domingo, 6 de diciembre de 2009
Cuando un libro cobra vida
Encuentro en YouTube, gracias a Nathan Bransford --el agente literario responsable del blog de Curtis Brown-- este video del New Zeland Book Council para promocionar el título Going West, de Maurice Gee, que es una ficción autobiográfica por uno de los escritores neozelandeses más populares y queridos. La animación estuvo a cargo de un estudio londinense, Andersen M Studio, y es digna de una película de Tim Burton. Una impecable metáfora visual de algo que los libros han hecho siempre, al menos en la imaginación del lector compentente: cobrar vida.
Sin embargo, este proceso que va de suyo en los sectores sociales altamente alfabetizados, no es una capacidad innata del hombre y, así como resulta difícil de adquirir, también puede ser muy fácil de perder. La lectura es una adquisición, no viene incrustada en el plan biológico de la especie, como sí lo están la capacidad de lenguaje y el habla. La lectura, con la que convivimos unos pocos desde hace sólo 5000 años, es frágil y hoy está asediada por los nuevos medios. De estos, la Red en la cual publico estas notas de domingo, si bien nos exige alfabetización para participar en ella y por ese motivo podría hacernos creer, a simple vista, que nunca hemos leído y escrito más que ahora, tiene la peculiaridad de inaugurar un nuevo tipo de lectura que impide la introspección, ese lugar donde los libros cobran vida.
"Nunca nacimos para leer" es la frase con la que Maryanne Wolf abre su libro Proust And The Squid: The Story and Science Of The Reading Brain, una entretenida historia del desarrollo de la lectura desde el punto de vista de las neurociencias.
Wolf sostiene que el cerebro aprende a leer tomando prestado sistemas que han evolucionado con otros fines. En la experiencia de la lectura, un complejo entramado "antinatural" permite que los sistemas de reconocimiento visual de objetos vinculen las lineas y garabatos de las letras que tenemos delante de los ojos con los aspectos fonológicos de la lengua hablada. Toda la cadena auditiva-oral de los sistemas que regulan el lenguaje --ese con cuya capacidad sí nacimos-- entra en contacto, e interactúa, con los los sistemas de reconocimiento visual para que las habilidades de lectura se vuelvan instantáneas. Y las funciones superiores del cerebro, las ejecutivas, intereactúan a su vez tanto con los centros del lenguaje como con los sistemas de reconocimiento visual para facilitar la transición a la lectura automática. Wolf dice que sólo entonces, cuando la lectura se vuelve automática, el lector consigue el "tiempo extra" que le permitirá procesar la información del texto.
Es el momento en que los libros cobran vida.
Y depende de unos pocos milisegundos que debemos ahorrar en el proceso de decodificación.
De esta invención cultural que es la lectura desconfiaba Sócrates, como nos lo cuenta el ya bien alfabetizado Platón. A medida que nos internamos en la era de la información digital, el tema socrático se vuelve más y más actual y valdría la pena tenerlo en cuenta, porque la Internet también es una invención cultural: nos ofrece unas oportunidades nunca antes imaginadas, entre ellas, el acceso a tantos millones de libros y de páginas web como no podríamos leer todos los humanos contemporáneos juntos a lo largo de todas nuestras vidas aunque nos dedicáramos a ello en exclusiva. Y nos ofrece distracciones de nuestra atención periférica que usan y abusan de los milisegundos necesarios para la introspección.
¿Estamos en peligro de perder esta frágil capacidad tan reciente para nuestra especie enfrentada a la enormidad de la oferta de información y, lo que es más grave, su simultaneidad? Wolf sugiere que no pasaremos por esta revolución cultural sin daño. Tal vez, al final del camino, nos encontremos con un nuevo córtex, pero no tenemos idea de cómo será.
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1 comentario:
Cierto y, por demás curioso, según Ramachandran [http://www.bbc.co.uk/radio4/reith2003/lectures.shtml], el origen mismo del lenguaje tampoco está inscrito, por decirlo así, en nuestro cerebro. Es, como muchas delas suertes neurológicas de nuestros afanes, un algo que emerge de otras habilidades, valga, de otras áreas.
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