sábado, 28 de diciembre de 2013

Resaca ebook. Un cuento de Navidad

Niña en esquíes. Carl Larsson.


Este es mi primer post de 2013. Antes, no tuve nada que decir. El panorama de la edición digital y el de los ebooks parece haber llegado a un statu quo, tanto en nuestros suburbios hispanohablantes como en el centro de la movida, que es Nueva York. Fintas de una batalla por venir.

Y aun así, pasan cosas. Nos pasan cosas con los ebooks y con los ecosistemas por los que accedemos a ellos. Este post pertenece al territorio de la anécdota personal. En el centro hay un libro y un autor a los que asocio con la pérdida. Blood Meridian, el libro en su primera edición por Random House, lo perdí a manos de una traductora australiana a quien convertí a la religión de Corman McCarthy con el préstamo. Al autor lo perdí a manos de Seix Barral, con oferta aceptada por la subagente que no se había enterado de que RH ya no representaba al autor para las traducciones. La edición en rústica de Vintage la dejé en Buenos Aires cuando me trasladé por un año a Barcelona.

Y la edición en ebook ¡desapareció de la aplicación Kindle para Android el 24 de diciembre! Junto con todos los libros cuya custodia los editores me habían cedido a cambio de una transacción monetaria.

El lunes 23 de diciembre, a las tres y media de la tarde, mientras esperaba a Blanca Rosa Roca en su despacho, cometí una imprudencia. Blanca Rosa participaba de un almuerzo prolongado y decidí aprovechar el tiempo navegando la tienda de Amazon España, donde nunca me había dado de alta como cliente, porque compro en amazon.com, sitio autorizado para todos los hispanoamericanos que no vivan en México.

Cuando por motivos profesionales me adentro en las entretelas de la tienda Kindle España, siempre navego de incógnito. Un engaño, sí. En busca de un beneficio, también. Amazon.com conoce mi historia lectora al dedillo, tiene lo que busco y hasta lo adivina. Hay otro beneficio, ah, tacaña: los ebooks son más baratos en amazon.com. Además, está ese otro vicio de la pereza: ¿para qué "migrar" la cuenta si uno no sabe dónde estará dentro de pocos meses?

La imprudencia: esa tarde, entré a la tienda Kindle España desde mi tableta Galaxy Note, en la cual he autorizado a Google a rastrearme geográficamente. 

Durante 45 minutos, mientras esperaba a Blanca Rosa, me di una vuelta en profundidad por casi todas las categorías de Amazon España. Objetivo: completar una gran hoja de Excel que está a punto de acabar con mi cordura para establecer una comparativa entre la granularidad de las categorías y subcategorías por género a disposición de los editores y los lectores americanos y las disponibles en España. 

[Así es como uno se da cuenta de que un editor como, por ejemplo, Edhasa, tiene muy pocas oportunidades de comunicar a sus lectores los gruesos matices que diferencian una novela de Mary Renault de otra de Patrick O'Brian en la tienda Kindle España. Por no hablar de su imposibilidad de diferenciar a cualquiera de ellos de, digamos, Julia Navarro. Porque la categoría de novela histórica, en Kindle España es eso y punto, o peor: "ficción histórica", que admite cualquier género en el subgénero.

Si es cierto que las subcategorías de las tiendas que venden libros y ebooks online reflejan los intereses de los lectores, magros andamos de intereses en español. ¿Es así? ¿Le sobran a un lector castellanohablante las nueve subcategorías en las que el lector americano de novela histórica puede hurgar? ¿Desde la novela que trata de la Antigüedad hasta la que cuenta asuntos del siglo XX? 

No. Algo falta, que no sobra. Y lo que falta son títulos. Una cantidad lo bastante grande de títulos variados de novela histórica que haga rentable la granularidad para Amazon España. Pero esto es materia para otro post, que tal vez no escriba.]

Absorta iba en estas y otras reflexiones sobre la visibilidad de los ebooks en nuestro mercado que, aun con el ordenador a mi disposición unas horas más tarde, seguí dándole a la tableta, navegando por la tienda Kindle España a toda velocidad, regresando a calles ya transitadas, probando, equivocándome, volviendo sobre títulos, categorías y subcategorías (cuando las hay), tomando notas. Y descubierta en mi ubicación geográfica por Google.

Después me fui de viaje, porque estamos en Navidad. 

Había dejado mi enésima lectura de Blood Meridian a menos de la mitad. Fue la mejor compañía en un vuelo insomne a Guadalajara, por todo lo que tiene de advertencia a aquellos que quieran internarse en México sin conocerlo. Las vacaciones de Navidad eran una excelente oportunidad para retomarla. 

Y cuando abrí la aplicación Kindle en la Galaxy Note, en lugar de mi biblioteca me encontré con un tiovivo en el cual la primera portada era la de No es lo que parece, thriller periodístico de José Sanclemente, marido de Blanca Rosa Roca. Un libro que tengo en su edición impresa y que no pertenece a ninguna de mis historias de compra ni de búsqueda en ninguna de las tiendas de ebooks que frecuento. 

Consulté el calendario. No era 28 de diciembre.

Junto a José Sanclemente, el tiovivo me proponía a Julia Navarro, En un rincón del alma, La isla de las mariposas, Los vigilantes del faro y Cincuenta sombras de Grey. Todos estos últimos, ebooks que uno encuentra en la página de inicio de Kindle España porque forman parte de una u otra promoción. Pero, ¿y José Sanclemente?

Y una invitación que decía "empezar a leer" en un rectángulo amarillo.

Traté de entrar en la aplicación usando mi contraseña de amazon.com. Tres veces no la reconoció. Tres veces la cambié en la tienda de Amazon España, que era a donde me dirigía la aplicación, sin resultado.  Desinstalé Kindle. Volví a instalar Kindle. Allí seguían Julia Navarro y todos los demás. Era el 24 y me esperaba la cena de Nochebuena. Cerré la aplicación y dejé mi perplejidad para otro momento.

Probé otra vez antes de dormir, con iguales resultados. Déjalo para mañana, cuando estés fresca, me dije. Pero como quería algo para leer, abrí la aplicación de lectura de 24 Symbols y descargué El juego de Ender para su lectura offline. 

Estaba distraída. El affaire Kindle era demasiado grueso. No lograba concentrarme. Cerré 24 Symbols y volví a abrir Kindle. Del tiovivo había desaparecido José Sanclemente, seguía Julia Navarro, pero ahora el libro central recomendado era ¡El juego de Ender!

La cabeza me daba vueltas, mucho más de prisa que un tiovivo. Desinstalé la aplicación, pero esta vez como quien toca arañas venenosas. Volví a instalarla para encontrarme nuevamente con El juego de Ender y la invitación de empezar a leer. Mandé varios tuits. Pensé en la serie Utopia, de Channel 4, cuya segunda temporada no seguiré. Apagué la tableta.

No volví sobre el tema hasta el 26 a medianoche, cuando me puse en contacto con servicio al consumidor de amazon.com. Fueron amables, pero nadie me dio ninguna explicación. Ni creo que la tuvieran. El 27, mi biblioteca era accesible nuevamente. Fue entonces cuando servicio al cliente de Kindle España me contactó a través de Twitter.


También fueron amables, y tampoco nadie me dio ninguna explicación. Ni creo que la tuvieran.

He recuperado los ebooks; mi cuenta ha "migrado" (ella solita) a Amazon España; no he retomado la lectura de Blood Meridian; la sensación general es de desagrado, como en una mala resaca.

Me pregunto si a esta promiscuidad por debajo de la piel, a esta vida privada de las aplicaciones que se hurta a nuestros ojos, alguien se atreve a llamarla "márketing". Tal vez sería más sencillo tener más categorías y subcategorías, dedicarse a etiquetar las cosas y no a las personas, dotar a los ebooks de visibilidad y dejarse de jugar al aprendiz de brujo y al tracking insidioso.

Lo de El juego de Ender creo entenderlo. No me gusta lo que entiendo, aunque tanta preocupación por 24 Symbols también puede indicar que les temen o al menos les tienen en cuenta. Y esto sería un privilegio, si bien dudoso. Falta entender lo de José Sanclemente. El único punto de contacto digital con el autor es mi lista de contactos de gmail. Pero la conclusión me resultaría demasiado aterradora para seguir devanándome los sesos.

De más está decirles que ahora estoy leyendo a Dorothy L. Sayers. Para más señas, el célebre misterio The Nine Taylors. Por eso de que uno siempre aprende y hay mucha matemática y algoritmo escalofriante en el centro de la trama.

Y por eso de hacer sonar las campanas.

En cuanto esté de vuelta en Barcelona, pasaré varias horas en La Central de la calle Mallorca. Entre libros. De esos de los de antes. ¿Os acordáis?



















miércoles, 18 de julio de 2012

El precio fijo, el IVA y el vacío legal de los ebooks

¿Son editores quienes, como Intangible, Musa a la 9 o Sin errata, solo publican en digital? Todo parece indicar que sí. La paradoja es que lo que editan no son libros, aunque estén sujetos a la ley del precio fijo que, en España, solo afecta a esas mercancías que juntan palabras en una unidad discreta de sentido.

Las leyes y las normas de la Unión Europea están jerárquicamente por encima de las normas y leyes de los Estados nacionales, que deben ajustarse a ellas. Y para la UE, estos editores en realidad "editan" servicios. ¿Se puede editar un servicio? Todo parece indicar que no.

¿Qué son, entonces, estos editores de ebooks en términos europeos? Nadie tiene la respuesta, porque viven en un vacío legal, montados a un toro bravo a quien nadie se atrevido a tomar por las astas. Porque los ebooks, como bien argumenta Baldur Bjarnason en su muy recomendable blog, tampoco son software.

Y para seguir con paradojas que es necesario desentrañar si se quiere, como ha manifestado el ministro José Ignacio Wert, que la industria editorial española centre su futuro desarrollo en lo digital, cabe preguntarse, en términos europeos, ¿cómo se reglamenta la propiedad intelectual de un servicio?

La subida indiscriminada del IVA que el 11 de julio anunció el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, a los bienes culturales con excepción de los libros impresos, ha puesto al rojo vivo todas estas contradicciones. Ninguna industria puede prosperar en el vacío legal. Ni los editores nativos digitales lograrán ser escuchados a menos que se reúnan formalmente en una asociación con personaría jurídica que haga oír su voz ante a la FGEE y la Comisión Europea, por muchas desconfianzas que esas instituciones les merezcan.

Creo que, a esta altura del partido, todos sabemos que en cuestiones "europeas", para lograr algo de luz sobre el laberinto que ha creado una sobrelegislación que convierte a la ley en parodia, lo mejor es mirar qué está haciendo Alemania. Nadie mejor que los españoles ha sentido esta realidad en carne propia, estampada como un hierro candente.

Pues bien, en Alemania, como bien señala Arantxa Mellado en su post del 17 de julio pasado, los ebooks no son libros, porque no están protegidos por la ley del precio fijo que el poderoso lobby de libreros alemanes hace mantener a rajatabla. Los ebooks alemanes son servicios, a los que se les carga un IVA del 19 % y, como tales servicios, su precio está liberado a las fuerzas de "los mercados". Leáse, los intereses de los poderosos e-tailers que no hace falta nombrar.

¿Están dispuestos los editores españoles (y aquí incluyo no solo a los nativos digitales, sino también a editores tradicionales que, como B de Books o Barcelona eBooks, se han lanzado sin prejuicios a ambiciosas aventuras digitales) a seguir viviendo en un vacío legal que les promete ser asimilados a la realidad alemana en cualquier momento y cuando presentar batalla sea ya inútil, como les sucedió a todos los ciudadanos del reino con el "rescate" y la "intervención"?

Por este vacío legal se puede colar cualquier cosa. No es mi intención discutir aquí qué es mejor, sino que el sector tiene el derecho y la obligación de influir en que esa cosa cualquiera no se cuele en su perjuicio a causa de su inacción. Porque, despertemos, la única que en este momento se ajusta a derecho en materia de ebooks es Alemania.

Tal vez sea un buen momento para organizarse, para conocer a fondo la legislación contradictoria que los afecta y hacer también lobby, como se hace por el libro impreso o por la banca de inversión. La dimensión económica de la edición digital no promete que la batalla sea fácil, pero el momento es propicio. Como bien señala Txetxu Barandarián, en materia de IVA no todos los responsables de Cultura en el gobierno piensan igual. Habrá que aprovechar esa fractura antes de que el azoramiento haya pasado y vuelvan a cerrar filas.

Este mío es un post urgente y pretende que en los comentarios se vaya ejercitando la voz con la cual dirigirse a instituciones, autoridades locales y autoridades europeas. Mi deseo es que de aquí surja algo que permita cambiar la realidad, para que dejemos de ser el sector de la eterna queja. Mi intención, recoger todas esas opiniones en un largo artículo en Publishing Perspectives que internacionalice las preocupaciones de los editores digitales de España.

Para la reflexión, copio aquí el muy útil cuadro elaborado por Actualidad Editorial.


Todos los comentarios son bienvenidos.


jueves, 5 de julio de 2012

Las otras que hay en mí

Pasando de puntillas sobre Asterión


Entro aquí de puntillas.

Desde que comencé a escribir regularmente para Publishing Perspectives, en febrero pasado, el castellano me esquiva.

O yo lo tengo arrinconado. ¿Cómo saberlo?

Ha sido una experiencia de doble filo. Por un lado, lanzarme sin red a escribir profesionalmente en un idioma que he amado desde pequeña, pero que no es el mío, fue de una efervescencia embrigadora. Porque no es una cuestión restringida a "encontrar la palabra justa", es un viaje completo a otra forma de entender la realidad. Para escribir en inglés, tuve que encontrarme con otra Julieta, una que hasta ese momento había jugado solo el papel de lectora atenta de una tradición que le es ajena. El encuentro fue fascinante y me tuvo, como pasa en los enamoramientos de verano, absorta por un buen tiempo. Pero este encuentro feliz involucró una pérdida: la de la inmediatez de mi lengua materna.

El inglés es un amante despótico. Son tantos los recursos que me exige poner en práctica para no traicionarme, que quedo agotada para mi cita con el castellano.

Todo esto para decirles que no he dejado de escribir y de reflexionar sobre los libros, pero que de alguna manera esas íntimas actividades las hace otra, la que se va con el inglés.

El link que encontrarán más abajo es algo que hubiese querido escribir en este blog, en castellano. Pero lo escribí en inglés, y soy incapaz de traducirme a mí misma.

Trata de una editorial argentina, Eterna Cadencia que, junto a una empresa de publicidad hizo un libro con fuerte olor a amóniaco cuyas palabras desaparecen en contacto con el aire. Dijeron que lo hacían para promocionar la lectura de nuevos autores latinoamericanos. Para que la gente los leyera rápido y así pudieran publicar su segundo libro. El libro circuló en el cenáculo de los periodistas culturales y los entendidos en publicidad. Nunca se pensó para llegar a las librerías. Como happening, distó mucho de estar a la altura de los que organizaba Marta Minujin en los años setenta. Como libro, obturó su mensaje al crear un medio artificial. Artificial porque no fue el medio para el cual los autores pensaron las condiciones de producción de sus textos.

El artículo se titula "Further Proof That Print Books Are Disappearing, Literally". Espero que lo disfruten.

También espero volver por aquí más a menudo.

viernes, 16 de marzo de 2012

Era rubia. Andaba en líos. Y pagaba 3 centavos por palabra


U$S 100 se pagó en subasta por este vintage .

 Así describía Ed McBain la edad de oro del pulp-fiction en un artículo publicado en el New York Times en marzo de 1999. Por entonces, yo descubría los libros de James Sallis en mis escapadas a la librería Murder One, en los ratos libres que me dejaba la Feria del Libro de Londres y los agentes literarios.

Las novelas de James Sallis no pertenecen al género, aunque vayan de detectives: como todo lo escrito después de 1980, viven en el territorio de la nostalgia. Son revisiones en clave de homenaje, visitas culteranas a un modo de producción que empezaba a decaer.

De los libros de Sallis que publicamos en España, el preferido de Antonio Ramírez, librero de La Central, fue Vidas difíciles, una serie de ensayitos sobre Jim Thompson, David Goodis y Chester Himes, además de la celebración de un género que solo fue posible cuando, allá por los años 30, la industria editorial dio un giro copernicano que ha tocado a su fin.

Ramírez, después de darme la enhorabuena por la publicación de Vidas difíciles, me confesó con cierta tristeza que no creía que pudiera vender más de 80 ejemplares entre sus dos librerías, librerías de referencia en Barcelona.

¡Disfrutemos de esos 80, entonces!, le dije.

Y me pareció una melancólica ironía --y una lección de humildad-- que las expectativas de venta de un libro que analizaba el fenómeno de los bolsillos populares, cuyas tiradas iniciales llegaron a los 250.000 ejemplares, fuesen tan magras. En aquellos años vivíamos inmersos en el fenómeno de los super-ventas, cuyo último exponente fue la trilogía Millenium del sueco Stieg Larsson, y ya se había eclipsado el período confuso en que Amy Tan se promocionaba como "literatura seria".

Otro giro copernicano estaba a las puertas. Y las sigue batiendo con sus aldabas.


La guerra, la tecnología y la producción (de sentido)

Toda nueva máquina nace de una hipótesis de guerra, desde las de Poliorcetes a Arpanet. Y una vez creadas y probadas, les encontramos otros usos y sentidos. Especialmente cuando esas hipótesis han caducado.

Primera baja de la embestida del bolsillo.
El pulp-fiction como género no se fundó con Pocket Books, en 1939. Gozó de muy buena salud desde 1920 en las páginas de Black Mask, donde se publicaban cuentos y relatos cortos de todos los géneros populares: aventuras, policiales, historias de detectives, historias de amor, de horror y de fantasía sobrenatural.

Black Mask fue un subproducto de dos avances tecnológicos, los mismos que permitieron a Allen Lane crear la exitosa Penguin mucho más tarde, en 1935: la linotipo y la impresión offset. Si la lino reducía los tiempos de composición de la página, la impresión offset permitió no solo bajar los costes de impresión, sino también y sustancialmente los de papel. La excelente definición de la tipografía que la offset lograba aun en los papeles más rústicos y porosos la hacía el aliado de oro del texto. Por 15 centavos de dólar, un tesoro de evasión (y a veces de excelente literatura) estaba a disposición de lectores ávidos, que no se avergonzaban de pasar el rato del otro lado del sueño americano: su pesadilla.

En 1929, justo antes de su apogeo y su vertiginosa decadencia, Black Mask publicó, por entregas, El halcón maltés, de Dashiel Hammet, el autor que, en palabras de Sallis, " invirtió el mito y situó los demonios de los castillos europeos y de los colonos de Nueva Inglaterra en paradas de autobús, comedores populares y habitaciones de hoteles de mala muerte." El paso previo al nacimiento de la novela negra.

Los libros de bolsillo que apelaban al gusto popular fueron concebidos en Alemania, en 1931, por la editorial Albatross. El experimento duró poco, porque el subproducto de las máquinas de guerra --las autopistas que el nazismo construía para mover tropas de invasión a velocidades hasta entonces desconocidas--  pasó a ser el Volkswagen.

La suerte de revistas como Black Mask estaba echada.

Bastaba que a alguien se le ocurriera separar los múltiples géneros contenidos en sus páginas en colecciones, que de los relatos cortos surgieran novelas que alimentaran esas colecciones y que ese alguien, para conseguir autores, se resignara a tener que resolverles la vida pagándoles un tanto alzado contra una producción ingente. Los nombres de ese alguien fueron legión: Pocket Books, Dell, Avon, Harlequin, Popular Books.

Porque la virtud de Black Mask fue la de ser pionera, la de entender que la nueva tecnología abría oportunidades y nuevos géneros, pero su gran pecado fue la paga miserable que ofrecía a los autores. Y si los autores no pueden vivir --si mueren-- no hay nada que editar.

Los modos de producción 

Los libros de bolsillo "fueron huérfanos, mestizos, animales de corral a los que se dejó caer desde el aire sobre expositores de fauna exótica [...] Nadie sabía muy bien qué hacer con ellos, y mucho menos quienes los producían, que también tendían a ser un poco raros", cuenta Sallis en Vidas difíciles. La fauna incluía a libreros en quiebra, gente que venía de la alimentación y de otros sistemas de distribución mayorista, empresarios sin piedad e intelectuales renegados. De seguir el relato de Sallis, tendremos que aceptar que la industria editorial, tal y como la conocemos --la industria del offset y la distribución masiva-- tiene unos orígenes bastante más cercanos a la atracción de feria que a las murallas de Ur. Y eso es bueno. "Oropel y una pizca de trascendencia", en palabras de Sallis.

Ed McBain entra en la escena del pulp en su segunda etapa, la de mayor gloria. La hipótesis de guerra se ha transformado ya en posguerra, pero las necesidades militares habían provocado dos pequeños avances tecnológicos que cambiarán a la industria del libro: la cuatricromía y el plastificado, ambos de capital importancia para los mapas de estado mayor durante la II Guerra Mundial. En un mundo gris, una explosión de colores que, gracias a los laminados, no deja huellas en las manos húmedas del lector.

Cubiertas de cuatricromía de los años 50.

Por entonces, empezar un relato criminal era como hacerse con una caja de chocolatinas y quedar sorprendido cuando se hincaba el diente en el centro, que podía ser blando, de caramelo, o de nuez. Había un montón de nueces en la ficción criminal, pero uno nunca sabía qué clase de historia saldría de la máquina hasta que empezaba a tomar forma en la página. Como un pianista, un buen escritor de cuentos criminales no creía que conocía su oficio si no sabía improvisar con las doce teclas. Las variaciones de timbre de un tema eran lo que lo hacía tan divertido. Que a uno le pagaran 2 o 3 centavos por palabra, también.
Subrayo la máquina de Ed McBain, que aunque fuera la inocente máquina de escribir, señala también el caracter maquínico de la cultura popular. Variaciones sobre un tema, como las que podía hacer la máquina de Jacquard sobre un tejido con solo una perforación diferente en la tarjeta. 

En medio de toda aquella duplicación iconográfica, algunos escritores registraron sus propias visiones. Su obra sigue siendo legible en la medida en que hicieron sus propias variaciones sobre el mito paladino, variaciones a las que rara vez se prestó atención en un mercado indistintamente receptivo a lo muy trillado.
 Dice Geoffrey O'Brien en Hardboiled America: The Lurid Years of Paperbacks. Y se refiere a los Chandler y los Goodis, a los Thompson y los Himes que, detrás de aquellas cubiertas chillonas, nos hablan de los rincones innobles de la vida. Ellos, los que hicieron perdurable la subversión innata de los paperbacks y la transformaron en literatura.

El offset y la industria editorial que surgió de esa tecnología, cumplieron su papel al dar origen a un género y a unos escritores que son irrepetibles en otras condiciones de producción. Y además, crearon los medios de supervivencia de esos escritores, algo que el offset y sus industrias culturales afines son incapaces de hacer hoy.

Cincuenta matices de gris

El giro copernicano del que seremos testigos o protagonistas, ese tan mentado cambio de paradigma editorial anteportas al que le sustraemos cuerpo y alma, viene impulsado por otras máquinas, a las que damos el nombre indigente de "mundo digital". Y antes de haber abrazado el cambio, nuestras voces se alzan en un cloqueo indistinto pidiendo nuevas formas narrativas acordes con los tiempos que no logramos asumir.

Libros enriquecidos con videos y canciones; apps que en su tridimensionalidad se lancen sobre las fauces de quien ya no será lector (y por tanto no nos necesitará); interactividad prefabricada para niños azorados; editoriales transformadas en productoras multimedia; lectura "social" que, impertinente, interrumpe la inmersión en los mundos paralelos de los relatos; transmedia para trashumantes de plataformas, que no son dehesas.

Tengo para mí que el cambio ya ha sucedido y ha sido mucho más radical que cualquiera de las propuestas del catálogo barroco enunciado más arriba.

Las señales son muchas, pero dos noticias recientes las ponen en relieve. Ambas cubiertas por Laura Hazard Owen, en PaidContent. Pasaron casi inadvertidas, porque estamos demasiado distraídos con las cuentas de colores.

Fifty Shades of Gray, el best-seller que llegó a los primeros puestos tanto del New York Times como de Amazon, tuvo sus orígenes como un fan-fiction, publicado íntegramente en el sitio FF.net. Mucho antes de que Random House la descubriera, E. L. James ya había sido finalista en la categoría "Mejor novela romántica" de los premios organizados por GoodReads en 2011, tenía una base de seguidoras inmensa, que habían contribuido con sus comentarios a la evolución de la historia hasta su forma final y, lo que es igualmente importante, una pequeña editorial independiente australiana la había publicado en papel.

Cuando estoy de humor provocador, algo que me sucede a menudo, digo que los próximos Homeros están ensayando sus epos en las catacumbas del fan-fiction. Que la web nos está entrenando en un híbrido donde la palabra escrita comparte demasiadas características con la oralidad como para que lo pasemos por alto. Que la iteración algorítmica nunca producirá historias tan buenas como la repetición humana. Y que esa repetición humana encuentra en el fan-fiction una plataforma espontánea, acorde con las herramientas que nos proporciona la web, y que hay que asomar el hocico sin hacer ascos para saber cómo será uno de los géneros que este nuevo modo de producción facilita.

Esta sí es tarea de editor.

La otra se refiere a una de las "editoriales" de Amazon, Kindle Singles. Laura hizo una investigación exclusiva, para la cual incluso consiguió que Amazon les permitiera a sus autores romper el pacto de confidencialidad por el cual no pueden hablar ni de los términos de los contratos ni de las ventas. Los resultados dan para la reflexión. Libros de siete mil palabras, que nunca habrían encontrado un sitio en el papel --ni como libros por cortos, ni como artículos periodísticos por largos-- han encontrado una considerable aceptación entre los lectores, dispuestos a pagar por ellos. En 14 meses, se han vendido 2 millones de ejemplares de Kindle Singles, proporcionando una nueva fuente de ingresos a escritores consagrados y nóveles.

Y esta también es tarea de editor. 

domingo, 27 de noviembre de 2011

Los libros inútiles


 que una rama del comercio extraviada es una rama perdida y que en diez años se causan más males de los que que se pueden reparar en un siglo.
                            Dennis Diderot (Carta sobre el comercio de los libros)

Libros de mármol de la decoradora Kelly Wearstler.


 En 20 años de ejercicio editorial, he publicado libros inútiles. Varios.

Los libros útiles no son el contrario de los libros inútiles. Son los libros que sirven para algo: para que adelgacen los ejecutivos en comidas de negocios; para convertir un erial en un jardín; para preparar una cena. Y para pagar los salarios.

El contrario de los libros inútiles son los libros valiosos.

También he publicado libros valiosos. Varios. Algunos se volvieron inútiles, porque sofocados por los auténticos libros inútiles que publicábamos, yo y todos mis colegas.

Estos son los verdaderos géneros con los que trabaja un editor. Lo demás es literatura. Y vanidad. Del equilibrio entre ellos depende la salud del comercio del libro.

UNA MAREA BLANCA DE PAPEL

Cualquier cosa que digamos sobre la edición y el cambio de paradigma al que está sometida se modificaría radicalmente si tuviésemos una historia económica del papel. Y de su inflación. También, del papel del papel en la consolidación del Estado moderno y de la burocracia que lo hizo posible. Ya lo dijo Bertold Brecht, y mucho mejor: para ser hombre hace falta un librito de papel, el pasaporte.

El papel impreso y el poder han compartido una intimidad que a menudo se pasa por alto.  Quien no lo crea, que pregunte a los sin papeles.

La edición se ha articulado en esa intimidad. Que a veces la haya cuestionado, e incluso desafiado, no es más que una confirmación del vínculo y sus tensiones. En esta lógica, la misión del librero-editor (hoy descompuesto en una red que abarca a decenas de jugadores) es, en espejo con la de quien extiende un pasaporte, asegurar la circulación de los discursos y, al mismo tiempo, restringirla para evitar su proliferación descontrolada y su consiguiente devaluación.

El editor adquirió su lugar de privilegio, que sustentó sobre la extinguida promesa ilustrada, en el compromiso tácito de guardar el orden de lo escrito. De mantener la asociación de la autoridad de saber y la forma de publicación.

A todo esto se lo llamaba "hacer un catálogo". Hay editores con catálogo, como Jorge Herralde, y hay editores sin catálogo, como Planeta Internacional.  Literalmente sin catálogo, porque ningún documento da cuenta de la historia de sus publicaciones.

El editor "con catálogo" no está a salvo de los libros inútiles, porque forman parte del régimen de la edición: de la negociación con el agente literario en pos de un libro valioso o de uno útil; de la necesidad de mantener encendida la hoguera de la librería; de ocupar el territorio de las mesas de novedades y del inevitable error de apreciación. Pero la tentación de entregarse al libro inútil queda acotada por ese registro de sus acciones  y pecados editoriales que es el catálogo.

Quien no tiene catálogo, no deja huellas. Tira de la cuerda y esconde la mano.

Hace diez años, pensaba que los libros inútiles hacían ruido. Hoy los veo como una inmensa marea blanca en la cual zozobran los discursos que prometimos hacer circular.

LA HERIDA AUTOINFLIGIDA

La economía del papel está asediada desde hace tiempo. Desde la Primera Cena que Frank McNamara pagó con una tarjeta de crédito en el Major's Cabin Grill, en febrero de 1950.

Fue una andanada en la línea de flotación del mundo simbólico construido alrededor del papel. De allí a la libre circulación de capitales ficticios que hoy amenaza con acabar con la civilización tal y como la conocemos, han ocurrido muchas cosas.


¿Por qué siguen pensando los editores que el papel que les toca en el mundo de papel no debe ser tocado? ¿Acaso creen que el papel de los libros es más importante que el papel moneda? ¿No han comprendido que el destino de ambos papeles está atado?

Mucho antes de que llegara el gran editor universal, ese que le abre las puertas a cualquiera y donde los textos tienen por único contexto su pertenencia a una misma temática, mucho antes de la Red, de la autoedición, de los ebooks, de Google y de Amazon, los editores se autoinfligeron una herida. Una herida fiera, porque hecha con el instrumento contundente y romo de los libros inútiles.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

No están todas las que son ni son todas las que están

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Con el objeto de promover el desarrollo de las industrias culturales autóctonas y facilitar los emprendimientos comunes entre ellas, la Secretaría de Cultura de la Nación facilita un Mapa Cultural de la Argentina interactivo que vale la pena visitar.
A través del Mapa Cultural hoy sabemos que en Argentina existen más de 400 cines, cerca de 600 editoriales de libros y no más de 130 sellos musicales. A lo largo de su territorio, se emplazan más de 2200 librerías y más de un centenar de Ferias del Libro. Existen además aproximadamente 800 espacios de exhibición patrimonial, más de 8300 bibliotecas de distinto tipo, 870 monumentos y lugares históricos, 2400 salas teatrales, cerca de 1400 radios y 2.600 Fiestas y festivales en todo el país.

Porque no están todas las que son ni son todas las que están, la Secretaría ha instrumentado una herramienta de validación del mapa con la cual los usuarios pueden corregir, agregar o cuestionar la inclusión de tal o cual empresa o evento ligados a la cultura. El recurso al crowdsourcing por parte de una institución del Estado es más que bienvenido, pues es una de las maneras de usar Internet como instrumento organizador de ciudadanía, reforzando el sentido de pertenencia social, geográfica e histórica a través de la participación responsable en la creación de la información de uso común.

En materia editorial, se confirma la concentración de esta industria en la ciudad de Buenos Aires: de 552 empresas dedicadas a la edición de libros, 342 tienen su sede en la capital del país.Y faltan varias de las importantes, no solo por tamaño sino por valor cultural.

Uno de los recursos más interesantes del Mapa es la posibilidad de superponer los indicadores culturales a otros, de carácter socio-demográfico como, por ejemplo, educación, acceso a la salud, índice de pobreza, penetración de las nuevas tecnologías y más.

Pego aquí una captura de pantalla del mapa editorial con una superposición del porcentaje de hogares con acceso a Internet en toda la geografía de la república, siendo las zonas más oscuras de color anaranjado las que ostentan un porcentaje de hasta un 23 % de hogares con acceso. A señalar también que esas regiones son las de menor densidad demográfica del país.

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Uno concluye, tal vez con premura y frivolidad, que cualquier cambio de paradigma en el sector editorial de la Argentina, cualquier futuro de la edición digital (si lo hay), pasará por el desarrollo de soluciones móviles, centradas en los 55 millones de teléfonos celulares en poder de una población de 40 millones, una gran mayoría de los cuales tiene acceso a la Internet móvil. Las implicaciones de esta realidad de las infraestructuras son enormes e inclinan la balanza de poder de la edición y el consumo textual no ya hacia las grandes empresas de software, como ha sucedido en los países centrales, sino hacia las telefónicas. Una realidad que merece empezar a pensarse seriamente desde las políticas públicas.