros que iba leyendo…
Un día, otro editor, compañero de trabajo, me preguntó si conocía aNobii. Estuvimos hablando de mi experiencia con Goodreads y de la suya con aNobii y me explicó que era lo mismo, pero que éste último te permitía pasar toda la información de tu estantería a un Excel (que te mandaban por e-mail) y que, además, con la aplicación del iPhone (1,59€) podías escanear los códigos de barra de los libros y añadirlos automáticamente a la base de datos de la red y a tu estantería. Estas dos razones me convencieron de inmediato y minutos después era una usuaria más de aNobii, dejando de lado Goodreads (a pesar de perderme los interesantísimos listados de mi amiga editora). De hecho, volví a introducir todos los libros leídos (recuerdos de infancia, preferidos, y los que podía recordar del año anterior), pero no me importó porque con la aplicación del iPhone escaneé los que tenía físicamente en mi estantería offline y fui pasándolos con poco esfuerzo a mi estantería virtual en aNobii. Otro punto a favor fue ver que esta red social contaba con muchos más libros en catalán y castellano que Goodreads y unos pocos amigos más. Desde entonces soy usuaria, feliz, de aNobii; aunque también es cierto que puedo estar semanas sin actualizar mi estantería y después, de repente, un sábado listo/escaneo los que me he leído esas semanas y los que quiero leer, que sigo apuntando aquí y allá caóticamente.
Creo que cada persona debe tener claro qué busca y qué quiere de este tipo de red social para darse cuenta de su potencial y su gracia, y, a partir de ese objetivo, utilizarla a su manera. Mis amigos de aNobii son gente que conozco, que sé qué lee y de quienes me interesan sus lecturas; también tengo vecinos, gente que no conozco pero que cuentan con una estantería interesante. Sin embargo, para mí, la gracia de aNobii es que, de una vez por todas, he conseguido tener más o menos organizadas mis lecturas y, cuando quiera, ¡aNobii me mandará un Excel con toda esa información!


(c) Maria Cardona Serra
http://menorcadiario.net/blogs/mariacardona/

jueves, 27 de mayo de 2010

Poéticas de la araña


Nick Asbury, que se dedica a la publicidad y es un amante del idioma, notó hace ya tiempo que, en materia de creación de marca, las palabras habían sustituido al color y al diseño gráfico en las obsesiones corporativas. Convengamos en que las gamas del azul institucional ofrecen una paleta reducida y que el color del espectro solar da pocas alternativas lo bastante universales, atractivas y serias como para la diferenciación de marcas. Así, un banco y un fabricante de hardware terminan compartiendo el mismo rojo. Asbury inició un viaje por las páginas en las que las empresas se definen a sí mismas ante sus clientes y quedó muy sorprendido al ver que la lista de las más usadas y repetidas no excedía el número de colores del espectro.

Global.
Visión.
Estrategia.
Pasión.
Equipo.
Compromiso.
Resultados.

En cualquier manual de SEO, estas palabras también aparecerán como las más deseables, porque son las que excitan a las arañas y, si las arañas están excitadas, segregan hilos a los que resultan sensibles los motores de búsqueda. Los textos que leemos en las páginas comerciales de la Red configuran una literatura sujeta a sutiles presiones comerciales, una literatura optimizada para esos espías incrustados por los buscadores en el sistema lingüístico, una literatura oprimida que pierde relevancia para el lector humano.
Nick Asbury, entonces, trató de descomprimirla. Visitó desde las páginas de Halliburton hasta las de lastminute.com, miró las palabras, las mezcló, las embarulló, les dio un nuevo orden y creó su libro de poemas "encontrados" al que tituló Corpoetics. Considera esta actividad poética, que lo emparenta sutilmente con Ezra Pound, T. S. Eliot e incluso con William Burroughs, una "forma perversa de Soduku".

El limerick que surgió de las páginas corporativas de la afamada Goldman Sachs, además de un homenaje a Edward Lear, es una prueba de que las palabras detrás de las que uno pretende esconderse terminan por dejarlo en evidencia. Solo es cuestión de ponerlas en otro orden para que vuelvan a brillar con candor implacable:

You wish to submit a concern?
A concern regarding the firm?
Who are you? Are you new?
You will learn who is who
You will learn to submit to the firm.

El libro se vende online por 5 libras y toda la recaudación es a beneficio del National Literacy Trust de Reino Unido. Para ver otros poemas surgidos de las palabras escritas para la araña, ir aquí.

lunes, 24 de mayo de 2010

Djuna Barnes y la chipoteca


Dos lecturas del día de hoy me decidieron a reproducir en este blog el texto de una ponencia que leí el año 2002 en la Residencia de Estudiantes de Madrid, en el marco de unas jornadas sobre libro electrónico organizadas por José Antonio Millán. Por un lado, el post de Jordi Mustieles en el blog de Soybits, "De plataformas digitales". Mustieles hace un llamado a recordar los fracasos del 2001-2002 (veintinueve.com) para no repetir los errores que retrasaron el cambio de paradigma de la industria del libro casi una década. Por otro, un tweet de J. S. Montfort, que dice así: "Demasiado debate sobre el futuro del libro; pero yo tengo la sensación de que nadie tiene ni la más remota idea cabal al respecto". Le doy gran parte de razón.

Ese futuro tiene una prehistoria, que estamos haciendo en estos días y seguiremos haciendo en los mismos términos si renunciamos a la memoria. Por entonces, por el 2001, mi puesto de trabajo en BroadEbooks, la única experiencia independiente de distribución de libros digitales que competía con la de Planeta, llevaba el título rimbombante de "Asesora Estratégica de Contenidos". Lo que en la práctica significaba que debía convencer a los editores españoles de que se atrevieran a distribuir digitalmente sus catálogos con nosotros y lanzaran algún título original en formato e-book. No lo logré. Mis compañeros de aventura eran, todos ellos, desplazados de otro sueño digital perdido: el departamento de multimedia de Anaya y los alegres años 90 del cd-rom. Esto último viene a cuento porque el entusiasmo por los app-books (iPad mediante) o "libros enriquecidos" nos está haciendo caer en un adamismo peligroso.

La mayoría de los actores del relato que sigue ya son cadáver o lo eran incluso entonces. Sirven de memento mori a nuestras vanidades de hoy, que son las mismas de ayer. Otros, continúan firmes en sus puestos: el DRM, esa penalización del lector que los editores reunidos en Libranda quieren volver a imponer; el lenguaje XML, que ningún editor del ámbito hispánico ha adoptado en las cadenas de producción de valor de sus empresas; y el formato PDF, cuya increíble supervivencia se debe a la longevidad de las dos condiciones anteriores: editores obsesionados por el control de los contenidos (vía DRM) y perezosos a la hora de las inversiones experimentales (resistencia a cambiar radicalmente el proceso editorial). Si hacemos un buen mix de los muertos que quedaron en el camino y de las obcecaciones que persisten, escondidas detrás de un grado de sofisticación mayor, quizás podremos ver con horror un futuro cercano en el que estaremos, una vez más, escribiendo epitafios.

Aquí va el texto, que también se puede encontrar en ArchivoVirtual:

jueves, 20 de mayo de 2010

¿Cómo se toma la decisión de editar?


Dedico este post a mi buen amigo Carlos Macchi y a @libreriaverso

Una buena nariz humana es capaz de distinguir 10 mil olores diferentes. Para conservar su trabajo en una editorial grande, al editor con olfato le basta con distinguir una docena de éxitos al año y dos "best-seller internacionales". En las editoriales pequeñas, en cambio, el sentido que se impone es el del gusto: imponer tu gusto a un grupo de lectores. Para que una editorial pequeña subsista es importante que el gusto esté afinado con las modas del momento y, al mismo tiempo, conserve cierto halo de unicidad. Más o menos como les pasa a los restaurantes: ahora que se puede comer espuma en cualquier maldito cóctel de inauguración, el Bulli cierra sus puertas sine die.

El sentido del olfato, con todo y ser el mayor de los sentidos en el momento de nuestro nacimiento, se va amoldando al entorno que le impongamos. ¿Quién, entre los urbanitas, es capaz de distinguir el olor del brezo? Así y todo, hay olores más universales como, por ejemplo, el de la cebolla dorándose en aceite antes de echarse en la tortilla, capaz de poner a mil la mielina que recubre nuestro sistema nervioso, sin importar edad ni lugar de residencia. El olfato puede ser objeto de reeducación: basta ver el éxito de la aromaterapia. Los aromaterapeutas del mundo editorial son los agentes literarios, que pasan bajo nuestras narices distintas esencias a ver si despertamos de una vez y firmamos el contrato. Como buenos terapeutas, no muestran todo, sino aquello que piensan necesario para nuestro bien común. El del agente y su cliente el autor, y el del editor; a veces a partes iguales. No siempre.

En las editoriales grandes, el editor con olfato debe someterse a un complejo proceso que, en su símil biológico, va del hipotálamo (él) a la corteza cerebral (la organización), donde se transforma en conciencia (decisión de editar). Esto es, el editor con olfato debe ser un buen comunicador interno y convencer a una larga cadena de directivos (todos ellos pacientes de sinusitis y, en los peores casos, de anosmia) de que han olido el mismo aroma que él. Algunos de los aromas que funcionan en este ámbito son: mediático; absorbente; se-lee-de-un-tirón; masivo; cautivante y algunos traídos de otras orillas: blockbuster; larger-than-life; thrilling; etc. Es tal la especialización que le exige este trasiego al editor con olfato que, tomada la decisión, ya no le quedan fuerzas ni coraje para editar el original, al que seguimos llamando manuscrito aunque lo leamos en pantalla. Si logra imponer un aroma, uno que ya no le da trabajo ni con los directivos ni con los lectores como, por ejemplo, el aroma Arturo-Pérez-Reverte, y el autor y su agente firman con otra editorial, es posible que el editor con olfato sufra un colapso y la subsiguiente pérdida temporaria de facultades.

Convengamos en que este proceso de decisión, aunque ha dado sus frutos, es lo bastante esotérico como para que nadie entienda nada de lo que pasa. También resulta muy gravoso, por su misma naturaleza enigmática: prueba de ello son los almacenes repletos de libros sin vender, cuyo coste pagan los lectores en cada nuevo ejemplar de un nuevo título que compran en su librería habitual, si es que ésta no ha cerrado sus puertas aplastada por la lógica olfativa y la superproducción inherente.

La aparición de los libros digitales no ha cambiado, todavía, este funcionamiento complejo, inefable, secreto e ineficiente. Libranda, por ejemplo, se propone cobrarle al lector toda esta cadena de "valor" y lo hará sin sonrojos. A menos que surjan otros jugadores que inauguren un nuevo juego.

El 17 de mayo último, sin embargo, sucedió algo que promete poner en funcionamiento otro grupo de neuronas de la industria editorial. J. A. Konrath, un escritor de thrillers en quien nadie se fijaba, firmó el primer contrato de edición de la flamante editorial AmazonEncore. AmazonEncore no es Google Editions, pero puede resultar igualmente disruptiva.

UN MODELO DE NEGOCIO, NO UN LISTADO DE CLIENTES

Cuando Amazon, con la ciega pero activa complicidad de las grandes editoriales, ya había dejado en la lona a un número suficiente de librerías como para que todo el ecosistema tradicional del libro se pusiera a temblar, el 14 de noviembre de 2005, propuso a sus clientes un juego inocente: que etiquetasen y valorasen los libros que compraban en su tienda online. Y los lectores se lanzaron a esta aventura como locos. Era tal actividad etiquetadora que mereció reflexiones en todos los grandes periódicos, aparte de los ensayos académicos y sesudos que resucitaban las folcsonomías de Émile Durkheim. Uno se preguntaba, con ellos, a qué se debía esta anomalía: cientos de miles de personas, otrora considerados clientes, dedicadas a trabajar, sin compensación económica, para su proveedor.

Que las empresas tercerisen el trabajo en sus clientes es una práctica a la que Ikea, la gran multinacional sueca de arredamenti y decoración, nos acostumbró a cambio de precios accesibles. Tal vez, los lectores que compraban en Amazon estaban tan agradecidos por los descuentos que no les importaba tomarse el trabajo extra de dejar huellas mucho más imborrables que las de Pulgarcito en las bases de datos de su proveedor. También se debe reconocer que, como contraprestación por el etiquetado, la empresa facilitaba el proceso de compra. En un mundo de demasiados libros, los algoritmos de Amazon podían guiar con recomendaciones basadas no solo en las compras anteriores sino en el juicio posventa.

Sin embargo, había otro elemento importante para desatar la compulsión: Amazon no solo era más barata que ninguna otra librería y daba un servicio excelente; además,  tenía la cortesía de invitarlos a opinar. La práctica de comentar y recomendar libros es muy antigua. Sobre esta necesidad arraigada de compartir la experiencia íntima de la lectura se montó la "experiencia Amazon", con el incentivo extra de que esa opinión pasaba a ser, por necesidad del medio, palabra escrita, con todas las connotaciones de autoridad que todavía conserva entre la población alfabetizada. La delegación de poder en el comprador era casi total.

También lo fue el control de información de usuario al que llegó Amazon. Ningún editor, ni grande ni pequeño, estaba en posesión de un tesoro semejante. En realidad, los editores siguen sin saber nada sobre el consumidor final, conocido también como lector.

Casi exactamente dos años después de proponer el exitoso juego de las etiquetas, Amazon lanzó al mercado la primera versión de Kindle, el 19 de noviembre de 2007. Empezó con 88.000 títulos que se han ido incrementando hasta llegar, en abril de este año, a medio millón. Y ya no fue una cuestión de etiquetas, valoraciones y reseñas aficionadas: con Kindle, Amazon puede saber en qué lugar de uno de sus e-books un lector se aburrió y abandonó el libro. ¿Cuánto pagaría un editor por acceder a esa información? Fue entonces cuando las editoriales grandes empezaron a preocuparse, pero era demasiado tarde. Quienes preferían seguir con vendas en los ojos se burlaban del éxito de Kindle hasta hace muy poco: finalmente, argumentaban, los best-seller de Kindle son todos títulos gratuitos. Las estrategias disruptivas se caracterizan por provocar juicios equivocados en quienes dominan el mercado que ellas vienen a poner patas arriba. A esa confusión contribuyeron los de las vendas en los ojos con la afirmación de que Amazon regalaba tantísimos títulos para Kindle porque su negocio pasaba por vender el cacharro.

No. El negocio en el que Amazon planeaba entrar con pie firme y una ventaja competitiva asimétrica era el negocio editorial. ¿Cuánto vale un archivo de contenidos comparado con la información sobre gustos, costumbres, placeres y desdichas de un lector? Nada. El misterio de Kindle y sus best-sellers gratuitos quedó desvelado el pasado martes, con el anuncio oficial de que Encore publicará una primera obra original, el thriller de J. A. Konrath cuyo título, Shaken, es todo un comentario sobre la conmoción que causará en los cimientos de una industria todavía poderosa pero maltrecha.

Amazon, en su calidad de editorial, seguirá el mismo proceso que cualquier hijo de vecino: firmará un contrato, pagará un anticipo, pondrá un editor a trabajar en la obra, la maquetará, la dará a los correctores, la subirá a Kindle para el e-book y la mandará a imprenta para la edición en rústica, que distribuirá también por los canales tradicionales. Sólo se diferenciará en dos cosas:
  • la edición digital saldrá siempre 4 meses antes que la de papel;
    • la enorme "comunidad" Amazon, compuesta por esos lectores que ponen etiquetas, tendrá participación directa en la toma de decisión de qué títulos editar.
    En comentario sobre por qué había firmado con Amazon y no con un editor tradicional, Konrath escribió en su blog que los editores tradicionales habían tenido la oportunidad de considerar su libro el año pasado y lo habían rechazado. Pero también, que firmó con Amazon porque es "es la única empresa que puede mandarle un e-mail a cada una de las personas que compró mis anteriores libros, y a millones de clientes potenciales." 


    Y es cierto que nadie más puede hacerlo. Quienes no son Amazon, tal vez intenten asociarse con Neil Gaiman y su base de datos llamada LibraryThing, aunque dudo que sea una negociación fácil. En cuanto a España, habría que plantearse muy seriamente por qué el gurú de las redes sociales, Javier Celaya, está impulsando con tanto ahínco Entrelectores, esa comunidad de recomendación de libros que no termina de arrancar. Cuando las cosas se pongan al rojo vivo, que no será mañana ni pasado, Entrelectores podría tener un valor estratégico casi impensable hoy.

    En este futuro en bruto que nos toca vivir en el mundo editorial, está claro que harán falta saberes más peligrosos que los transmitidos por el sentido del olfato para tomar la decisión de editar.


    lunes, 17 de mayo de 2010

    Promesas incumplidas

    Nunca debí titular el post de ayer Quince preguntas , porque es tan evidente que me dejé dos en el tintero de oscurecer píxeles que da para la vergüenza ajena.

    Corrijo, entonces, mi precipitación al darle al botón de "publicar entrada" y les entrego las preguntas 8. y 9., que son las que faltan.

    8. El crecimiento de las ventas de e-books, ¿cambia de alguna manera sustancial el pensamiento de agentes y editores, que hasta ahora vieron como una ventaja dividir los derechos por territorio dentro de una misma lengua?
    No parece ser la tendencia, por el momento. Y menos en España, aunque sin motivos económicos reales, como sí existen en el caso del inglés, idioma que mantiene enfrentadas y cada cual en su aprisco a las poderosas industrias del Reino Unido y Estados Unidos. El caso del español es más flagrante porque la concentración editorial operada en los años 80 y 90 ha hecho que las industrias editoriales autóctonas de América latina pinten poco y nada, incluso en materia de derechos tradicionales para libros de papel. Recomiendo, en este punto, echar un vistazo a los comentarios aparecidos en Libros y bitios, para una discusión extensa del tema.

    9. ¿Qué progresos están haciendo los editores tradicionales hacia un cambio radical de sus flujos de trabajo  que permitan pensar primero en el libro digital y después en su versión papel?
    La respuesta es que, en España, ninguno. Y aquí, en Argentina, ni siquiera se trabaja con CTP de manera regular. La conversión de los fondos a lenguaje XML, el que mejor permite la comercialización multisoporte, resulta demasiado cara y apenas si se están haciendo algunos ensayos.
    Sólo para ilustrar las ventajas de una editorial tradicional que ha construido un repositorio XML, el ejemplo de McGraw-Hill: los maestros pueden armar desde la página un libro personalizado para sus clases.

    Y quedan otras cuestiones sobre las cuales se debería avanzar y ni siquiera están planteadas en las empresas editoriales del mundo hispánico: ¿ROI o DAM? ¿Cuál es el sistema de metadata que se debe adoptar? ¿Influye en ello ser una editorial joven, con poco catálogo, o ser una editorial con un gran fondo de pocas ventas detrás?

    Se necesitará de la participación de todos para ir respondiéndolas.

    Quince preguntas


    Me disponía a escribir sobre Libranda, la plataforma digital que lanzan las editoriales Planeta, RandomHouse-Mondadori y Santillana en la próxima Feria del Libro de Madrid, y sobre la plataforma que está preparando la Cámara Argentina del Libro (CAL) cuando, distracciones en un mundo de mass distraction, me vi envuelta en una interesantísima discusión sobe el tema en el blog Libros y bitios, en la cual gasté algo de mis ganas de argumentar sobre el tema.

    Entretanto, Mike Shatzkin, quien también postea con poca asiduidad, me bombardeó con dos artículos importantes en sólo 48 horas y ambos, aunque referidos a un mercado muy distinto, me obligaron a revisar posturas. Uno de ellos trata de un acontecimiento que cambiará la ecología del mercado de libro en los Estados Unidos, tanto de los de papel como de los de bitios: Amazon, la librería online más grande del mundo, se convierte en editorial. El otro, con sus quince preguntas sobre la digitalización de la lectura, me sirve para ordenar mi próximo post sobre las iniciativas que, en ese sentido, se están tomando en los mercados de lengua castellana.

    Aquí van las preguntas que, según Shatzkin, deberíamos tener resueltas para enero de 2011.

    1. ¿Qué habrá dentro de un e-book?
    Quien se haya asomado a The Death of Bunny Munro o a Alice in Wonderland, en las tiendas de aplicaciones de Apple, habrá tenido la impresión de que nos acercamos al momento en que ya no podremos hablar de libro digital si lo que estamos proponiendo es una copia en bitios del universo Gutenberg. Pero, ¿sabemos qué debe contener un e-book o un app-book para llevar el nombre de tales?

    2. ¿Cómo serán los canales de distribución del e-book dentro de ocho meses?
    La próxima entrada de Google Editions en el juego, que se plantea para el próximo solsticio, promete cambiar unas reglas que, de momento, parecen poco claras. La inminencia de su lanzamiento ha sido poco comentada, tal vez porque el iPad de Apple nos ha encandilado un poco a todos; sin embargo, Google y sus estrategias disruptivas no puede pasarse por alto en un análisis de los futuros del libro. Tenemos, de un lado, una alta parcelación de los mercados a través de plataformas propietarias (Kindle, iPad, Nook, Libranda, etc.) apoyadas en la competencia de los dispositivos de lectura. De otro, Google Editions, que usará el formato abierto e-pub y se declara agnóstica en materia de dispositivos.

    3. ¿En qué medida las editoriales seguirán viendo el márketing de títulos individuales como un esfuerzo rentable?
    En un mundo en el que el espacio para la reseña de nuevos títulos es cada vez menor y la visibilidad el talón de Aquiles de los libros, ¿tiene sentido seguir con esta estrategia? ¿Es la verticalización la respuesta?

    4. ¿Qué progresos habrán echo las editoriales en la tarea de comunicarse de forma directa con su público lector?
    Como ya comenté en otro post, la edición tradicional se ha caracterizado siempre por su dependencia de intermediarios para llegar al mercado. Los editores tradicionales nunca han pensado en el lector. Algo que sí ha hecho Amazon, por ejemplo, que hoy entra a jugar en la liga con la gran ventaja de una base de datos donde sus clientes han dejado pelos y señales sobre sus gustos y disgustos. Y aunque reconozcan la necesidad de saber quién es el lector, ¿están en condiciones de cambiar la cultura de empresa y ganar el tiempo y los data perdidos?

    5. ¿Qué importancia tiene y tendrá el mercado de la telefonía móvil en el desarrollo de un nuevo paradigma libro?
    Y esta pregunta se desdobla en dos: ¿a qué velocidad está creciendo? ¿cuáles son los "libros" adecuados para esos dispositivos? La respuesta obvia a la segunda es que las guías de viajes lo serán. Pero, ¿están los editores tradicionales en condiciones de abastecer este nuevo mercado? ¿Habrán logrado diferenciar los contenidos óptimos para la pantalla más grande de los PCs, las tablets y los dispositivos dedicados y aquellos que encontrarán su ciclo vital en el formato más pequeño de un iPhone?

    6. ¿Cómo se enfrentan los editores tradicionales a la jibarización de las librerías y la consiguiente reducción de su mercado natural?
    Una experiencia a tener en cuenta es la de Cecilia Tan, comentada anteriormente en el blog. Pero no están allí todas las respuestas. Si el ecosistema de librerías ve reducido en exceso el número de puestos de venta de los libros tradicionales, las editoriales serán arrastradas en la caída y no tendrán tiempo ni dinero suficiente para invertir en la innovación que la tecnología les está exigiendo. Porque hay que tener en cuenta que son las empresas tecnológicas y no los lectores quienes presionan por este cambio de paradigma.

    7. ¿Cómo afectarán los libros digitales la territorialidad de los derechos de autor, ahora que no es necesario tener inventario físico para vender "libros" en cualquier punto del planeta?
    Ya hemos conocido las finanzas off-shore. Ahora llegan los libros off-shore.

    10. ¿Qué futuro les espera a las librerías?
    Por muchos motivos, todos ellos económicos, el escenario que Shatzkin plantea puede parecernos lejano: que las próximas Navidades serán las Navidades del e-book. La enorme cantidad de dispositivos que se han vendido en los Estados Unidos hace presagiar que, en diciembre, más de dos millones de personas elegirán regalar un libro inmaterial. Esto tendrá un impacto terrible y negativo sobre el ecosistema librero. Estamos lejos, es cierto, pero tampoco tan lejos y algo así ocurrirá en el mediano plazo.

    11. ¿Es un buen negocio autopublicarse o es otra quimera?
    Hoy, 17 de mayo de 2010, el escritor de thrillers J. A. Konrath ha respondido a esta pregunta. Konrath, que durante largo tiempo autopublicó sus thrillers para Kindle (el dispositivo de lectura comercializado por Amazon) y mantuvo un blog donde compartió con sus lectores los progresos y los retrocesos financieros de su aventura, acaba de firmar un acuerdo de edición con Encore (la flamante editorial de Amazon) en términos económicos más que convenientes. Se trata, aunque sea un caso por ahora único, de un hito que promete cambiar las prácticas del sector.

    12. ¿Qué hay en todo esto para las editoriales medianas y pequeñas? ¿Cómo deben encarar su futuro digital para sacarle el mejor partido?
    Y aquí lo más importante es saber cómo será la distribución digital de los productos de estas editoriales. ¿Se unirán a plataformas como Libranda o la que se plantea la CAL gracias a un subsidio del Ministerio de Ciencia y Tecnología o será el modelo de autodistribución el más conveniente? ¿Qué papel jugará Google Editions?

    13. ¿Se está desarrollando algún nuevo modelo de negocio que tenga alguna importancia?
    Disney lo está intentando con el modelo de suscripción al igual que O'Reilly Safari; otros, con la venta a trozos; otros, incluso con resúmenes; y no falta aquí y allá la experiencia de crear libros en colaboración a partir de una comunidad de lectores, como es el caso del Amanda Project. Ahora bien, lo que todavía no se sabe es si los costes de estos proyectos, de todas las etiquetas de metadata que son necesarias para comercializarlos, algún día serán rentables.

    14. ¿Cuántos autores de pocas ventas, que forman parte de los catálogos semi muertos de los editores tradicionales, podrán elegir marcharse con un nuevo editor digital que les ofrezca mejores regalías que el editor tradicional? ¿De qué lado jugarán los agentes literarios?
    Esta pregunta es crucial en el mundo hispano, ahora que Planeta, RandomHouse-Mondadori y Santillana se han unido en la plataforma Libranda. ¿Pasarán todos sus autores de manera automática al formato digital? ¿Qué actitud tendrán sus agentes si no están entre los elegidos? ¿Hay conciencia de que estamos ante un nuevo paradigma que requiere una revisión de lo que hasta ahora se daba por sentado?

    15. ¿Hay alguna editorial tradicional que esté dando los pasos necesarios para tener construir una presencia vertical en la Red?
    Se entiende por presencia vertical la construcción y el mantenimiento de comunidades de interés, incluso fuera de los márgenes de las páginas institucionales de las editoriales. Un excelente ejemplo, en el mundo anglosajón, al que Shatzkin se ha referido en más de una oportunidad, es Poetry Speaks. Debo confesar que no sé de nada parecido en el ámbito de nuestra lengua. Ni siquiera la encomiable experiencia del Cervantes Virtual está en ese camino.  Y si alguien entre los lectores supiera de alguna que me haya pasado inadvertida, lo invito cortesmente a dejar la pista en los comentarios.

    martes, 4 de mayo de 2010

    Máquinas de leer


    VELOCIDAD DE LAS VANGUARDIAS

    Es bien conocida la afición de Filippo Tomasso Marinetti por la velocidad, que no se reducía a su admiración por los coches de carrera y su desprecio por la Niké de Samotracia, sino que irrumpía en la profecía ontológica. "Nosotros ya vivimos en lo absoluto", escribió, "pues hemos creado ya la eterna velocidad onmipresente." Menos citada es su aversión por los libros y todo lo libresco, que compartía con otros futuristas. En una carta fechada en abril de 1915, el poeta y dramaturgo Corrado Gavoni le decía:

    "¿Por qué no hacer que los libros se abran como organillos como máquinas fotográficas como parasoles como abanicos? Estarían mucho mejor adaptados para la palabra en libertad. Soy un entusiasta descomedido de esta idea y tú deberías apoyarme, porque también estás más que harto y disgustado con las formas bestiales de los libros comunes."

    Tres años antes, en el Manifiesto técnico de la literatura futurista, Marinetti, casi en simultáneo con su declaración de "guerra tipográfica" contra el libro tradicional, la poesía encolumnada de D'Annunzio e incluso las epístolas manuscritas del siglo XVII, escribía:

    "El hombre, completamente averiado por la biblioteca y el museo, sometido a una lógica y a una sabiduría espantosas, ya no ofrece ningún interés. Por tanto, debemos abolirlo de la literatura y finalmente sustituirlo por la materia."

    Por entonces, Guillaume Apollinaire componía sus caligramas


    y si algo debemos agradecerle además de la poesía es que, aunque se lo haga responsable de haber inventado la palabra "surrealismo", nunca se dedicó al género literario por excelencia de la época: el manifiesto, que es a las artes lo que el plan de marketing a las corporaciones.

    Mientras tanto, en Londres, Ezra Pound organizaba una visión del mundo que preparara su carrera como poeta central del centro del Imperio. Los futuristas le habían ganado de mano en cuestión de absolutos, pero la ciencia victoriana le proporcionaría el concepto de vórtice: en la quietud absoluta de los fluidos ideales, que mucho más tarde se convirtieron en los superfluidos de la hidrodinámica cuántica, se producía el movimiento absoluto, vertiginoso y eterno de las partículas. Y en el centro de esa vorágine, en él vórtice, también hecho de quietud absoluta, Ezra Pound, el poeta.
    El texto liminar de esta concepción del artista es su ensayo "The Serious Artist", editado en forma de libro por T. S. Eliot cuando era director de Faber&Faber. Sin embargo, la palabra vorticismo para denominar al único movimiento de vanguardia que darían las islas británicas no aparecería hasta junio de 1914, cuando junto con Wyndham Lewis y Henri Gaudier-Brzeska, publicaron el primero de los dos únicos números de Blast, la legendaria revista de cubiertas color fucsia, donde ninguno de los tres decía lo mismo cuando decía "vorticismo".

    A comienzos del decenio de 1920, el futurismo estaba más o menos olvidado, hasta por Marinetti, que dirigió sus energías hacia el fascismo. El vorticismo, por su parte, pasó más o menos inadvertido en su momento, tal vez porque entró en escena justo antes la Gran Guerra. Brzeska murió muy joven en las trincheras de Verdún; Whindam Lewis renegó del nombre en los años 40 y Pound lo protegió de la atención pública como su talismán secreto. Después de todo, tal y como él deseaba, nadie había entendido dónde estaba el vórtice; aunque él, porque gran poeta, logró lo que Marinetti apenas enunció en su manifiesto: la abolición del hombre en la literatura.
    Apollinaire, que no pertenecía a ninguno de los dos movimientos, fue víctima de la entonces llamada Gripe Española, que no es otra que la gripe porcina contra la cual quieren vacunarnos hoy.

    De todos ellos fue amigo o admirador, o ambas cosas a la vez, Bob Brown, el abuelo de las máquinas de leer.  

    SOY LEGIÓN 

    Bob Brown nació en Chicago en 1886 y, a la espera de que Craig Saper termine la biografía que tiene entre manos, me atreveré a definirlo como un buscavidas apegado a las vanguardias, un ácrata simpático cuya mayor contribución a la deconstrucción de la literatura y la cultura del libro fue el frecuentar, con un rotundo éxito efímero, todos los géneros literarios hasta entonces conocidos. Hizo publicidad, periodismo, etnografía, narrativa, poesía, guiones para la naciente industria del cine y libros de cocina. 
    Sería un error pensar que Bob Brown era un impaciente, que saltaba de una cosa a otra sin profundizar en ninguna. De hecho, su producción narrativa suma mil cuentos de historias criminales y de suspense, algunas de las cuales dieron origen a los primeros cortos seriados del cine, que aparecieron en 1912 y, durante cierto tiempo, Hollywood lo empleó por un puñado de dólares para que escribiera los guiones de algunas películas de relleno. En materia de periodismo, no se conformó con sus colaboraciones en ciertas revistas de la vanguardia. También fue miembro del comité editorial de The Masses, la revista de ideas socialistas tan ligada al nacimiento de la bohemia del Greenwich Village, que se decantaba por el realismo de autores como Sherwood Andersen o Theodor Dreiser y que cerró el FBI en 1917, a causa de sus ideas pacifistas y su campaña contra el servicio militar obligatorio en pleno esfuerzo de guerra. Este pecadillo de juventud no le impidió, muchos años más tarde, fundar una exitosa revista de negocios en Brasil. En cuanto a la literatura gastronómica, Brown fue autor de treinta libros de cocina, algunos de los cuales escribió en colaboración con su mujer y su madre: una auténtica empresa familiar. En la época del macarthismo, cayó bajo sospecha: tal vez por su antigua participación en The Masses, tal vez porque había visitado la Unión Soviética, o tal vez porque en uno de los libros de cocina se permitió algún elogio del paisaje estepario y las cristalinas aguas de los ríos de Rusia. 
    Se jactaba de conocer a todo el mundo, desde Gertrude Stein hasta William Carlos Williams o Marcel Duchamp. Y también presumía abiertamente de haber vivido, al menos, en cien ciudades. Y si de deconstruir se trata, hasta logró deshacer su identidad, sin intención deliberada, provocando el error de los bibliotecarios. Según Jennifer Schuessler, su vida fue tan extravagante y aventurera y su obra tan voluminosa y dispersa, que muchas bibliotecas de los Estados Unidos lo tienen catalogado en sus fichas bibliográficas como varias personas distintas, aunque bajo el mismo nombre.


    Sin embargo, el rescate de la figura de Bob Brown como tenaz diablillo de la modernidad llega de su única incursión en el género literario más prestigioso de la primera mitad del siglo XX: el manifiesto. 
    Algo tarde ya en comparación con los esfuerzos de Marinetti y de Pound, Brown publicó, en 1930 y en una edición de 150 ejemplares, su manifiesto The Readies, eficaz juego semántico que contiene, en una sola palabra, tanto el concepto de lectura como el de instantaneidad.
    "Estoy empeñado en una sangrienta revolución de la palabra", escribe Brown en su manifiesto. Y aclara que sería el trovador de cualquier morralla retórica de Rabelais, que se baña en Apollinaire, que con Tristram Shandy aprendió a escribir notas al margen sin necesidad de un texto de partida y que, cuanto más, lo que hoy se necesita para hacer una obra es un punto (.), un guión corto (-) y un guión largo, hipodérmico y hermafrodita, un espacio en blanco y, quizás, algún vocablo. A continuación, da como ejemplo un poema, que es lo más parecido al código html de inicio de página de cualquier blog de los que usamos hoy:
    • 00
    (Explain yourself)
    • (Title)
    (Bullet) — (Hyphen) 0 (Head)
    (00 (Heads)
    Bullet-Heads

    Si se trataba de abolir al hombre de la literatura, si es cierto que cada verso de los Cantos equivale a un link al saber universal de una enciclopedia china que ni siquiera Jorge Luis Borges concibió (C. XXXIII: "...not that they loved General Washington, but merely to disgrace the old Whigs..."), esa literatura "deshumanizada" necesitaba un nuevo lector (un lector que quisiera su ojo ahíto) y, si el hombre había dejado paso a la materia como sujeto de la literatura, tal vez una máquina de leer no vendría mal.

    Es del todo caprichoso suponer que Filippo Tomasso Marinetti, cuando en 1909 afirmó que "el Tiempo y el Espacio murieron ayer" y se entregó a la pasión de la velocidad "eterna y omnipresente", había leído la teoría de la relatividad restringida, publicada cuatro años antes por Albert Einstein. Más antojadiza parece la sospecha de que Ezra Pound hubiese estado en contacto con un best-seller de divulgación científica titulado The Unseen Universe, de Balfour Stewart y Peter Guthrie Tait, en el cual se exponían las teorías que William Thompson Kelvin desarrolló en On Vortex Atoms y que, pese al error de afirmar la existencia del éter, dieron lugar a la hidrodinámica cuántica, cuyo héroe es el helio, ese líquido que en la Tabla de los Elementos figura como un gas. Sin embargo, la inspiración del futurismo y del vorticismo en las ciencias de la época es innegable. 
    La "revolución sangrienta" a la que se disponía Bob Brown en nombre de las vanguardias, en cambio, puso todo su énfasis en la tecnología. 

    LA MAQUINA DE BOB BROWN

    The Readies es un destilado de todos los géneros y estilos practicados por el autor a lo largo de su vida. 
    Hay un programa de vanguardias, como exige cualquier manifiesto: "La escritura ha sido embotellada en libros desde el comienzo. Es hora de que la descorchemos [...] A la revolución de la lectura y a la Revolución de la Palabra se llegará sin tinta". 
    Hay crítica literaria, como cuando compara lo que James Joyce o Gertrude Stein han hecho por la literatura con lo que Pablo Picasso significa para la pintura. 
    Hay antropología de la cultura, como cuando afirma: "Sólo la mitad de la Literatura, la que corresponde a la lectura, se ha quedado atrás, anticuada, desaliñada, esquiva"
    Hay publicidad autocomplaciente: "Mi máquina de leer con tipografía adaptable al ojo está equipada con todos los adelantos modernos"
    Ecologismo de andar por casa: "Las ventajas materiales de mi máquina de leer son obvias: ahorro de papel por condensación tipográfica y por eliminación del desperdiciado espacio en blanco de los márgenes, etc."
    Humor corrosivo: "Los editores estadounidenses ya están descartando las sobrecubiertas para producir más libros a precios más económicos; su próximo paso será descartar el Libro en sí mismo para volcarse al rollo de lectura."
    Hay también una obra de muestra de la nueva literatura de máquina, cuyas oraciones, de las que ha eliminado lo superfluo, se parecen de manera inquietante a los millones de mensajes diarios de Twitter: "Misunderstood-Harry-Miserable-Ma-Swapping- - -"

    Y una descripción de la máquina de leer tan detallada que le habría permitido sacar una patente:

    "Para seguir leyendo a la velocidad de hoy, debo tener una máquina de leer. Una sencilla máquina de leer que pueda llevar o desplazar de un sitio a otro, cuya clavija pueda enchufar en cualquier tomacorriente viejo y leer novelas de miles de palabras en diez minutos, si eso es lo que quiero; y es lo que quiero. Una máquina tan accesible como un fonógrafo portátil, una máquina de escribir o una radio [...] en la cual la impresión, por medio del nuevo proceso fotográfico, se haga microcóspicamente sobre un rollo de película fuerte y transparente que transporta íntegro el contenido de un libro y que, al mismo tiempo, no es más grande que la cinta de una máquina de escribir: un rollo parecido a una serpentina en miniatura que puede guardarse en un pastillero."

    El cuerpo de la letra de los rollos de Brown equivalía a 1 punto Didot y, para que el ojo humano pudiera decodificarlo, la película se desenrollaba debajo de una "delgada franja de poderosas lupas de entre 13 y 15 cm de ancho, fijadas en los cortes de lectura [es curioso comprobar que es la anchura de la columna recomendada por los tipógrafos desde hace siglos]; las lupas aumentan la tipografía, de otra manera ilegible, hasta una tamaño cómodo para el ojo y el lector se libra, de una vez por todas, de sostener la mole del libro, de dar vuelta sus páginas, de mantenerlas limpias, de zarandear sus ojos fatigados de aquí allá en la torpe e incómoda persecución de las palabras desde el margen superior izquierdo hasta el margen inferior derecho a través de toda la superficie confusa de la página encolumnada".

    A diferencia de los rollos del Mar Muerto o del scrolling de la Red y de muchos dispositivos de lectura en los que hoy disfrutamos de los libros digitales, el rollo de Bob Brown se desarrollaba en la horizontalidad, en un desafío radical de lo que conocemos por texto. Sin embargo, el abuelo de las máquinas de leer estaba convencido de que "el principio subyacente de la lectura se mantiene inalterable, sólo que su ámbito se amplía y sus posibilidades se subrayan". Creía que "todo lo necesario para modernizar la lectura es un poco de imaginación y lupas muy potentes".

    Bob Brown llegó a fabricar un prototipo de su máquina de leer, pero lo hizo en un material tan degradable como la madera, por lo cual no nos quedan más que sus palabras para imaginarlo o reconstruirlo. Y como las reconstrucciones no están de moda, para tener una idea (aunque no muy cabal) de su Revolución de las Palabras hay que recurrir a la simulación. En esta simulación, concretada con amorosa entereza por el profesor Craig Sapr, se pueden leer los textos que al proyecto contribuyeron Gertrude Stein, Marinetti o Norman Macleod, por supuesto, a la velocidad y en el cuerpo de letra que a uno le apetezca.

    Cualquier parecido con la lucrativa utopía de Amazon, que anuncia la maravilla de Kindle como la posibilidad de llevar 1500 libros en el bolsillo o en en el bolso, es pura y sencillamente una casualidad.

    The Readies ha sido publicado por Rice University Press, en la actualidad una editorial académica que funciona con el modelo POD. Su edición, a cargo de Craig Saper está disponible en Red y puede ser compartida bajo las condiciones impuesta por su licencia de Creative Commons.

    NB: El uso de la ilustración principal de este post, de la artista cyberpunk Bethalynne Bajema, ha sido un renuncio de miparte. Fueron más fuertes los vínculos estéticos con E. A. Poe y las a-vanguardias que la pertinencia de la imagen.