domingo, 27 de noviembre de 2011

Los libros inútiles


 que una rama del comercio extraviada es una rama perdida y que en diez años se causan más males de los que que se pueden reparar en un siglo.
                            Dennis Diderot (Carta sobre el comercio de los libros)

Libros de mármol de la decoradora Kelly Wearstler.


 En 20 años de ejercicio editorial, he publicado libros inútiles. Varios.

Los libros útiles no son el contrario de los libros inútiles. Son los libros que sirven para algo: para que adelgacen los ejecutivos en comidas de negocios; para convertir un erial en un jardín; para preparar una cena. Y para pagar los salarios.

El contrario de los libros inútiles son los libros valiosos.

También he publicado libros valiosos. Varios. Algunos se volvieron inútiles, porque sofocados por los auténticos libros inútiles que publicábamos, yo y todos mis colegas.

Estos son los verdaderos géneros con los que trabaja un editor. Lo demás es literatura. Y vanidad. Del equilibrio entre ellos depende la salud del comercio del libro.

UNA MAREA BLANCA DE PAPEL

Cualquier cosa que digamos sobre la edición y el cambio de paradigma al que está sometida se modificaría radicalmente si tuviésemos una historia económica del papel. Y de su inflación. También, del papel del papel en la consolidación del Estado moderno y de la burocracia que lo hizo posible. Ya lo dijo Bertold Brecht, y mucho mejor: para ser hombre hace falta un librito de papel, el pasaporte.

El papel impreso y el poder han compartido una intimidad que a menudo se pasa por alto.  Quien no lo crea, que pregunte a los sin papeles.

La edición se ha articulado en esa intimidad. Que a veces la haya cuestionado, e incluso desafiado, no es más que una confirmación del vínculo y sus tensiones. En esta lógica, la misión del librero-editor (hoy descompuesto en una red que abarca a decenas de jugadores) es, en espejo con la de quien extiende un pasaporte, asegurar la circulación de los discursos y, al mismo tiempo, restringirla para evitar su proliferación descontrolada y su consiguiente devaluación.

El editor adquirió su lugar de privilegio, que sustentó sobre la extinguida promesa ilustrada, en el compromiso tácito de guardar el orden de lo escrito. De mantener la asociación de la autoridad de saber y la forma de publicación.

A todo esto se lo llamaba "hacer un catálogo". Hay editores con catálogo, como Jorge Herralde, y hay editores sin catálogo, como Planeta Internacional.  Literalmente sin catálogo, porque ningún documento da cuenta de la historia de sus publicaciones.

El editor "con catálogo" no está a salvo de los libros inútiles, porque forman parte del régimen de la edición: de la negociación con el agente literario en pos de un libro valioso o de uno útil; de la necesidad de mantener encendida la hoguera de la librería; de ocupar el territorio de las mesas de novedades y del inevitable error de apreciación. Pero la tentación de entregarse al libro inútil queda acotada por ese registro de sus acciones  y pecados editoriales que es el catálogo.

Quien no tiene catálogo, no deja huellas. Tira de la cuerda y esconde la mano.

Hace diez años, pensaba que los libros inútiles hacían ruido. Hoy los veo como una inmensa marea blanca en la cual zozobran los discursos que prometimos hacer circular.

LA HERIDA AUTOINFLIGIDA

La economía del papel está asediada desde hace tiempo. Desde la Primera Cena que Frank McNamara pagó con una tarjeta de crédito en el Major's Cabin Grill, en febrero de 1950.

Fue una andanada en la línea de flotación del mundo simbólico construido alrededor del papel. De allí a la libre circulación de capitales ficticios que hoy amenaza con acabar con la civilización tal y como la conocemos, han ocurrido muchas cosas.


¿Por qué siguen pensando los editores que el papel que les toca en el mundo de papel no debe ser tocado? ¿Acaso creen que el papel de los libros es más importante que el papel moneda? ¿No han comprendido que el destino de ambos papeles está atado?

Mucho antes de que llegara el gran editor universal, ese que le abre las puertas a cualquiera y donde los textos tienen por único contexto su pertenencia a una misma temática, mucho antes de la Red, de la autoedición, de los ebooks, de Google y de Amazon, los editores se autoinfligeron una herida. Una herida fiera, porque hecha con el instrumento contundente y romo de los libros inútiles.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

No están todas las que son ni son todas las que están

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Con el objeto de promover el desarrollo de las industrias culturales autóctonas y facilitar los emprendimientos comunes entre ellas, la Secretaría de Cultura de la Nación facilita un Mapa Cultural de la Argentina interactivo que vale la pena visitar.
A través del Mapa Cultural hoy sabemos que en Argentina existen más de 400 cines, cerca de 600 editoriales de libros y no más de 130 sellos musicales. A lo largo de su territorio, se emplazan más de 2200 librerías y más de un centenar de Ferias del Libro. Existen además aproximadamente 800 espacios de exhibición patrimonial, más de 8300 bibliotecas de distinto tipo, 870 monumentos y lugares históricos, 2400 salas teatrales, cerca de 1400 radios y 2.600 Fiestas y festivales en todo el país.

Porque no están todas las que son ni son todas las que están, la Secretaría ha instrumentado una herramienta de validación del mapa con la cual los usuarios pueden corregir, agregar o cuestionar la inclusión de tal o cual empresa o evento ligados a la cultura. El recurso al crowdsourcing por parte de una institución del Estado es más que bienvenido, pues es una de las maneras de usar Internet como instrumento organizador de ciudadanía, reforzando el sentido de pertenencia social, geográfica e histórica a través de la participación responsable en la creación de la información de uso común.

En materia editorial, se confirma la concentración de esta industria en la ciudad de Buenos Aires: de 552 empresas dedicadas a la edición de libros, 342 tienen su sede en la capital del país.Y faltan varias de las importantes, no solo por tamaño sino por valor cultural.

Uno de los recursos más interesantes del Mapa es la posibilidad de superponer los indicadores culturales a otros, de carácter socio-demográfico como, por ejemplo, educación, acceso a la salud, índice de pobreza, penetración de las nuevas tecnologías y más.

Pego aquí una captura de pantalla del mapa editorial con una superposición del porcentaje de hogares con acceso a Internet en toda la geografía de la república, siendo las zonas más oscuras de color anaranjado las que ostentan un porcentaje de hasta un 23 % de hogares con acceso. A señalar también que esas regiones son las de menor densidad demográfica del país.

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Uno concluye, tal vez con premura y frivolidad, que cualquier cambio de paradigma en el sector editorial de la Argentina, cualquier futuro de la edición digital (si lo hay), pasará por el desarrollo de soluciones móviles, centradas en los 55 millones de teléfonos celulares en poder de una población de 40 millones, una gran mayoría de los cuales tiene acceso a la Internet móvil. Las implicaciones de esta realidad de las infraestructuras son enormes e inclinan la balanza de poder de la edición y el consumo textual no ya hacia las grandes empresas de software, como ha sucedido en los países centrales, sino hacia las telefónicas. Una realidad que merece empezar a pensarse seriamente desde las políticas públicas.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Aun no hemos visto nada

Ejemplar de Players, de Don De Lillo, perteneciente a David Foster Wallace. Universidad de Texas en Austin.
Afecta apenas a cinco mil títulos, entre los cuales no figura ninguno publicado por los Big Six de la industria editorial neoyorkina. Beneficia a apenas un 9 % de los usuarios Prime de Amazon que, según calcula el analista Eugene Munster, de Piper Jaffray*, serían tan solo 5 millones de personas en todo el globo. Un alcance ridículo si uno piensa en términos de escala: apenas la cuarta parte de los lectores a los que, teóricamente, podría llegar Planeta a través de e-Círculo si se decidiera por una estrategia digital coherente y sostenida.

Sin embargo, el programa Kindle Owner Lending de Amazon marca un giro copernicano en la cadena de valor del libro. Porque a lo que Amazon le pone precio es a las notas, subrayados, garabatos y caprichos del lector. Lo que se precia y aprecia es la permanente negociación con el texto que implica la lectura activa, donde el "margen de sentido" se produce en un lugar intermedio entre el emisor (autor) y el receptor (lector).  Este espacio marginal, que hemos dado en llamar marginalia, tiene su punto de sustento entre lo privado y lo público, y que se inclina hacia uno u otro lado del fiel según quién sea el dueño del libro. Es la esencia de la lectura social, donde la intersubjetividad de la interlocución permite la reproducción del sujeto lector en su reflejo del otro, del que ha escrito el texto.

Esta práctica social de reproducción reflexiva del sujeto en tanto productor de sentido es tan vieja como la lectura. Todas las novedades en materia de lectura digital van por este camino, los ingenieros empiezan a entender: desde la plataforma Copia hasta la lectura social propuesta por Kobo; desde 24 Symbols hasta la mimada (en exceso) startup Small Demons.

Pero solo Jeff Bezos --el gran innovador-- ha pensado que es esa experiencia de sí mismo por la que el lector está dispuesto a pagar. Porque Bezos ha descubierto que la "experiencia de lectura" no es una experiencia sensible a enriquecer con videos y enlaces mil, sino una actividad productiva. Y nadie renuncia a su propia (re) producción.

No voy a entrar aquí en análisis acerca de la viabilidad de la propuesta, ni de los contratos que la limitarán, ni del coqueteo permanente de Amazon desde los bordes de la legalidad, ni de las reacciones de otros colectivos comprometidos (autores, agentes, editoriales). Se ha escrito mucho y muy bueno en estos días al respecto. Tampoco entraré en las connotaciones éticas de esta decisión inconsulta de Amazon con respecto a su proveedores de contenidos.

Solo señalar que si de fractura de modelos se trata, de cambios de paradigma, de llevar las fronteras a sitios que el dinero todavía no había conquistado, este es el puntapié inicial de un nuevo juego. Y que como el genio puede ser tanto benigno como maligno, habrá que reconocer la genialidad de Bezos en esta movida.

CÓMO FUNCIONA

Esto no va de streaming. Mejor dicho, el streaming es apenas una modalidad que habilita el reconocimiento del valor económico del aporte productivo del lector.

Esto no es un Netflix ni un Spotify de los libros. Esto es convertir al lector en el centro de un nuevo sistema planetario. Porque si bien ser miembro del programa Prime permite a los usuarios de Amazon ver películas y escuchar música gratuitamente, después del abono de una suscripción anual de 79 dólares, pensada en un principio solo para el despacho gratuito de bienes analógicos, Kindle Owner Lending tiene una cláusula especial. 

Si eres miembro de Prime y dueño de un Kindle, tienes derecho a leer 12 títulos gratuitamente a lo largo del año, casi el doble de lo que consume el lector medio estadounidense. Ahora bien, si te has entregado a la lectura realmente gozosa, esa que te lleva a subrayar, a anotar tus pensamientos más locos, tus desavenecencias con ese ausente que es el autor, tus puntos de acuerdo, las relaciones que has descubierto con otros corpus de texto, si eres un lector "de verdad", solo podrás recuperar tu producción de sentido --que ha quedado bien guardada detrás de las puertas de la nube de Amazon-- si pagas por el libro su precio de mercado. Esto es, si te conviertes en su propietario.  

Cuando escribía en FutureBooks que no todos los contenidos digitales ofrecen la misma experiencia de consumo online y me mostraba escéptica sobre un Spotify de los libros, no imaginaba que Bezos ya había descubierto la especificidad de la lectura, ni que la incorporaría a un modelo de negocio que tiene por objetivo la disrupción de su mismísima empresa, antes de que sean otros quienes lo hagan.


La iniciatia apunta a que el ecosistema de Amazon se vuelva aun más cerrado, más autosuficiente. Las armas: Silk, Prime y Fire (que es la ventana al catálogo de Sears & Roebuck desmaterializado). La relación de intimidad entre la nube de Amazon y la función productiva del lector deja a todos los demás actores fuera. Autores y editores solo son dueños de la excusa que permite esa productividad.


¿No sería hora de que nos pusiéramos las pilas y empezáramos a pensar con libertad en nuestro futuro?


*Esta información está tomada del boletín de pago Publishers Lunch de Luxe, de Cader Books. Me disculpo por no poder ofrecer un link a ella.