miércoles, 1 de diciembre de 2010

Editores sin fronteras

Alejandro Katz
Alejandro Katz ya no fuma en pipa. También ha dejado el cigarrillo. Es un día de noviembre, bien entrada la primavera austral, y los 370 mil árboles de las calles y parques de Buenos Aires polinizan sin cesar, en una sucesión de flores azules, amarillas, blanquecinas, rojo punzó. "Desde que dejé la pipa, las alergias me persiguen. El humo del tabaco seguramente me había cauterizado varios receptores que ahora son muy sensibles al polen. Cambié los peligros ciertos del tabaco por los de un eventual shock anafiláctico", bromea. No es el único cambio radical en la vida de Katz: también prefirió los sobresaltos de la edición independiente a las certezas desgastadas de una editorial, Fondo de Cultura Económica, a cuyo catálogo contribuyó durante 15 años con títulos inolvidables.

"No, fotos no", me dice unos días antes de la entrevista. "Mejor las cubiertas de los libros", sugiere. Acepto, porque de lo que ando detrás es de su palabra y de su visión de la edición en la Argentina en estos momentos de cambio de paradigma. Y me resigno a contrabandear desde la Red esta foto ahumada.

El mundo en el que floreció un proyecto como el de Fondo de Cultura ya no existe más. Lo sabemos algunos, lo intuyen otros, y no faltan quienes lo niegan agresivamente, decididos al degüello del mensajero.

ESTALLIDO DE LOS MAPAS

"Hay una tensión entre la territorialidad de los mercados y la universalidad de los derechos que un editor debe estar dispuesto a considerar y resolver. Detentar los derechos de un libro que sos incapaz de distribuir en según qué territorios te convierte en lo contrario de un editor, porque en lugar de difundir bloqueás la circulación de las palabras y las ideas." Así empieza su relato de por qué dejó un puesto envidiable en una editorial consolidada por un proyecto propio en tiempos de tribulación. Muy afectado por la crisis económica en España, un mercado que representaba el 65 por ciento de las ventas de la editorial que lleva su apellido, Katz no teme mirar la realidad a los ojos: "No sé si la editorial tiene un destino, pero tenía que probar. Sabía que tenía que hacerlo, me lo debía".

Para cualquiera de los que hemos trabajado en un grupo editorial grande, la autonomía de la que gozó Alejandro Katz en Fondo de Cultura es un lujo: de casi 700 contratos firmados a lo largo de 15 años, solo dos veces recibió presiones y, además, "en forma de observaciones amistosas". ¿Por qué te fuiste?, es la pregunta espontánea y, una vez lanzada, me doy cuenta de que tiene música de bolero. Lo ilustra con la historia de uno de los libros más queridos de mi biblioteca personal, Las grandes tendencias de la mística judía, de Gershom Sholem. "Teníamos los derechos mundiales, pero no lo distribuíamos en España. Jacobo Stuart se enamoró del libro y me propuso editarlo en Siruela. Llegamos a un acuerdo y se imprimió en su sello con un duplicado de las películas que habíamos usado en Buenos Aires." De manera que Alejandro Katz también fue editor de uno de los mejores libros de Siruela. "Esta situación se dio más de una vez, con otras editoriales que querían poner a disposición de sus lectores títulos que Fondo tenía en su poder y que, por la estructura territorial de los mercados, quedaban bloqueados. No solo se fue haciendo cada vez más difícil favorecer estas sesiones, sino que me producía cierta incomodidad. No es la función de un editor comprar derechos para su idioma y luego revenderlos territorio por territorio."

Así surgió Katz, la editorial, pequeña, ágil y con vocación panhispánica. Una vocación que se refleja en un catálogo universal en su concepción y en el tejido, menos visible y menos ameno, que le ha permitido tener una estrategia de distribución no centralizada. Para atenderla, Katz imprime indistintamente en España, en Argentina o en Uruguay. ¿En Uruguay? "Sí, cada vez más. Los precios son mucho más competitivos que en Argentina, la calidad es superior, y siempre entregan en fecha." ¿Y todo esto no significa un derroche de energías? "Un editor debe atender una doble vía. Ocuparse de lo local, de aquellas ideas que surgen y circulan exclusivamente en el ámbito de una región y atender también a un lector al que no se tiene en cuenta. Ese lector cuyo rasgo fundamental no es la territorialidad y que está atravesado, en cambio, por el tiempo en el que vive. Hay, para la edición y la lectura, espacios que ya no están ligados al territorio." La globalización, la libre circulación de los capitales, las nuevas tecnologías, la democratización y aceleración de las comunicaciones en tiempo real han dado nacimiento a este lector atravesado por el tiempo. Este lector, para Katz, se inscribe en el ámbito de las libertades negativas, tal y como las definió Isaiah Berlin.

"Hay una definición de libro a la que muchos siguen aferrándose. Es una definición caduca y falaz. Es la que hizo en su momento la Unesco. No nos sirve más." Para la Unesco, un libro es la reunión de un pliego de 24 hojas de papel, unidas por una encuadernación, que da como resultado 48 páginas de lectura. Todo lo que tenga esas mínimas características es libro, como también es libro lo que venga en varios tomos o en uno solo de mil páginas. "Esa definición tenía por objeto facilitar el paso de los libros en las aduanas. Pero con ese criterio, la guía telefónica es un libro." También, me digo, uno de sus objetos fue facilitar la unificación de estadísticas, ese espejo deformante. Entonces, pienso en el aquellarre de metadatos con el que se enfrentan cada día los geeks y los bibliotecarios encargados de poner orden en Google Books, esos millones de "libros" escaneados por el gigante de Internet. ¿Cuántos libros hay sobre el planeta? Hay muchos más de los que son.

LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS

"En la tensión entre lo local y lo no-local, las nuevas tecnologías han provocado un cambio abrupto. Antes, un editor debía ocupar el espacio físico para difundir sus libros. Hoy, esa presencia no es imprescindible. Desde otro ángulo, estamos otra vez ante el surgimiento de espacios no asociados a los territorios." En esta dislocación que Katz describe con la precisión de quien la ha vivido, "el lector tiene una conciencia de la utilidad del libro que pasa por sus intereses, no por la localización del objeto, y no encuentra una respuesta eficiente." Para este editor, en lo práctico, las nuevas tecnologías no lo ayudan en nada: "Han desatado expectativas no cubiertas y hay una gran desadecuación de la oferta". Uno se pregunta si eso no se resolvería cubriendo las nuevas expectativas desde la industria editorial, pero Katz ya ha saltado sobre una nueva pregunta no formulada: "Para que las nuevas tecnologías me sean útiles, tengo que encontrarles sentido en la historia del libro. El ejercicio intelectual que me he propuesto es retroceder a otro momento de cambio, a los años 30 y la aparición del libro de bolsillo."

Le digo que me hace acordar a Richard Nash, el editor de Cursor y gran esperanza blanca de la edición neoyorkina en este cambio de paradigma, pero no lo conoce. Las coincidencias, entonces, son esas que se dan entre gente atravesada por el mismo tiempo, uno de grandes sacudidas. 

El libro, tal y como lo concebimos hoy, no es el de Gutenberg, ni siquiera es el libro de la revolución industrial. Ese libro cuya vida unos quieres preservar porque creen en su muerte y cuya muerte inminente anuncian otros, el libro masivo, es un producto con el cual hemos convivido tan solo 80 años. Cuenta la leyenda que Allen Lane tuvo la idea de fundar Penguin mientras esperaba el tren en una estación de Londres. Las caras de aburrimiento extremo de la gente en los andenes le hizo pensar en qué buen servicio (y qué gran negocio) sería poner a su disposición, en esos momentos muertos, libros con contenidos calidad a un precio que no excediera el de un paquete de cigarrillos. Se fumaba mucho en los años 30 y se leyó también mucho desde la popularización de esta idea. Los nuevos libros, tal y como los concebía Allen, debían salir de las librerías e ir al encuentro de los lectores en los kioskos, en máquinas expendedoras, allí donde estuvieran. Una clara dislocación de la industria y su cadena de valor establecida. Se alzaron voces aun más airadas: era la muerte de la cultura occidental. 

"El libro de bolsillo contribuyó a la diversificación de la especie libro, a que surgiera una subespecie. Si hay algo que las nuevas tecnologías nos permiten, nos exigen, es a ver que el libro se está diversificando, fragmentando, en muchas subespecies. Hay contenidos que deben quedar fuera de la especie libro y esto genera mucha resistencia." No le faltan los ejemplos. "Los repertorios de información de doble entrada, como los catálogos o las enciclopedias, no son libros. Los hemos identificado con libros gracias a esa definición falaz de los pliegos encuadernados. Creo que Apple, por ejemplo, está haciendo mucho por obligarnos a pensar de otra manera. Mirá aquí", dice, empuñando su iPhone. Aparece el mapa de una guía de viajes. "Esto no es un libro, esto es una app y Jobs no permite que las apps sean llamadas libros. Para eso está el ePub y el iBookstore. Un ePub es un libro, electrónico sí, pero libro. Las apps son un nuevo género discursivo."


Para Katz, la aparición de lo digital permitirá, por primera vez desde Gutenberg, que dejen de considerarse libros lo que simplemente son formas del conocimiento. "La industria editorial ha forzado una interpretación demasiado atenta a lo que unifica los procesos productivos y no a lo que diversifica los contenidos, las motivaciones, todo lo que hace a la conciencia de necesidad del lector." Ese lector entra a una librería buscando, por ejemplo, un libro de Nicole Loreaux sobre la elaboración del olvido en la memoria de Atenas, y tiene que pasar sobre barricadas de libros de jardinería, de cocina, de guías de viaje, de novelas policiales, de agendas. "A cualquiera le parecería un disparate que existiera un lugar donde se comercializan todos los objetos que tienen en común el concepto de tracción. Una tienda donde vendieran coches, bicicletas, tanques de guerra y podadoras de césped. Sin embargo, eso es una librería hoy." Brillante y demoledor. 

Comentamos la coartada cultural de tantos y tantos editores para defenderse frente al cambio de paradigma, para conseguir subsidios, para detener los cambios que exigen los lectores familiarizados con las nuevas tecnologías, y no las tecnologías per se. "Los productos de la cultura que entran en la economía, ¿desde dónde se piensan? Una vez que han entrado en la economía, esos productos son mercancía." Esta conversación levantará ampollas, me digo. "Si los pienso como insumos, que es como debo pensarlos, enseguida me doy cuenta de que algo anda mal. Una novela policial, por ejemplo. ¿Cuál es la motivación de compra de ese lector? Que va a pasar el fin de semana en el country con su familia, que no aguanta a su suegra y que la trilogía Millenium le permitirá huir con un sano pretexto de situaciones incómodas o aburridas. Ya está. La novela policial, como insumo, se agotó en sí misma." Katz sigue diseccionando: "En cambio, un ensayo, pensado como insumo, no se agota de la misma manera. Alguien que compra un libro de antropología tiene otros usos para él. Por ejemplo, lo usará como fuente para otro libro que está escribiendo. O para la conferencia que está preparando. O para su tesis doctoral. Aunque la novela policial y el ensayo tengan páginas, cubiertas y lomos, no son la misma mercancía." 

"Y es la aparición de lo digital lo que nos permite hablar de esto."


LA REALIDAD REAL, COMO SI HUBIERA OTRA


Pero yo había ido hasta esa casona de Villa Ortúzar sin logos ni carteles, pintada en dos tonos de verde grisáceo, que me hizo pensar en las sedes de las "marcas secretas" que pueblan la última novela de William Gibson, con el objetivo de hablar de la industria editorial en la Argentina, que este año fue invitada de honor en la feria de Fráncfort. Debo dar un golpe de timón. 

¿Qué piensa Alejandro Katz de una industria dividida en dos cámaras del libro enfrentadas y con una incipiente fractura nueva en una de ellas? ¿Favorece esto el renacimiento de una industria editorial asolada en los 90 y casi disuelta con la crisis del 2001? "Ninguna de las dos cámaras tiene peso económico en estos momentos. Hay una capacidad de hacer lobby político e institucional desde la CAL (Cámara Argentina del Libro), pero aquí carecemos de los cuadros de los que dispone la Federación Española de Gremios de Editores. Y el lobby se hace desde la ideología, una ideología berreta que busca prebendas y subsidios." La editorial Katz está en la "otra" cámara, la de los "malos", la Cámara Argentina de Publicaciones. Me pregunto por qué, siendo un editor independiente local, ha terminado en compañía de los grandes conglomerados vistos con tanta desconfianza desde la CAL. "Cuando se produjo la división, yo estaba en Fondo de Cultura. Vos sabés qué significa Fondo de Cultura. Bueno, para la entonces la actual dirección de la CAL, esta editorial pública mexicana entraba en la bolsa sin fondo del 'imperialismo', lo que no deja de ser una miopía grave."

Muy bien, pero que me cuente más, porque si bien los argentinos son rápidos y ocurrentes para la descalificación del prójimo, una buena entrevista exige más que opiniones y las rupturas no suelen basarse exclusivamente en la ideología, que suele ser resistente pero sufre de indolencia congénita. "Vos no estabas aquí cuando la crisis del 2001. Aquello fue el caos. En medio del corralito, de la devaluación asimétrica, de los piquetes y los saqueos, nadie sabía dónde estaban sus libros. La mayor cadena de librerías del país hacía seis meses que no entregaba ninguna liquidación. No era que no pagaban, era que ni siquiera sabíamos cuánto debían. En esa desolación, un grupo de editores comenzamos a reunirnos en el edificio de la CAL. Había de todo. Estaba Planeta, pero también estaba la editorial argentina Sigmar y Riverside, que de extranjero solo tenía el nombre. Cúspide, Fondo de Cultura, Paidós, que todavía no había sido comprada por Planeta. Nos unió una necesidad sectorial, porque si dejábamos que los acontecimientos siguieran su curso, cerrábamos todos."

La palabra no le gusta, se le nota porque se revuelve en el sillón después de pronunciarla, pero lo cierto es que ese grupo de editores decidió "disciplinar" el mercado. Los llamaron el G12. "Si un librero no liquidaba los libros a cualquiera de los editores del grupo, el resto les retiraba todos sus fondos." En momentos duros, tipos duros. Suena razonable. Iban en serio. Pero la CAL no equivale a los gremios de editores tal y como los conocemos en España, en la CAL conviven editores, libreros y distribuidores en dulce montón, pegados con saliva por ese concepto vacío que recibe el nombre de libro. Y la demografía favorece a los libreros. Hubo unas elecciones, falló la lista única que proponía al decano de los independientes, Daniel Divinsky, para encabezarla y, en unas elecciones algo enrarecidas, ganó una lista apoyada por los libreros de los cuatro rincones del extenso desierto nacional. "El ganador fue Rogelio Fantasía", me cuenta, y casi me ahogo de risa. Pero, ¿quién es Rogelio Fantasía?, pregunto, escudándome en los largos años pasados fuera del país. "Uno de los tres yernos de Macchi, un editor de textos legales que se vendían en las universidades y que hace un tiempo quebró." No es fantasía, es la realidad real. 

Y se produjo la ruptura. 

¿Cómo se elaboran los grandes lineamientos del sector en estas condiciones? "No hay lineamientos; hay voracidad por un mejor acceso a las compras públicas. Aunque todos trabajemos con pliegos encuadernados, el librero y el editor tienen intereses contradictorios. Siempre fue así, en todas partes. No se pueden elaborar políticas sectoriales cuando en una misma entidad hay intereses enfrentados." Le pregunto por las perspectivas de reunificación y me contesta lo que todos los editores independientes sabemos: "Desde que tengo mi editorial, ya no me dedico a la política gremial. Somos cinco personas para publicar 28 títulos al año. Tenemos imprenta en Barcelona y en Montevideo. Mercados que van desde México hasta la Patagonia. Periódicos a los que enviarles las novedades en Madrid y en Santiago de Chile. No puedo dedicar una tarde a pasarme por la cámara."

La vocación extraterritorial de Alejandro Katz ha sido puesta a prueba por la crisis económica de los países centrales y, como es de los que miran de frente, no le asustan sus propios pronósticos. "Aunque España se recupere, nunca más llegaremos a las cifras de ventas anteriores a la crisis. Creo que esto vale para Katz y también para muchos editores con sede allá. El mundo de la edición está cambiando. Tendremos que vender menos cantidad de más mercancías, mercancías muy diferenciadas. No todos estarán preparados para ello."


Los árboles de Villa Ortúzar no son tan grandes ni frondosos como los de Palermo, pero dan sombra. Mientras camino hacia la parada del 39, me digo que alguien con una visión tan clara tiene derecho a una oportunidad. Conozco gente en Madrid que ha dejado de comprar sus libros, con pena, porque los presupuestos familiares se estrechan. Gente en Lima que no conoce su existencia. Y gente en Barcelona que lo admira, pero que ha leído muchos de los libros que publica en idioma original. Una editorial como Katz está en la encrucijada del tiempo de cambios que vivimos y su doble situación, a la vez precaria y vigorosa, nos urge a pensar en nuevos caminos.

6 comentarios:

Tati Mancebo dijo...

Me ha encantado la entrevista. Me interesa ver que las cosas bien hechas del S XX siguen teniendo sentido en el S XXI, aunque en ocasiones sean insuficientes. Creo que dejando a un lado el libro-objeto-regalo-fetiche, cualquier editorial debe necesariamente integrar los formatos electrónicos si no quiere desaparecer. Del mismo modo que todas tienen páginas web, todas deben vender libros electrónicos, porque este formato está haciendo cambiar los hábitos de compra del libro en papel en un sentido que todavía me parece difícil de detallar.
Me quedo con dos frases:
1. Aunque la novela policial y el ensayo tengan páginas, cubiertas y lomos, no son la misma mercancía.
Y de paso vuelvo una vez más a una de mis neuras. Cuáles son el interés y la intención última, que yo no tengo, de leer novela policiaca, novela negra, terror, etc.
2. Un ePub es un libro, electrónico sí, pero libro. Las apps son un nuevo género discursivo.
Con esta no estoy de acuerdo en absoluto. Un libro ya no es un libro sino un libro, diría yo. Las apps. son como comprar una vajilla cada vez que quieres comer en platos limpios.

gindij dijo...

Lamento que Alejandro, demandado por su actividad profesional, no disponga de tiempo para dedicarse al menos mínimamente a la actividad sectorial en la que indudablemente puede hacer grandes aportes.
Lo digo sin chicanas. Me consta que en otros momentos se dedicó a ello y especialmente a la actividad de formación profesional, cosechando suspiros en la UBA (cuando aún fumaba).

En el 2001, era yo quien participaba escasamente de la actividad gremial. Pero era ya un editor consolidado y sufrí, como otros la crisis del 2001, pero antes de eso, la crisis de la recesión del 2000.
El recuerdo que guardo de la fractura de las cámaras era que asi como en los 80 las multinacionales cambiaron las reglas del mercado e impusieron la consignación, los más poderosos volvieron a imponer reglas y convenios a las librerías independientes condicionando su operatoria comercial. Sincerándola si se quiere.

Estaban en su derecho, indudablemente.
Pero las librerías que no podían prescindir de eso 12 empresas, entre los que estaba Riverside (que de extranjero no tenía solo el nombre, sino también a Taschen, Konemann, Anagrama, Blume, Siruela...).
Todos habíamos ajustado nuestras economías, y muchas librerías y editoriales y sobre todo las importadoras (tanto librerías como distribuidoras) estaban al borde del default privado.
Las librerías se vieron obligadas a responder primero a los más grandes que actuaban corporativamente y en relegar a los proveedores más chicos.

gindij dijo...

/por requerimientos técnicos debí dividir en dos mi comentario/

La edición en la Argentina estaba incluso más concentrada que ahora. Y ello implicó un cisma casi natural en el que 12 empresas privilegiaron, como es lógico y esperable, sus intereses económicos por sobre los de las demás.

La CAL pudo tener entonces fantasías y desatinos, ciertamente. Pero no podemos obviar que existiendo hoy dos cámaras, ambas movilizadas por intereses comerciales, una reúne los catálogos de una cuarentena de socios, cuyos capitales son, en su gran mayoría (incluyendo una parte de los de Katz, la editorial) extranjeros; mientras la otra agrupa a más de 500 pymes argentinas.

Que entre los socios de la CAL existan unos pocos libreros (menos que los que gustaría si estuviera en mi asociarlos), y los distribuidores del sector no va en desmedro de su accionar o representatividad. Muy por el contrario.

Hecho estos comentarios, aprovecho para saludarlo a Alejandro y agradecerle comparta sus reflexiones, como a Julieta haberlas vehiculizado en este nuevo y necesario espacio de entrevistas.

Julieta Lionetti dijo...

Gracias a Tati y a Guido por pasarse a comentar.

Si Guido ha tenido que dividir su comentario en dos por requerimientos técnicos es porque, de alguna manera, excedió las medidas del género. Más que un comentario, ha dejado aquí toda una tesis.

Agradecida como estoy por los comentarios, que son los que dan vida a un blog, no quisiera que la serie de entrevistas que publicaré sobre el estado de la edición en la Argentina se convierta en plataforma de discusión de asuntos gremiales. Hay otros sitios más idóneos para hacerlo y el objetivo de este blog personal es otro, como bien se destaca en su cabecera y en el texto de bienvenida.

Abrir las puertas a otras voces en los posts de Libros en la nube, en forma de entrevistas, era algo que me debía y debía a mis lectores. Supone riesgos y exige complicidades. Los riesgos los pongo yo; las complicidades se generarán o no. La principal es que todos sepan que son mis invitados y que no estaría bien visto que rompan la vajilla.

Alejandro Katz dijo...

Estimada Julieta,

No quiero abusar de tu blog, pero hay en el comentario de Guido Indij algunos errores fácticos que quiero precisar:

1. Si bien no participo de actividades gremiales, no he dejado de dar clases, como señala Indij. Soy profesor de edición en la Universidad de Buenos Aires, donde dicto una materia de forma ininterrumpida desde la creación de la Carrera de Edición en 1992.

2. Si bien no me disgustaría en absoluto (e incluso creo que sería útil) contar con un socio extranjero, lo cierto es que todos los accionistas de Katz Editores S. A. son personas físicas o jurídicas argentinas.

3. Atribuir un carácter extranjero a la distribuidora Riverside, por ser representante en Argentina de sellos del exterior, es tan absurdo como atribuir un carácter extranjero a cualquier buena librería del país, cuya oferta está integrada por una importantísima participación de libros procedentes de otros países, principalmente de España. En ambos casos –la distribuidora que importa y la librería que vende, y que en ocasiones también importa- celebro que haya quienes tomen la decisión de aumentar la oferta de obras literarias y de conocimiento que se hacen disponibles para los lectores de nuestro país. Dado que Argentina no produce más del 15% de la oferta total de libros disponibles en nuestro idioma, la tarea de acercar al público la mayor cantidad posible de las obras que integran el 85% restante me parece fundamental.

Cordialmente,
Alejandro Katz

ipad libros dijo...

Hola estuve revisando tu blog y me parece muy interesante y entretenido, sobre todo que la información es detallada y precisa, espero que sigas posteando más temas para informarnos y comentar.
Saludos.