Digital, se entiende, porque el resto de los lectores tiene los derechos que como ciudadano ha ido logrando a lo largo de las batallas de los siglos. Si algo prueba que los ebooks no son el equivalente de los libros de papel puestos en bitios es la necesidad de afirmar nuevos derechos para sus lectores. Javier Celaya ha sido pionero en el tema. Lo que hoy merece un post es que esta nueva declaración de derechos viene de una de las plataformas en liza por el control del mercado de ereaders. Kobo no tiene el diseño más atractivo, me atrevería a decir que raya en la fealdad. Tampoco tiene las funciones avanzadas de marcación y notas que se disfrutan con un Kindle. Y, por supuesto, no se puede ver televisión en su pantalla, como sí es posible hacerlo en el iPad o en las tabletas Android. Sin embargo, Kobo ha pensado en los lectores.
No es de hoy que Kobo, a pesar de ser un dispositivo de lectura, proclama su agnoticismo en materia de dispositivos, muy cercano al de Google, que en pocas semanas se apresta al lanzamiento de Google Editions. Este ereader elemental pero suficiente, si lo único que uno pretende hacer con él es dedicarse a la lectura, ha ganado hoy varios puntos en la consideración de muchos con la publicación de una declaración de derechos del lector que, entre otras cosas, deja claro qué es un DRM.
1. Derecho a bajar los libros al dispositivo.
Pregúntese qué sucedería con su biblioteca si la empresa a la que le compra sus libros resulta alcanzada por un meteorito. ¿Puede guardar copias de sus libros? ¿Puede hacer un back-up de su biblioteca? ¿Puede seguir leyéndolos si la empresa proveedora cambia de dirección, de formatos o de dispositivos? ¿Los puede arrastrar al Dropbox o colocarlos en una lugar seguro y secreto?
(Kobo asegura que todo esto se puede hacer con sus ebooks).
2. Derecho a subir libros en el dispositivo.
¿Puede añadir sus propios documentos, epubs, pdfs y de todo un poco a su biblioteca de libros comprados? Su biblioteca digital no debería limitarse a los títulos comprados a un solo proveedor. Es tan absurdo como amueblar la casa con una estantería para los libros comprados en el aeropuerto, otra para los comprados en las librerías independientes; es tan estrambótico como encadenar un libro a una estantería o solo estar autorizado a leerlo en una habitación en particular. Usted debe tener derecho a agregar contenidos no encriptados, libres de DRM a su biblioteca. Sería todavía mejor si pudiera agregar a su biblioteca libros encriptados con el DRM de cualquier proveedor.
(Kobo asegura estar trabajando en ello, aunque de momento es el más permisivo de los ereaders. Hay que tener en cuenta que con un Kindle no se puede acceder al material que prestan las bibliotecas públicas, por ejemplo).
3. Derecho a conservar su biblioteca
Si el dispositivo en el que guarda sus libros resultara dañado por el fuego, mordido y masticado por su perro (o cualquier otro accidente que lo inutilizara), ¿puede recobrar los ebooks por los que ya ha pagado? ¿O tendrá que comprarlos nuevamente? La biblioteca debe estar a su alcance de manera inmediata.
(Kobo asegura que aunque a uno se le caiga el dispositivo al fondo de un lago, los ebooks reaparecen como por arte de magia en otro. Esto de la magia no me gustó, porque es pura tecnología que deberían explicar).
4. Derecho a la libertad de movimiento.
Si aparece un dispositivo nuevo, mejor, más liviano, más colorido, más elegante, ¿puede transportar toda su biblioteca allí? ¿O si guardaba su biblioteca en un dispositivo que le dieron en el trabajo y luego debe devolverlo?
(El lema de Kobo es "Ningún libro abandonado", que se hace eco de la campaña "Ningún niño abandonado". Y agrega: salte del iPhone a la Blackberry, del Sony ereader al Nook o al Kobo, de la tableta Android al iPad o a la netbook de saldo que compró en una feria americana).
5. DRM solo cuando es necesario, pero no innecesarios DRM.
Si el DRM es obligatorio, usarlo. Pero no encriptar con DRM todo por ser incapaces de pensar en algo mejor.
(Cuando el editor nos pide DRM, lo ponemos. Pero algunas ocasiones felices, nos dicen: "Deja mis libros libres. Sin DRM. Déjalo ir". Y entonces no lo encriptamos)
Kobo pide que a este primer borrador de los derechos del lector digital, los mismos lectores añadan lo que es de su cosecha, de manera de crear conciencia acerca de estos nuevos objetos que han entrado en nuestra vida.
Y hace una serie de afirmaciones y preguntas que algunos juzgarán impertinentes:
¿Saben los lectores digitales que el lugar donde compran sus libros importa más de lo que creen? ¿Saben cuál es el DRM usado por su proveedor? ¿Saben los lectores cuáles son sus derechos y qué piensa su proveedor acerca de ellos? ¿Comparte esa visión de sus derechos con el proveedor? Y sí, reconoce que el DRM de Adobe es muy poco amigable, además de un formato propietario, pero que a pesar de todas sus desventajas es lo mejor porque es compatible con muchos dispositivos. Y lo más importante: nos recuerda que, una vez bajado de Internet, uno puede poner el libro donde quiera.
Kobo no es elegante, pero tiene algunas ideas buenas.
2 comentarios:
Querida Julieta, muy buen post comentando el movimiento de Kobo. Por esta empresa siempre he tenido una simpatía o empatía que no podía explicar. Quizá sea porque siempre hacen las cosas pensando en el usuario final, les podrá salir bien/mal, se podrían equivocar (en esos caso no les duelen prendas el rectificar), pero son decididos y apuestan, siempre con el lector en el centro de sus movimientos. Y eso no es muy común.
Por cierto, muchas de estás cosas que has comentado, serán similares en Google Editions
Agradezco a José Antonio Millán que me señaló un par de erratas, una en cada post sobre derechos del lector.
Corregidas quedan.
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