martes, 20 de abril de 2010

De cabeza en un bajío

Y como a los hayedos que migraban hacia el lugar ocupado antes por los pinos en el ecosistema del Montseny se les caían las hojas en otoño, la tierra que los sostenía quedó desprotegida y pronto le faltó agua a sus raíces. Y los hayedos se despojaron de individuos y el Montseny quedó más despoblado y las abejas, que llegaban puntuales cada año, perdían su ventana de oportunidad porque no había polen en las flores, porque estaban atrasadas en la maduración. Y las abejas también se despojaron de individuos y fueron menos y hubo menos miel y menos polinización y menos hayas. Y los hayedos cenceños seguían subiendo por la ladera, expulsando sus semillas hacia lo alto, porque algo tenían que hacer. Así anotaba el maestro catalán en sus notas, que publicó El País en su dominical un domingo de 2007.

Los editores no hacen estudios de mercado. No es por avaricia ni por falta de profesionalidad; es, sencillamente, porque nunca han pensado que hacen productos para la gente, como en cambio les sucede a quienes idean y elaboran electrodomésticos, pipas, o dispositivos de lectura. Lo más lejos que llegan los editores en la imaginación de su negocio es a la puerta de la librería. Aun así, existen empresas como, por ejemplo, R. R. Bowker, que viven de hacer estudios de mercado para el sector del libro. Sus informes se publican en los medios especializados, merecen comentarios e incluso informes de informes, como el que Jim Milliot publicó el 14 de abril en Publishers Weekly, la destronada Biblia del sector.

No he tenido acceso al informe de Bowker, porque es de pago y resulta un lujo inalcanzable si uno no es, por lo menos, RandomHouse; pero los informes del informe dicen así:

En los Estados Unidos, que es el lugar de donde nos llegan las noticias y bien haríamos en conocerlas, en 2009, los títulos publicados por sus propios autores, editores improvisados y zombies (emprendedores dedicados a la puesta en venta de obras que están en el dominio público, ya sea en forma de ebooks o de ediciones bajo demanda) casi triplicó las novedades kosher (o jalal, como uno prefiera) de toda la industria editorial organizada.
  • 764.448 títulos fueron libros publicados por sus propios autores; por editoriales mínimas de nicho sin pasado ni futuro reconocibles; por vanity presses, o por zombies que aprovechan el dominio público.
  • 288.355 títulos salieron de lo que todavía se considera "la industria editorial" establecida que, de aquí en más, llamaremos "tradicional".
  • Los títulos de narrativa vieron su segundo año consecutivo de caída y solo sumaron, en esta ingente producción, 45.181 títulos. 
  • Todas las tiradas se redujeron, menos en los títulos del subgénero "infantil y juvenil", aunque también aumentó la cantidad de novedades.
  • De la edición no tradicional, responsable de 764.448 objetos que se reputan de "contenido", la cosecha ha estado sobre todo teñida de biografías, autobiografías, testimonios, crónicas subjetivas, consejos, más autobiografías y más consejos e historias de familia. Tampoco faltan, y hasta son numerosas, las historias de éxito o infortunio personal.
  •  El crecimiento de la producción, con respecto al año anterior, es del 87 %.
Gran parte de esta metástasis se puede encontrar en la Red. Una mínima parte, en Amazon. Una ínfima parte, en las librerías. Sin embargo, la gran mayoría es inhallable. También ese libro maravilloso que uno esperaba encontrar y leer y que, tal vez, publicó un editor en cuyos criterios solíamos confiar.

Opinadores doctos como Mike Shatzkin nos conminan a digitalizarnos o perecer, pero también nos advierten que la digitalización en sí misma no es solución. La explosión de contenidos de la que somos testigos y hacedores, con la consecuente devaluación de los mismos, ha transformado el lugar de llegada de nuestras migraciones en un bajío, adonde nos hemos echado de cabeza sin contar con que los lodos habían crecido y escaseaba el agua. 

Las redes sociales, de las cuales viven tantísimos expertos en márketing viral, por el momento no hacen más que reproducir lo que sucede en el mundo biológico: el inquietante efecto longtail que estudia la física estadística. Sin ir más lejos, la reciente campaña de Dosdoce para el Día del Libro en Twitter (#1libro1tweet) arroja como resultado de las libres e impolutas preferencias "comunitarias" los mismos títulos anunciados como best-sellers  por la más grande librería online en español, La Casa del Libro, propiedad de Planeta.

La marea está baja y no parece buen momento para zarpar. Sin embargo, tampoco es el día de las trompetas finales. Si somos incapaces de sostener al librero de cabecera que siempre fue nuestra razón de ser y si tampoco basta con huir hacia la digitalización, ¿no sería el momento de dejar tanta agitación y pensar qué está pasando y en qué consiste esta profesión y este negocio de editor?

domingo, 18 de abril de 2010

Una foto en Chueca


Un buen amigo me envía hoy esta foto, tomada en el escaparate de una librería del barrio de Chueca. En ella aparecen algunos de los libros emblemáticos de mi ex editorial, Poliedro, en una oferta casi irresistible: uno se puede llevar tres por sólo 10 euros. Si fuese lector omnívoro, como de hecho lo soy, elegiría estos tres primero: La ciudad de los cazadores tímidos, de Tom Spanbauer; Europeos en extinción, del austríaco Carl-Markus Gauss y El ojo del grillo, de James Sallis, cuarto en la serie de los misterios de Lew Griffin, cuyo sexto título no logramos publicar antes de la Gran Crisis de las Devoluciones. No es que no me llevaría los demás, ya que los publiqué todos y nos costaron muchísimo más que 10 euros el trío, pero los dejaría para una segunda visita al librero.
En su email, José Antonio me comenta la sensación agridulce de ver estos libros en un escaparate de ofertas: por un lado, la pena de que la editorial ya no exista ni yo publique; por otro, la alegría de ver que no están puestos en un baratillo, junto con otros libros fallidos sobre cualquier tema y con cualquier criterio de edición, sino juntos y con cordura en la selección, como si esta editorial extinguida todavía mereciera respeto.
Lo cierto es que las librerías de Chueca siempre nos trataron bien y vendieron, para su tamaño, ingentes cantidades de libros arrebatadores como, por ejemplo, El hombre que se enamoró de la luna, y de libros de dificilísima llegada, como el clásico de John Boswell, Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad.
Bengt Oldenburg y yo no fuimos capaces de hacer la migración a los ebooks que hizo Cecilia Tan, relatada en un post anterior. Tampoco era que las condiciones de la edición electrónica en España estuvieran demasiado claras y esa vez, como otras, nos faltó conversación sobre el futuro.
Migramos, sí, a Sudamérica, más o menos por la misma época en que Circlet Press se internó en el mundo de los libros digitales. Lo bueno de estar en este lugar de Sudamérica es que uno no se siente presionado a pensar en el futuro: por aquí ya pasó. Lo malo de estar en este lugar de Sudamérica es, paradójicamente, que uno tiende a creer que el futuro ya tuvo lugar.
Y la foto me causó, sobre todo, alegría. Aún hay algún librero en Madrid que se acuerda de nosotros, lo cual es muchísimo en estos tiempos de febriles novedades.

miércoles, 14 de abril de 2010

Migraciones forzosas


En 2007, el dominical de El País publicó un reportaje sobre una maestro catalán aficionado a la botánica, que dejó unos cuadernos de notas sobre qué les pasaba a las plantas y a los árboles de su comarca. Empezó a tomarlas en 1952, cuando yo todavía no había nacido. El reportaje, que no guardé ni encuentro hoy en Google, me impresionó muchísimo porque, a partir de las notas del maestro rural, podía ver los queridos bosques del Montseny caminando hacia las cumbres, moviéndose al igual que se movía el bosque de Macbeth. Los pinos de altura, que aseguran frescor y sombra, se veían desplazados por los hayedos, que subían y subían para refrescar sus raíces, pero las hayas son caducifolias y no podían asegurar el frescor ni la sombra que sus propias raíces necesitarían en poco tiempo, cuando llegara el verano.

Más o menos por entonces, Cecilia Tan, escritora, editora y fundadora de Circlet Press, iniciaba otra migración: de los libros de papel a los libros electrónicos. Y por motivos bastante parecidos a los de los hayedos del Montseny. Hace unos días, subió a la Red el contenido de una charla en la que cuenta esta experiencia, en el contexto de la conferencia From Gutenberg to Google, organizada por Bookbuilders of Boston y el Emerson Publishing Club. Traduzco y subo aquí sus reflexiones porque tienen la fuerza de la experiencia vivida y están muy lejos de las especulaciones teóricas a las que nos hemos acostumbrado en este momento de r/evolución digital en el mundo del libro. Creo que serán de gran provecho tanto para editores independientes como para libreros de cabecera.

Los tres retos candentes a los que se dirige Cecilia son:
  • la transición del entorno físico de la librería al entorno online;
  • la importancia de la participación del autor en las redes sociales;
  • la piratería; (¡glups!)
Aquí, sus palabras:

No llegué a los ebooks ni me coloqué a la vanguardia de la innovación de las tecnologías del libro porque pensara que los ebooks eran la nueva onda y quisiera estar en el centro de la acción. No, en lo esencial, me vi forzada a convertirme en una experta en ebooks o mi editorial se iba a la deriva. Fundé Circlet Press en 1992, mucho antes de ese pequeño inconveniente que hoy llamamos la Crisis de las Devoluciones.
La historia de Circlet es agitada: nos golpearon todas y cada una de las convulsiones de la industria editorial desde el año de nuestra fundación. Sobrevivimos a la quiebra de Inland Book Company; después, a la suspensión de pagos del distribuidor LCD. Si le echaran una mirada a mi lista de Clientes Importantes de hace diez años, verían una relación de al menos 50 mayoristas y minoristas que o bien han cerrado el negocio, o que han dejado de comprar libros o que han disminuido drásticamente sus pedidos y dejado de lado nuestros títulos.
Bookpeople ha desaparecido, Tower Recordos ha desaparecido, Lambda Rising ha desaparecido, y la lista sigue. De aquellos 50 clientes importantes, sólo quedan dos y son Borders y Barnes&Noble.
¿Qué pasaba si alguna de las dos grandes cadenas de librerías decidía no pedir alguna de nuestras novedades? No teníamos más alternativa que cancelar la publicación.
Las cosas fueron a peor: hubo títulos que ninguna de las cadenas aceptaró o de los cuales pedían cantidades tan exiguas (100 ejemplares o menos) que me preguntaba para qué se tomaban la molestia. A esas alturas, en 2008, la entrada de caja era casi nula y Circlet Press estaba, en principio, muerta.
Como ya no tenía nada que perder, empecé a convertir nuestro fondo en ebooks y a ponerlos a la venta en la tienda de Kindle o en el sitio de Fictionwise, tan solo por hacer *algo*. No tenía dinero, pero si para empezar a vender ebooks lo único que hacía falta era una inversión de sudor, bueno, eso estaba en condiciones de ponerlo. Aprendí a formatear para Kindle por mis propios medios y pasé por el aro de Fictionwise, et voilà! 
¡Ebooks!
Las ventas eran irrisorias. Pero, teniendo en cuenta que, en aquel momento, los costes de puesta en marcha de un ebook eran casi equivalentes a cero, porque empecé con títulos cuyos derechos ya tenía y tan solo ponía capital sudor, hasta esas ventas insignificantes eran mejor que nada.
Después, empezamos a hacer ebooks originales. En lugar de restringirnos a la conversión del fondo, empezamos a producir títulos nuevos por primera vez en años. Circlet Press siempre ha publicado muchas antologías y libros de cuentos: los transformé en programas para becarios en prácticas. En las 12 semanas de duración de las prácticas, podía guiar a un becario a través de todo el proceso, empezando por el pedido de propuestas a los autores, la selección de los cuentos, la revisión y la edición, la composición tipográfica y el diseño del PDF, el posterior formateo para Kindle y otras plataformas, ¡y listo! El libro estaba vivo y a la venta antes de que el becario hubiese abandonado mis oficinas.Por las venas de una editorial corren dos elementos vitales: dinero e ideas. De pronto, teníamos un constructivo flujo de ambos, cuando apenas unos meses antes estábamos más muertos que clavo remachado.
Dos años más tarde, hemos logrado beneficios durante dos ejercicios (después de 5-7 años de pérdidas) y ahora cuento con un equipo de seis editores externos que contratan y editan libros para nuestro nicho y, al paso que llevamos, este verano será el de nuestro apogeo, con el lanzamiento de un nuevo título electrónico por semana. Muchos de ellos solo venderán unos pocos cientos de ejemplares a lo largo de 2-3 años, pero cada uno de ellos recuperará la inversión y dejará beneficios, y muchos de ellos significarán ingresos más importantes para el autor de los que jamás hayamos pagado por un libro impreso.
Hecha la transición del papel a lo digital, hay tres temas candentes a los que quiero referirme y que están íntimamente relacionados. Piratería; redes sociales y la importancia de que el autor participe en la promoción de su libro; y la transición de un modelo de negocio centrado en las librerías a un modelo digital. ¿Qué tienen en común estos tres puntos? 
La capacidad de ser descubierto
El primer obstáculo con que se encuentra un libro es la falta de atención que le impide ser descubierto.
Uno puede haber escrito el mejor libro del mundo, pero si no está en los anaqueles de la librería, ¿cómo se enterará su posible lector? Toda la gente de prensa y promoción de las editoriales sabe que, en el modelo de negocio tradicional, si el libro no está en las mesas y en los anaqueles cuando uno logra cobertura en los medios más importantes o hay una gran presentación del autor, se pierde casi todo el repunte de ventas que se habría logrado.
El antiguo método para descubrir libros era, para la gran mayoría, ir a la librería, pasearse por sus pasillos y ver qué había.
Este método se está desmoronando por varios motivos. Hay menos librerías. Las que hay, en buena medida, pertenecen a grandes cadenas, a menudo no tienen librero de cabecera que jerarquice el abastecimiento y sus existencias son paupérrimas. Hace poco, Borders hizo una reducción masiva de su inventario que se tradujo en menos títulos por anaquel. Los libreros independientes, con excelentes políticas en la elección de títulos, a menudo se encuentran con grandes desafíos de inventario y de flujo de caja. Aun así, la razón por la cual nosotros, los editores, seguimos vendiendo los libros en consignación y con derecho a devolución es que la mejor manera de vender un libro es que esté a la vista en los anaqueles para que el consumidor lo encuentre.
Entonces, ¿qué pasa cuando hay menos librerías, menos anaqueles y más competencia por el espacio que queda? Uno se ve obligado a explorar otros métodos que permitan el descubrimiento de la obra. Y, desde luego, los ebooks no necesitan ni librerías ni anaqueles físicos.
En materia de ebooks, descubrimos que hay que tener los libros colgados en las páginas de los minoristas con más tráfico. Hay algunas excepciones como, por ejemplo, La cueva de Ellora y Torquere Press, dos editoriales especializadas en novela romántica, que han construido también modelos de relación directa con el consumidor. Pero para una editorial generalista, construir una marca que la haga reconocible es más difícil. En estos casos, es el autor quien posee el nombre de marca, no RandomHouse o St. Martin's Press. De manera que hay que tener los libros en la tienda de Kindle, en Fictionwise y también en la tienda de Mobipocket: los sitios donde ya está congregada la gente que quiere ebooks. Lo que en las librerías era un paseo a pie, se ha transformado en un paseo de miradas en los websites.
¿Qué se puede hacer para acrecentar los paseos de las miradas?
¿Quieren saber dónde se congregan los más ávidos lectores de libros electrónicos que navegan por la Red? En los sitios piratas. Y aquí está el asunto. La gente que piratea libros no es gente que odia los libros ni a los autores. Es como decía Nietzsche. El águila que se come al cordero no odia al cordero. El águila adora al cordero. A esta gente la chiflan los libros. Son insaciables. Por eso frecuentan los sitios piratas y hablan de sus autores favoritos en los foros y preguntan por otros dispuestos a compartir sus archivos digitales e, incluso, crean versiones digitales de los libros que todavía no las tienen.
Hasta ahora se ha realizado un par de estudios donde se señala que el aumento de la piratería digital de un título parece conducir al aumento de las ventas de la versión impresa. El jurado sigue deliberando sobre si un libro que sólo existe en como ebook resulta perjudicado por la distribución pirata, pero, ¿qué hay si lo que uno quiere es vender libros de papel? Ser pirateado, en este caso, equivale a vencer de alguna manera el inconveniente de la ausencia de descubrimiento. Cuanto más piratas vehementes hablen de un libro y lo recomienden a otros que también lo descargan, mejor, siempre y cuando uno tenga los ejemplares físicos para venderle a los conversos que lo quieren para sí, o para regalarlo a la tía María, o para tenerlo en su biblioteca, porque ¿quién sabe si el archivo digital seguirá siendo legible dentro de 20 años? 
Las redes sociales y la posibilidad del descubrimiento
En mi condición de autora, he publicado con editoriales grandes y pequeñas. HarperCollins, Avalon, Running Press, etc. En la mayoría de ellas, los departamentos de promoción no querían mi participación. La actitud era que si el autor participaba podía, de alguna manera, "malograr" los esfuerzos del publicista.
Pero, ¿adivinen qué? Ahora que el espacio dedicado a recensiones ha disminuido drásticamente, a menos que se tome en cuenta a los blogs, el publicista necesita lugares y caras nuevas para el lanzamiento de los libros. Y los blogueros no quieren ni oír hablar del brazo propagandístico de las grandes grandes corporaciones. Quieren escuchar al autor. Así, de repente, el autor es alguien a quien hay que poner en juego para acercarse a los blogs y a los websites y conseguir menciones y reseñas.
Estamos viendo el despertar de las Giras de Blog. El autor escribe una serie de ensayos cortos y algunos artículos de opinión relacionados con el libro que los publicistas están promoviendo y los postean como "bloguero invitado" en sitios de mucho tráfico, siempre con enlaces a la página del autor y un botón de ¡Cómpralo ahora! vinculado al libro.
¡Editores!, provean a sus autores con ese pequeño trozo de código HTML. Solían equiparlos con una gacetilla de prensa y la cubierta del libro para que las repartieran. Hoy, denles el botón de ¡Cómpralo ahora!
Esto implica más trabajo para el autor, por supuesto, y cada tanto oímos quejas en ese sentido: "Ya escribí el libro, ¿ahora tengo que promocionarlo? ¿Acaso no es el trabajo del editor?" Pero la pura verdad es que la mayoría de los autores quiere participar en la promoción y el márketing de sus libros y ya es tiempo de que los editores aprovechen esas energías. (Y no me malintrepreten: los autores todavía necesitan de los editores. Podría dar una charla entera sobre el tema).
Lo anterior significa que el autor debe tener su propia página o blog, su página de fans en Facebook, su feed en Twitter, etc.
Si el autor publica su primera novela, tal vez no haya construido todavía una comunidad de seguidores en las redes sociales, pero la situación cambia si el escritor es experto en alguna materia y no escribe ficción. La posibilidad de que tenga un grupo de gente que lo sigue en las redes a causa del tema y que, a su vez, participa en otros grupos y organizaciones, es alta. Y hasta los novelistas, si se han dedicado a algún tipo de género, es probable que hayan escrito cuentos, asistido a convenciones y otros eventos por el estilo, que los ponen en contacto con sus lectores potenciales. Quienes lo siguen serán los primeros en descargar su libro en cuanto el autor active el enlace ¡Cómpralo ahora!
Los autores duchos en las dinámicas de las redes sociales superarán el escollo más rápido, porque están "allí", donde los pueden ver y descubrir. Deberían ser googleables. A medida que pase el tiempo, estas cualidades se volverán tanto o más deseables para los editores que la verdadera habilidad para escribir del autor.
Y aunque, por supuesto, en un año y medio o dos, este paisaje podrá ser completamente distinto, no veo que ninguna de estas tres dificultades se vaya a superar en el corto plazo. La capacidad de ser descubierto ha sido siempre uno de los grandes retos para los autores (fíjense si no en La vida de Pi, de Yann Martel, que vendía una miseria hasta que consiguió el Premio Booker, después de lo cual vendió 7 millones de ejemplares) y para los editores que tratan de imponer autores nuevos y nuevas ideas.
Lo fue antes de la era digital y los seguirá siendo a medida que aparezcan nuevos dispositivos de lectura y nuevas formas de consumir literatura.

Para la versión original en inglés de este artículo, dirigirse a la página de Digital Book World.

sábado, 10 de abril de 2010

La versión noruega de la tecnología libro



Encontrado en Editobits, gracias a la recomendación de David Soler Freixas.

En otras palabras



Si se describe un viejo libro de papel con la fraseología que utilizamos para los nuevos dispositivos lectores necesarios para disfrutar de un libro electrónico, nos encontramos con la sorpresa de que muchas de las cosas que ni siquiera Steve Jobs puede resolver con su imperio tecnológico, ya estaban resueltas en el libro de papel, que heredamos de los primeros códices cristianos.

Llegué a este divertido anuncio de Book, la nueva revolución tecnológica, gracias al poeta Patrick Davenne.