miércoles, 10 de noviembre de 2010

Buenos Aires por escrito

El ciudadano, de Facundo de Zuviría

En 2011, Buenos Aires tomará la posta de Liublana como Capital Mundial del Libro. Esta capitalidad la encuentra en período de recuperación de su industria editorial, después de sucesivas crisis, pero muy lejos de su momento de gloria, al cual tanto contribuyeron los exiliados españoles que llegaron a la ciudad con la caída de la República. A esta elección ha contribuido, por cierto, la existencia de más de 700 librerías, que los porteños tienen a la vuelta de cualquier esquina.

Buenos Aires ha sido cantada por los poetas de la música popular y por los poetas de la élite; retratada hasta revelar su verdadero rostro por fotógrafos como Horacio Cóppola o Facundo de Zuviría; y transitada por cientos de personajes ficticios, encerrados en las páginas de la mejor literatura rioplatense. A las historias que hay en esas páginas quiere "hacerlas visibles" Hernán Lombardi, ministro de cultura el Gobierno de la ciudad, como "parte del desafío que, como Capital Mundial del Libro 2011, tenemos por delante." Y como el hombre está en las cosas, esa visibilidad se volverá arquitectura en cincuenta fragmentos que, como placas conmemorativas, se colocarán en los sitios reales frecuentados por la ficción. 

Prueba del surrealismo al que no renuncia, este fragmento de Alejandro Dolina, que se colocará en Parque Chas:

“Los taxistas afirman que ningún camino conduce a la esquina de Ávalos y Cádiz y que por lo tanto es imposible llegar a ese lugar.”

De su carácter acanallado, misterioso y cabulero, éste de Jorge Luis Borges:
“Ebrio de una piedad casi impersonal, caminé por las calles. En la esquina de Chile y Tacuarí ví un almacén abierto. En aquel almacén, para mi desdicha, tres hombres jugaban al truco."

O este otro, de Leopoldo Marechal:
“La excitación que me produjo aquella victoria fue tan grande, que desaparecí misteriosamente de la Dirección General. Tres días más tarde fui encontrado en un café de Paseo Colón, presa de una dulce borrachera y jugando al truco en compañía de tres marineros desconocidos…”

De la reconstrucción de su habla popular, uno de Manuel Puig:
“Yo la acompañaba a la salida de una clase que terminaba ya de noche, a pasar por el bar de Talcahuano y Tucumán, que siempre estaba ahí sentado el muchacho que la enloquecía. Con buen tiempo las mesitas quedaban en la vereda, pero con el frío, y frente al descampado de plaza Lavalle, inmensa, se veían nada más que las mesas pegadas a la ventana, y las caras de atrás del vidrio bastante empañado.”

Para las paranoias que genera, y con las cuales parecen vivir contentos sus vecinos, nada mejor que Roberto Arlt:
“Por la calle Chile bajó hasta Paseo Colón. Sentíase invisiblemente acorralado. El sol descubría los asquerosos interiores de la calle en declive. Distintos pensamientos bullían en él, tan desemejantes, que el trabajo de clasificarlos le hubiera ocupado horas.”
Para confirmar su naturaleza de Aleph devorador, un fragmento de Haroldo Conti:
“Así las cosas estaban otra vez en Florida y Corrientes, que es un lugar tan inmenso y a veces tan desagradable como el mundo.”
De El hombre que está solo y espera, de Raúl Scalabrini Ortiz, los ecos ya intelectualizados de "Man in the Crowd", de E. A. Poe:
“El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ritmo de las vibraciones comunes, un magnetismo en que todo porteño se imana, una aspiración que sin pertenecer en dominio a nadie está en todos alguna vez.”
El Sur como invención literaria en palabras de Julio Cortázar:
 “Mi novia, Irma, encuentra inexplicable que me guste vagar de noche por el centro o por los barrios del sur, y si supiera de mi predilección por el Pasaje Güemes no dejaría de escandalizarse.”
Y por supuesto, otra vez Borges, porque el Sur le pertenece en calidad de fundador:
 “Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme."
La colocación de las placas empieza el próximo viernes, 12 de noviembre, a las cinco de la tarde, en la esquina de Tucumán y Reconquista, donde está el bar La Escalerita al que, en los tiempos en que lo frecuentaba nuestro mal olvidado H. A. Murena, cuando la Facultad de Filosofía y Letras todavía estaba en la calle Viamonte, en el barrio de San Nicolás,  se accedía bajando tres escalones, por la entrada que daba a la bajada de la calle Reconquista. En La escalerita, por entonces, servían una sola marca de whisky, que no deja de ser otra ficción que le daba nombre a un brebaje peligrosísimo de fabricación local y al cual era aficionado tanto el filósofo y poeta como los periodistas de la desaparecida editorial Abril.

Me pregunto si Hernán Lombardi, al tomar esta iniciativa de colocar placas conmemorativas de lo que nunca ocurrió en fachadas y esquinas reales de Buenos Aires, era consciente del formidable ejercicio de metaliteratura con el cual inaugura las actividades que señalarán la Capital Mundial del Libro 2011.

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