domingo, 3 de julio de 2011

Los lectores leen

Y mi mamá me mima, según Norman Rockwell.


Quien no lo crea, que le pregunte a Jeff Bezos.

El rey del ecommerce no es neurolingüista, pero conoce a sus clientes como nadie y está más que dispuesto a que Amazon sea el castillo inexpugnable de un futuro cercano, para el cual predice que "la mayoría de los libros vendidos en el planeta serán digitales". Jeff Bezos es un innovador, no un revolucionario. Y le va bien.

La industria editorial supo tener innovadores. Allen Lane, el fundador de Penguin, fue uno de ellos. A tal punto que cuando hoy decimos "libro" no imaginamos inmediatamente ni el preterido códice ni la Biblia Regia que imprimió Cristóbal Plantino en Amberes, a cuyas cajas contribuyó no pocos tipos la imprenta de Alcalá de Henares. Cuando hoy decimos "libro", y sobre todo cuando hablamos de la crisis en la que está inmerso, lo que vemos es el libro reinventado por Allen Lane en 1936; la linotipia que remplazó a los tipos móviles de Gutenberg; la tipografía que Eric Gill inventó para esas máquinas; las normas de estilo que pergeñó después Jan Tschichold para Penguin y, sobre todo, aquellas tiradas iniciales de 50 mil ejemplares de buena literatura bien editada, al alcance de la mano y al alcance del bolsillo, porque Lane sabía que los libros, para venderse como rosquillas, no debían superar el precio de un paquete de cigarrillos.

Ese es el modelo en crisis, no por el advenimiento de las nuevas tecnologías, sino por una sobre explotación que lo desvirtuó.Y Penguin es hoy Penguin Ltd. y no tiene ningún Allen Lane, aunque tiene al muy festejado John Makinson.

Si yo cultivara brócoli en épocas de Internet y se hubiese vuelto muy caro poner el brócoli al alcance de mi público vegan, en lo último que pensaría es en cambiar la estructura molecular de la hortaliza como solución al problema. Pero como los libros son un artefacto, esto es, son de nuestra invención y fábrica, hace falta mucha disciplina para no empezar la casa por el tejado.

Para empezar la casa por el tejado, ante la crisis del modelo de negocio editorial renovado en los años 30, basta preguntarse si acaso no se deberá a que los lectores no quieren leer. Así, en una entrevista de la BBC, cuya trascripción parcial encontrarán aquí, Makinson no reinventa la industria, como hizo Lane, sino el libro mismo. Los libros se transforman, en su discurso, en "pasarelas", en puentes transitorios que nos llevan a las niminedades y las charlas amenas que, en definitiva, es lo que quiere ese lector conjeturado en los salones endogámicos de la edición.

"No espero --dice-- que los lectores abran un libro de Jane Austen en la primera página y vayan hasta la página 300 para después cerrarlo."

Además de esperar que abran también otros libros, tanto o más valiosos, mi humilde experiencia de lectora omnívora me dice que nunca se leyó así, a menos que uno estuviera convaleciente de algún grave mal.

Makinson sigue: "Pienso que harán pequeños viajes hacia otros medios y otras conversaciones y que querrán investigar acerca de los pasos de baile o las recetas de cocina de la época o buscar en línea quién es Jane Austen o hablar con sus amigos sobre la experiencia de leerla."

Esto y quitarle a la ficción narrativa toda su capacidad de crear mundo, tal vez el motivo principal por el cual se ha leído a autores como Jane Austen hasta el día de hoy, es lo mismo. Y dicho por un editor.

El código nos ha entregado otras herramientas para crear mundo, que debemos explorar e investigar. Un ejemplo es Second Life , y también FarmVille. Ahora bien, nosotros somos traficantes de palabras, un objeto previo al código y que lo habilita; así como el horticultor es traficante de brócoli, un objeto previo que hace posible la receta vegan.

El pesimismo barroco de editores como John Makinson contrasta con el pragmatismo de los innovadores a quienes tanto tememos. Cuando Dominique Nora le pregunta, en la entrevista aparecida en el Nouvel Observateur el 22 de junio, sobre el futuro de los libros enjaezados y de los transmedia, Bezos dice:
Es posible que se creen nuevas formas de libros multimedia, pero no para la ficción. La concepción de la literatura depende del cerebro humano, no de la forma en que se la distribuye. Me sorprendería mucho si la forma en que leemos textos largos --novelas, historia, biografías-- se transformara.
Que sí, que los lectores leen. Y leen por razones que nos son desconocidas y que no se agotan en el entretenimiento ni en la información.

1 comentario:

Raul Lilloy dijo...

el misterio de la lectura, yo leía porque estaba perdido, sigo perdido y entonces sigo leyendo, cuando llegue al dia despues, seguiré leyendo, lo que sea, la leyenda del infierno, las letras chicas, algun necronomicon, eso quiero leer.