domingo, 18 de abril de 2010

Una foto en Chueca


Un buen amigo me envía hoy esta foto, tomada en el escaparate de una librería del barrio de Chueca. En ella aparecen algunos de los libros emblemáticos de mi ex editorial, Poliedro, en una oferta casi irresistible: uno se puede llevar tres por sólo 10 euros. Si fuese lector omnívoro, como de hecho lo soy, elegiría estos tres primero: La ciudad de los cazadores tímidos, de Tom Spanbauer; Europeos en extinción, del austríaco Carl-Markus Gauss y El ojo del grillo, de James Sallis, cuarto en la serie de los misterios de Lew Griffin, cuyo sexto título no logramos publicar antes de la Gran Crisis de las Devoluciones. No es que no me llevaría los demás, ya que los publiqué todos y nos costaron muchísimo más que 10 euros el trío, pero los dejaría para una segunda visita al librero.
En su email, José Antonio me comenta la sensación agridulce de ver estos libros en un escaparate de ofertas: por un lado, la pena de que la editorial ya no exista ni yo publique; por otro, la alegría de ver que no están puestos en un baratillo, junto con otros libros fallidos sobre cualquier tema y con cualquier criterio de edición, sino juntos y con cordura en la selección, como si esta editorial extinguida todavía mereciera respeto.
Lo cierto es que las librerías de Chueca siempre nos trataron bien y vendieron, para su tamaño, ingentes cantidades de libros arrebatadores como, por ejemplo, El hombre que se enamoró de la luna, y de libros de dificilísima llegada, como el clásico de John Boswell, Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad.
Bengt Oldenburg y yo no fuimos capaces de hacer la migración a los ebooks que hizo Cecilia Tan, relatada en un post anterior. Tampoco era que las condiciones de la edición electrónica en España estuvieran demasiado claras y esa vez, como otras, nos faltó conversación sobre el futuro.
Migramos, sí, a Sudamérica, más o menos por la misma época en que Circlet Press se internó en el mundo de los libros digitales. Lo bueno de estar en este lugar de Sudamérica es que uno no se siente presionado a pensar en el futuro: por aquí ya pasó. Lo malo de estar en este lugar de Sudamérica es, paradójicamente, que uno tiende a creer que el futuro ya tuvo lugar.
Y la foto me causó, sobre todo, alegría. Aún hay algún librero en Madrid que se acuerda de nosotros, lo cual es muchísimo en estos tiempos de febriles novedades.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ese escaparate tiene un peso poliédrico y emocional.
Si no cuento mal son doce los títulos de la editorial, uno mejor que otro. Eso me despierta la idea que lo que uno hace (o hizo) no pasará jamás al olvido; y mucho menos si son libros, árboles o hijos. Siempre regresarán vivos del pasado, atravesando la vida cotidiana para sorprendernos en un futuro cercano, a la vuelta de la esquina, en un escaparate de Chueca, por ejemplo.