viernes, 21 de octubre de 2011

De las bibliotecas (públicas, privadas y ausentes)





Este blog nunca se planteó seguir de cerca las noticias del mundo editorial y su irreversible cambio de paradigma. La intención siempre fue que me sirviera como un sitio donde compartir reflexiones sobre ese cambio, que afecta muchas otras facetas de nuestro transitar en el mundo. Por eso, las nuevas entradas se han presentado cada vez que tenía algo que decir y nunca han tenido una periodicidad asible. Mi registro blogger es más el de una conversación que el de un servicio.

Sin embargo, una ausencia de más de dos meses hasta a mí me desconcierta.

Por razones que no vienen al caso, pero que implican el espacio (dimensión que estamos perdiendo en medio de una algarabía algo insensata), he debido catalogar toda mi biblioteca personal. La de papel impreso, sí, la espacial, esa en la que la palabra comparte un sitio con la arquitectura. No conté con ayuda y fue un trabajo arduo. En especial porque debía deshacerme de dos tercios de los libros que me han acompañado por los años y por los continentes, y la catalogación iba a la par de una selección rigurosa. Hoy, terminado el trabajo y bien guardados esos más de dos mil volumenes en cajas etiquetadas que descansan en el depósito de un anticuario amigo, reconstruir o rememorar ciertos períodos de mi historia intelectual se reduce a un ejercicio de imaginación frente a las hojas de Excel en las que han quedado metadateados. Sé en qué caja descansa cada uno, el año en que lo leí, qué significó en mi desarrollo, a qué otros títulos está vinculado (en mi orden caprichoso de lecturas) y algunas cosas más. En cambio, no sé cuando volveré a verlos, ni a repasar las profusas anotaciones en los márgenes, que se fueron haciendo más parcas a medida que me internaba en la edad adulta.

Lo que ha quedado a la vista es el hueso. En algunos casos, he consevado en los anaqueles más de una edición del mismo título, cuando cada una de esas ediciones aportó algo diferente a la experiencia de lectura. Cada noche me llevo uno o dos a la cama. Los hojeo, los releo fragmentariamente, sobre todo, a partir de las notas al margen.

A Mimesis, de Eric Auerbach, le tocó el turno estos días. Y volví a emocionarme con la página final y el certero subrayado. Quiero compartirlo aquí, pero deberán conformarse con una torpe traducción de mi mano, porque la edición de Fondo de Cultura, en la que se encontraron dos exiliados --Auerbach, el autor, y Eugenio Ímaz, el traductor-- la perdí hace mucho tiempo en uno de mis traslados intercontinentales.


[...] las dificultades fueron enormes. En esas circunstancias, tenía que tratar con textos que abarcaban más de tres mil años y, a menudo, me veía obligado a traspasar los confines de mi especialidad, las literaturas romances. Mencionaré también que escribí el libro durante la guerra y en Istambul, donde las bibliotecas no están bien equipadas para los estudios europeos. Las comunicaciones internacionales estaban obstaculizadas; tuve que prescindir de casi todas las revistas, donde se publicaban las investigaciones más recientes y, en algunos casos, de las ediciones críticas más autorizadas de los textos. Por lo tanto, es posible e incluso probable que haya pasado por alto asuntos que habría debido considerar y que, ocasionalmente, afirme algo que la investigación moderna desaprueba o ha modificado. Confío en que estos errores probables no incluyan ninguno que afecte el núcleo  de mis argumentos. La falta de estudios técnicos y de revistas también puede explicar por qué mi libro no tiene notas. Aparte de los textos, mis citas son escasas y, por su escasez, fáciles de incluir dentro del cuerpo del texto. Por otra parte, es muy posible que el libro deba su existencia justamente a esta falta de una copiosa biblioteca especializada. De haberme sido posible la familiaridad con todas las obras que se han realizado sobre tan diversas materias, quizá nunca habría alcanzado el punto de la escritura.
Las negritas corresponden a lo que subrayé hace ya 20 años en el libro de papel.

En el duelo por esa parte de mi biblioteca que, de momento, no está a mi alcance, estas palabras finales de Auerbach me reconfortan.

 Sirven también como punto de partida de una reflexión sobre la necesidad (o la no necesidad) de bibliotecas universales que abarquen todo el saber humano y que no están pensadas para nuestros ojos.

Y como inspiración programática para quienes quieran escribir un libro cuando nos quedemos sin electricidad o sin acceso, que será una de las formas de la guerra posthumana. 

Prometo, a partir de ahora, visitar con más frecuencia el blog. Espero que sigan acompañándome con su siempre bienvenida lectura.