domingo, 17 de julio de 2011

Dos semanas en la Utopía G+

Shmoo, by Al Capp


Buenos Aires goza, desde 1876, de un periódico en inglés que conoció tiempos mejores y tuvo una circulación más que respetable. En las páginas del Buenos Aires Herald conocí a Li'l Abner, la tira cómica de Al Capp, y a los Shmoo, tal vez la criatura más deliciosa de la zoología fantástica con la que me encontré en la pubertad.

Los Shmoo vivían al cuidado de un pastor, en un valle prohibido a los hombres, en Kentucky, cerca del pueblo de Li'l Abner Yokum, que se llamaba Dogpatch. Li´l Abner los descubre por accidente y los encuentra tan encantadores que, desoyendo las advertencias del pastor, los conduce fuera del valle donde están recluidos. Y no pasa mucho antes de que se produzca una catástrofe económica que pone en peligro los cimientos de la organización social, porque la misma naturaleza de los Shmoon es tan disruptiva que resultan "la más grande amenaza para la humanidad que el mundo jamás haya conocido". Y esa peligrosidad no reside en que sean evil, sino en su intrínseca bondad.

Los Shmoon son amables, no requieren cuidados y adoran a los niños. Su sentimiento filantrópico es parte de su razón de ser. Son comestibles, riquísimos y les hace ilusión convertirse en plato fuerte del menú. Fritos, saben a pollo; grillados, a ternera; asados, a puerco; horneados, a bagre. Y si se los come crudos, son mejores que una ostra recién abierta. Subproductos del Shmoo son la leche, los huevos y la mantequilla, que ponen a disposición de la gente como las gallinas ponen huevos. No tienen huesos y, por tanto, no tienen desperdicio; los ojos sirven como botones y los pelos de sus bigotes como palillos de dientes. Por si esto fuera poco, una vez satisfecha la necesidad básica de alimento, los habitantes de Dogpatch también encuentran en ellos motivo de esparcimiento, porque son muy graciosos, tienen gran sentido del humor y organizan unas shmoomedies que pronto dejan sin sentido al cine y a la televisión. Y no corren peligro de extinción, ¡porque su reproducción es asexuada y casi espontánea!

¡Los Shmoon son una mala noticia para los negocios! Al menos para los negocios tal y como estaban organizados en Dogpatch hasta el día de su aparición.

Google siempre me ha hecho acordar a los Shmoon. Desde aquel comienzo amable de ese buscador que nos mostraba una página en blanco, sin pop-ups ni agregadores de noticias indeseadas, con una ventana límpida que nos devolvía con creces aquello que anotábamos y que provocó el éxodo masivo y su triunfo sin contestación en lo que el New York Times llamó "la guerra de los motores de búsqueda". Google, como otros buscadores, gana su dinero con la publicidad, pero nos molesta poco y a cambio nos da leche y manteca, todo gratis: Gmail, Blogger, GoogleDocs, GoogleSites, GoogleMaps, GoogleEarth, GoogleBookSearch son algunos en una larga lista. Y en ese darnos leche y manteca y shmoomedies, el valor de los contenidos ha caído en picado. Tal y como sucedió con la carne de cerdo en Dogpatch.

Pero nosotros también somos Shmoon, los Shmoon de Google, que pasta en nuestros datos.

Desde que Google abandonó el Valle Prohibido de los Shmoon y reina entre nosotros, muchas cosas han cambiado en Internet. La nueva Utopía que nos propone se llama G+ y es como el canto de los Shmoon que llevó a Li'l Abner a descubrirlos. Ese canto no es una nueva red social;  es una invitación casi ineludible a que nos traslademos, definitivamente, a la Nube. Será un redescubrimiento. Su melodía está compuesta por notas tan "filantrópicas" como el ADN de las criaturas fantásticas de Al Capp. Por ejemplo, la posesión de nuestros datos, de nuestros prados. Nuestros datos son mucho más valiosos que nuestros contenidos.

¡Google (y G+) es una mala noticia para los negocios!, canta el coro de los medios y, en tanto medios, tienen razón, si no logran imaginar otra manera de hacer negocios.

EL FIN DE LAS UTOPÍAS

Siempre llega, hasta en sátiras como la de Al Capp. Y ahora debo contar la historia muy triste de cómo se extinguieron los Shmoo.

En Dogpatch vivía J. Roaringham Fatback, también conocido como el Rey de los Cerdos, quien vio sus intereses seriamente dañados por la sorpresiva disrupción shmoo. El Rey de los Cerdos, además, tenía muy pocas pulgas, y era de esos seres industriosos capaces de mandar derruir la casa del vecino si esta le hacía sombra al periódico que leía con su desayuno. Imaginad la indignación que acumuló en poco tiempo contra los Shmoo. En especial cuando se desató la Crisis de los Shmoo y nadie lograba vender nada y todo a su alrededor se parecía demasiado al Gran Crack de Wall Street de 1929. Como era un hombre de acción y no estaba dispuesto a ver fundidos los cimientos de la sociedad en la que él era rey (de los cerdos, concedido, pero rey al fin), organizó los Escuadrones del Shmooicidio, que con armas de fuego acabaron con la vida de cuanto ejemplar de Shmoo encontraron a su paso.

Esto sucedía en diciembre de 1948 y es muy probable que se haya debido a que Al Capp vio cómo la historia se le iba de las manos, no supo bien cómo continuarla y recurrió al viejo remedio de matar lo que nos supera.

Quienes hoy tampoco saben cómo continuar sus historias proponen leyes como las llamadas Hadopi, González-Sinde o Lleras. Una de las armas de fuego que usan es un viejísimo fusil llamado copyright, cuyos cimientos están fundiéndose pero que presentan con los trazos inconmovibles de las Tablas de la Ley. Monopolios movilizados contra monopolios que no entienden o no les pertenecen o son nuevos. Hay otros escuadrones en esta nueva Crisis de los Shmoon, pero este blog solo trata de libros, de la palabra y de su digitalización.

G+ tiene mucho menos de novedad que de profundización de un modelo de negocio en el cual Google redobla la apuesta por la disrupción. Es un salto adelante que no logrará dar sin las pasturas de nuestros datos, en las que se alimenta, pero que deja elegantemente a nuestra disposición. Nosotros, por nuestro lado, tenemos derecho a exigirle algo más.

Pero no debemos olvidar que en esta historia, aunque Google sea el Gran Shmoo, todos nosotros y nuestros datos formamos parte de la raza Shmoo.

3 comentarios:

Juan J Clerici dijo...

Delicioso relato, final macabro, pero no por ello excelente lectura. Y repasar todo el menú con que Google nos rodeó, es alarmante siempre. No son simples datos. Es la vida misma de los muchos que dejamos huellas imborrables para este gran memoria. De click en click. Memoria de datos y sus relaciones, nuestra vida interpretada al capricho de esa inteligencia, que por ser limitada, víctima de la programación, está sujeta a más errores que la muy celebrada cerebral y animal sesera. El problema es que no es la única en la red. Hay otras, limitadas por sus recursos también espían nuestros click para objetivos más concretos. Las hay de todos propósitos, y en general sin aviso ni permiso. Una Odisea terrenal, más o menos voluntaria, por ahora, con desconectar ciertos aparatos es suficiente. Si la web 3.0 la vemos realizada, ya no importarán nuestros datos. Tendremos que preocuparnos que nos permitan ir al baño en acuerdo al Analytics!

editora con carrito dijo...

En realidad no entro para comentar sobre Google +, sino para decir que el dibujito del Shmoo me ha recordado a un Barbapapá, y que este dibujo apareciera en el Buenos Aires Herald de repente me cuadra con que mi imagen mental de un cronopio siempre haya sido un cruce entre un cáctus y un barbapapá... (que si lo pienso bien parece una asociación de ideas muy extraña, pero me acaba de cuadrar todo en la cabeza)

Julieta Lionetti dijo...

Nuestros datos no son solo nuestros datos civiles. Nuestros datos incluyen la temperatura de nuestro cuerpo; el ruido ambiente en el que nos movemos; el lugar donde nos hallamos; qué leemos; cuándo lo leemos; qué música escuchamos; qué compramos; cuánto gastamos; la temperatura de nuestro cuerpo; el ruido ambiente...

Y en esto, tu teléfono móvil es más hábil y ubicuo que G+.