miércoles, 18 de julio de 2012

El precio fijo, el IVA y el vacío legal de los ebooks

¿Son editores quienes, como Intangible, Musa a la 9 o Sin errata, solo publican en digital? Todo parece indicar que sí. La paradoja es que lo que editan no son libros, aunque estén sujetos a la ley del precio fijo que, en España, solo afecta a esas mercancías que juntan palabras en una unidad discreta de sentido.

Las leyes y las normas de la Unión Europea están jerárquicamente por encima de las normas y leyes de los Estados nacionales, que deben ajustarse a ellas. Y para la UE, estos editores en realidad "editan" servicios. ¿Se puede editar un servicio? Todo parece indicar que no.

¿Qué son, entonces, estos editores de ebooks en términos europeos? Nadie tiene la respuesta, porque viven en un vacío legal, montados a un toro bravo a quien nadie se atrevido a tomar por las astas. Porque los ebooks, como bien argumenta Baldur Bjarnason en su muy recomendable blog, tampoco son software.

Y para seguir con paradojas que es necesario desentrañar si se quiere, como ha manifestado el ministro José Ignacio Wert, que la industria editorial española centre su futuro desarrollo en lo digital, cabe preguntarse, en términos europeos, ¿cómo se reglamenta la propiedad intelectual de un servicio?

La subida indiscriminada del IVA que el 11 de julio anunció el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, a los bienes culturales con excepción de los libros impresos, ha puesto al rojo vivo todas estas contradicciones. Ninguna industria puede prosperar en el vacío legal. Ni los editores nativos digitales lograrán ser escuchados a menos que se reúnan formalmente en una asociación con personaría jurídica que haga oír su voz ante a la FGEE y la Comisión Europea, por muchas desconfianzas que esas instituciones les merezcan.

Creo que, a esta altura del partido, todos sabemos que en cuestiones "europeas", para lograr algo de luz sobre el laberinto que ha creado una sobrelegislación que convierte a la ley en parodia, lo mejor es mirar qué está haciendo Alemania. Nadie mejor que los españoles ha sentido esta realidad en carne propia, estampada como un hierro candente.

Pues bien, en Alemania, como bien señala Arantxa Mellado en su post del 17 de julio pasado, los ebooks no son libros, porque no están protegidos por la ley del precio fijo que el poderoso lobby de libreros alemanes hace mantener a rajatabla. Los ebooks alemanes son servicios, a los que se les carga un IVA del 19 % y, como tales servicios, su precio está liberado a las fuerzas de "los mercados". Leáse, los intereses de los poderosos e-tailers que no hace falta nombrar.

¿Están dispuestos los editores españoles (y aquí incluyo no solo a los nativos digitales, sino también a editores tradicionales que, como B de Books o Barcelona eBooks, se han lanzado sin prejuicios a ambiciosas aventuras digitales) a seguir viviendo en un vacío legal que les promete ser asimilados a la realidad alemana en cualquier momento y cuando presentar batalla sea ya inútil, como les sucedió a todos los ciudadanos del reino con el "rescate" y la "intervención"?

Por este vacío legal se puede colar cualquier cosa. No es mi intención discutir aquí qué es mejor, sino que el sector tiene el derecho y la obligación de influir en que esa cosa cualquiera no se cuele en su perjuicio a causa de su inacción. Porque, despertemos, la única que en este momento se ajusta a derecho en materia de ebooks es Alemania.

Tal vez sea un buen momento para organizarse, para conocer a fondo la legislación contradictoria que los afecta y hacer también lobby, como se hace por el libro impreso o por la banca de inversión. La dimensión económica de la edición digital no promete que la batalla sea fácil, pero el momento es propicio. Como bien señala Txetxu Barandarián, en materia de IVA no todos los responsables de Cultura en el gobierno piensan igual. Habrá que aprovechar esa fractura antes de que el azoramiento haya pasado y vuelvan a cerrar filas.

Este mío es un post urgente y pretende que en los comentarios se vaya ejercitando la voz con la cual dirigirse a instituciones, autoridades locales y autoridades europeas. Mi deseo es que de aquí surja algo que permita cambiar la realidad, para que dejemos de ser el sector de la eterna queja. Mi intención, recoger todas esas opiniones en un largo artículo en Publishing Perspectives que internacionalice las preocupaciones de los editores digitales de España.

Para la reflexión, copio aquí el muy útil cuadro elaborado por Actualidad Editorial.


Todos los comentarios son bienvenidos.


jueves, 5 de julio de 2012

Las otras que hay en mí

Pasando de puntillas sobre Asterión


Entro aquí de puntillas.

Desde que comencé a escribir regularmente para Publishing Perspectives, en febrero pasado, el castellano me esquiva.

O yo lo tengo arrinconado. ¿Cómo saberlo?

Ha sido una experiencia de doble filo. Por un lado, lanzarme sin red a escribir profesionalmente en un idioma que he amado desde pequeña, pero que no es el mío, fue de una efervescencia embrigadora. Porque no es una cuestión restringida a "encontrar la palabra justa", es un viaje completo a otra forma de entender la realidad. Para escribir en inglés, tuve que encontrarme con otra Julieta, una que hasta ese momento había jugado solo el papel de lectora atenta de una tradición que le es ajena. El encuentro fue fascinante y me tuvo, como pasa en los enamoramientos de verano, absorta por un buen tiempo. Pero este encuentro feliz involucró una pérdida: la de la inmediatez de mi lengua materna.

El inglés es un amante despótico. Son tantos los recursos que me exige poner en práctica para no traicionarme, que quedo agotada para mi cita con el castellano.

Todo esto para decirles que no he dejado de escribir y de reflexionar sobre los libros, pero que de alguna manera esas íntimas actividades las hace otra, la que se va con el inglés.

El link que encontrarán más abajo es algo que hubiese querido escribir en este blog, en castellano. Pero lo escribí en inglés, y soy incapaz de traducirme a mí misma.

Trata de una editorial argentina, Eterna Cadencia que, junto a una empresa de publicidad hizo un libro con fuerte olor a amóniaco cuyas palabras desaparecen en contacto con el aire. Dijeron que lo hacían para promocionar la lectura de nuevos autores latinoamericanos. Para que la gente los leyera rápido y así pudieran publicar su segundo libro. El libro circuló en el cenáculo de los periodistas culturales y los entendidos en publicidad. Nunca se pensó para llegar a las librerías. Como happening, distó mucho de estar a la altura de los que organizaba Marta Minujin en los años setenta. Como libro, obturó su mensaje al crear un medio artificial. Artificial porque no fue el medio para el cual los autores pensaron las condiciones de producción de sus textos.

El artículo se titula "Further Proof That Print Books Are Disappearing, Literally". Espero que lo disfruten.

También espero volver por aquí más a menudo.

viernes, 16 de marzo de 2012

Era rubia. Andaba en líos. Y pagaba 3 centavos por palabra


U$S 100 se pagó en subasta por este vintage .

 Así describía Ed McBain la edad de oro del pulp-fiction en un artículo publicado en el New York Times en marzo de 1999. Por entonces, yo descubría los libros de James Sallis en mis escapadas a la librería Murder One, en los ratos libres que me dejaba la Feria del Libro de Londres y los agentes literarios.

Las novelas de James Sallis no pertenecen al género, aunque vayan de detectives: como todo lo escrito después de 1980, viven en el territorio de la nostalgia. Son revisiones en clave de homenaje, visitas culteranas a un modo de producción que empezaba a decaer.

De los libros de Sallis que publicamos en España, el preferido de Antonio Ramírez, librero de La Central, fue Vidas difíciles, una serie de ensayitos sobre Jim Thompson, David Goodis y Chester Himes, además de la celebración de un género que solo fue posible cuando, allá por los años 30, la industria editorial dio un giro copernicano que ha tocado a su fin.

Ramírez, después de darme la enhorabuena por la publicación de Vidas difíciles, me confesó con cierta tristeza que no creía que pudiera vender más de 80 ejemplares entre sus dos librerías, librerías de referencia en Barcelona.

¡Disfrutemos de esos 80, entonces!, le dije.

Y me pareció una melancólica ironía --y una lección de humildad-- que las expectativas de venta de un libro que analizaba el fenómeno de los bolsillos populares, cuyas tiradas iniciales llegaron a los 250.000 ejemplares, fuesen tan magras. En aquellos años vivíamos inmersos en el fenómeno de los super-ventas, cuyo último exponente fue la trilogía Millenium del sueco Stieg Larsson, y ya se había eclipsado el período confuso en que Amy Tan se promocionaba como "literatura seria".

Otro giro copernicano estaba a las puertas. Y las sigue batiendo con sus aldabas.


La guerra, la tecnología y la producción (de sentido)

Toda nueva máquina nace de una hipótesis de guerra, desde las de Poliorcetes a Arpanet. Y una vez creadas y probadas, les encontramos otros usos y sentidos. Especialmente cuando esas hipótesis han caducado.

Primera baja de la embestida del bolsillo.
El pulp-fiction como género no se fundó con Pocket Books, en 1939. Gozó de muy buena salud desde 1920 en las páginas de Black Mask, donde se publicaban cuentos y relatos cortos de todos los géneros populares: aventuras, policiales, historias de detectives, historias de amor, de horror y de fantasía sobrenatural.

Black Mask fue un subproducto de dos avances tecnológicos, los mismos que permitieron a Allen Lane crear la exitosa Penguin mucho más tarde, en 1935: la linotipo y la impresión offset. Si la lino reducía los tiempos de composición de la página, la impresión offset permitió no solo bajar los costes de impresión, sino también y sustancialmente los de papel. La excelente definición de la tipografía que la offset lograba aun en los papeles más rústicos y porosos la hacía el aliado de oro del texto. Por 15 centavos de dólar, un tesoro de evasión (y a veces de excelente literatura) estaba a disposición de lectores ávidos, que no se avergonzaban de pasar el rato del otro lado del sueño americano: su pesadilla.

En 1929, justo antes de su apogeo y su vertiginosa decadencia, Black Mask publicó, por entregas, El halcón maltés, de Dashiel Hammet, el autor que, en palabras de Sallis, " invirtió el mito y situó los demonios de los castillos europeos y de los colonos de Nueva Inglaterra en paradas de autobús, comedores populares y habitaciones de hoteles de mala muerte." El paso previo al nacimiento de la novela negra.

Los libros de bolsillo que apelaban al gusto popular fueron concebidos en Alemania, en 1931, por la editorial Albatross. El experimento duró poco, porque el subproducto de las máquinas de guerra --las autopistas que el nazismo construía para mover tropas de invasión a velocidades hasta entonces desconocidas--  pasó a ser el Volkswagen.

La suerte de revistas como Black Mask estaba echada.

Bastaba que a alguien se le ocurriera separar los múltiples géneros contenidos en sus páginas en colecciones, que de los relatos cortos surgieran novelas que alimentaran esas colecciones y que ese alguien, para conseguir autores, se resignara a tener que resolverles la vida pagándoles un tanto alzado contra una producción ingente. Los nombres de ese alguien fueron legión: Pocket Books, Dell, Avon, Harlequin, Popular Books.

Porque la virtud de Black Mask fue la de ser pionera, la de entender que la nueva tecnología abría oportunidades y nuevos géneros, pero su gran pecado fue la paga miserable que ofrecía a los autores. Y si los autores no pueden vivir --si mueren-- no hay nada que editar.

Los modos de producción 

Los libros de bolsillo "fueron huérfanos, mestizos, animales de corral a los que se dejó caer desde el aire sobre expositores de fauna exótica [...] Nadie sabía muy bien qué hacer con ellos, y mucho menos quienes los producían, que también tendían a ser un poco raros", cuenta Sallis en Vidas difíciles. La fauna incluía a libreros en quiebra, gente que venía de la alimentación y de otros sistemas de distribución mayorista, empresarios sin piedad e intelectuales renegados. De seguir el relato de Sallis, tendremos que aceptar que la industria editorial, tal y como la conocemos --la industria del offset y la distribución masiva-- tiene unos orígenes bastante más cercanos a la atracción de feria que a las murallas de Ur. Y eso es bueno. "Oropel y una pizca de trascendencia", en palabras de Sallis.

Ed McBain entra en la escena del pulp en su segunda etapa, la de mayor gloria. La hipótesis de guerra se ha transformado ya en posguerra, pero las necesidades militares habían provocado dos pequeños avances tecnológicos que cambiarán a la industria del libro: la cuatricromía y el plastificado, ambos de capital importancia para los mapas de estado mayor durante la II Guerra Mundial. En un mundo gris, una explosión de colores que, gracias a los laminados, no deja huellas en las manos húmedas del lector.

Cubiertas de cuatricromía de los años 50.

Por entonces, empezar un relato criminal era como hacerse con una caja de chocolatinas y quedar sorprendido cuando se hincaba el diente en el centro, que podía ser blando, de caramelo, o de nuez. Había un montón de nueces en la ficción criminal, pero uno nunca sabía qué clase de historia saldría de la máquina hasta que empezaba a tomar forma en la página. Como un pianista, un buen escritor de cuentos criminales no creía que conocía su oficio si no sabía improvisar con las doce teclas. Las variaciones de timbre de un tema eran lo que lo hacía tan divertido. Que a uno le pagaran 2 o 3 centavos por palabra, también.
Subrayo la máquina de Ed McBain, que aunque fuera la inocente máquina de escribir, señala también el caracter maquínico de la cultura popular. Variaciones sobre un tema, como las que podía hacer la máquina de Jacquard sobre un tejido con solo una perforación diferente en la tarjeta. 

En medio de toda aquella duplicación iconográfica, algunos escritores registraron sus propias visiones. Su obra sigue siendo legible en la medida en que hicieron sus propias variaciones sobre el mito paladino, variaciones a las que rara vez se prestó atención en un mercado indistintamente receptivo a lo muy trillado.
 Dice Geoffrey O'Brien en Hardboiled America: The Lurid Years of Paperbacks. Y se refiere a los Chandler y los Goodis, a los Thompson y los Himes que, detrás de aquellas cubiertas chillonas, nos hablan de los rincones innobles de la vida. Ellos, los que hicieron perdurable la subversión innata de los paperbacks y la transformaron en literatura.

El offset y la industria editorial que surgió de esa tecnología, cumplieron su papel al dar origen a un género y a unos escritores que son irrepetibles en otras condiciones de producción. Y además, crearon los medios de supervivencia de esos escritores, algo que el offset y sus industrias culturales afines son incapaces de hacer hoy.

Cincuenta matices de gris

El giro copernicano del que seremos testigos o protagonistas, ese tan mentado cambio de paradigma editorial anteportas al que le sustraemos cuerpo y alma, viene impulsado por otras máquinas, a las que damos el nombre indigente de "mundo digital". Y antes de haber abrazado el cambio, nuestras voces se alzan en un cloqueo indistinto pidiendo nuevas formas narrativas acordes con los tiempos que no logramos asumir.

Libros enriquecidos con videos y canciones; apps que en su tridimensionalidad se lancen sobre las fauces de quien ya no será lector (y por tanto no nos necesitará); interactividad prefabricada para niños azorados; editoriales transformadas en productoras multimedia; lectura "social" que, impertinente, interrumpe la inmersión en los mundos paralelos de los relatos; transmedia para trashumantes de plataformas, que no son dehesas.

Tengo para mí que el cambio ya ha sucedido y ha sido mucho más radical que cualquiera de las propuestas del catálogo barroco enunciado más arriba.

Las señales son muchas, pero dos noticias recientes las ponen en relieve. Ambas cubiertas por Laura Hazard Owen, en PaidContent. Pasaron casi inadvertidas, porque estamos demasiado distraídos con las cuentas de colores.

Fifty Shades of Gray, el best-seller que llegó a los primeros puestos tanto del New York Times como de Amazon, tuvo sus orígenes como un fan-fiction, publicado íntegramente en el sitio FF.net. Mucho antes de que Random House la descubriera, E. L. James ya había sido finalista en la categoría "Mejor novela romántica" de los premios organizados por GoodReads en 2011, tenía una base de seguidoras inmensa, que habían contribuido con sus comentarios a la evolución de la historia hasta su forma final y, lo que es igualmente importante, una pequeña editorial independiente australiana la había publicado en papel.

Cuando estoy de humor provocador, algo que me sucede a menudo, digo que los próximos Homeros están ensayando sus epos en las catacumbas del fan-fiction. Que la web nos está entrenando en un híbrido donde la palabra escrita comparte demasiadas características con la oralidad como para que lo pasemos por alto. Que la iteración algorítmica nunca producirá historias tan buenas como la repetición humana. Y que esa repetición humana encuentra en el fan-fiction una plataforma espontánea, acorde con las herramientas que nos proporciona la web, y que hay que asomar el hocico sin hacer ascos para saber cómo será uno de los géneros que este nuevo modo de producción facilita.

Esta sí es tarea de editor.

La otra se refiere a una de las "editoriales" de Amazon, Kindle Singles. Laura hizo una investigación exclusiva, para la cual incluso consiguió que Amazon les permitiera a sus autores romper el pacto de confidencialidad por el cual no pueden hablar ni de los términos de los contratos ni de las ventas. Los resultados dan para la reflexión. Libros de siete mil palabras, que nunca habrían encontrado un sitio en el papel --ni como libros por cortos, ni como artículos periodísticos por largos-- han encontrado una considerable aceptación entre los lectores, dispuestos a pagar por ellos. En 14 meses, se han vendido 2 millones de ejemplares de Kindle Singles, proporcionando una nueva fuente de ingresos a escritores consagrados y nóveles.

Y esta también es tarea de editor.