martes, 28 de diciembre de 2010

Rapid Share quiere ser respetable, como Hollywood

La firma alemana de alojamiento de archivos con base en Suiza, que en 2008 ocupó el lugar decimosexto entre los sitios más visitados de Internet, según Alexa, no está dispuesta a que Washington siga enlodando su nombre.O, puesto en otros términos, que los lobbies que operan en el Capitolio en defensa de los derechos de copyright de las industrias de contenidos acaben con un pingüe negocio, defendido por la Cámara de Microempresarios suiza.
Cuando a la empresa le tocó compartir el podio de la vergüenza con Pirate Bay e IsoHunt, decidió que había le había llegado la hora de ejercer presión sobre los legisladores estadounidenses y ha contratado a Dutko, el grupo que hace lobby en Washington en nombre, entre otras, de Google. Según el portavoz de RapidShare, el abogado Daniel Ramier, considera una injusticia el que hayan sido incluidos en esa lista:
"No se puede simplemente echar una mirada a la cantidad de material ilegal que hay en el servidor. Es probable que Google que tenga  millones y millones de enlaces a archivos ilegales. La mayoría de la gente probablemente esté de acuerdo en que Google no es una mala empresa."
Al margen del punto de cinismo del comentario de Ramier, sus palabras echan luz sobre una batalla que nadie sabe cómo dar y que parece perdida desde el inicio, por mucho que le pese a la ministra González-Sinde y a Javier Bardem. Sí, hay millones y millones de enlaces a contenidos ilegales en Internet y es bastante difícil imaginar cómo se le pondrán puertas al campo.

Dutko Worldwide, según Ars Technica, generó ingresos por $12,940,000 durante 2010 en el rubro de lobby o, para ser más claros, defensa de intereses sectoriales frente la cámara legislativa de los Estados Unidos. Las sumas que gastan anualmente la industria del cine y de la música con el mismo propósito supera los 5 millones de dólares. Una pelea de gigantes que los mal llamados "internautas" miran desde los balcones de su banda ancha.

¿No habrá llegado la hora de reconocer que gran parte de nuestras vidas, tanto productivas como de ocio, se desarrollan en la más grande copiadora universal que jamás haya inventado la humanidad y, en consecuencia, veamos de qué manera se le quita el copy a la palabra y empezamos a defender de verdad los rights, que han cambiado de naturaleza sin que nos diéramos por enterados?

lunes, 27 de diciembre de 2010

Google Bookstore, una cuestión de serendipia

Google Bookstore (de soltera Google Editions) hizo su debut el 8 de diciembre. No escribí entonces sobre el tema para no ennegrecer píxeles con lo que todos sabíamos: el lanzamiento, tal vez porque creó expectativas exageradas tanto entre detractores como entre fans, fue casi un anti climax. Google eBooks se parecía a cualquier otra tienda de ebooks a las que estamos acostumbrados. ¿Dónde está la ventaja competitiva?, cantó el coro.

Hoy, 27 de diciembre, las editoriales estadounidenses han comenzado a recibir los primeros números de ventas... ¡y están contentas! Munsey's le ha dedicado un post que Luis Collado debería usar entre los reticentes editores españoles para regalarnos, en poco tiempo, una tienda así a quienes hablamos y leemos en español. 

Las ventas, en este cortísimo período, han superado las de Barnes&Noble y las de Kobo, aunque no las de Apple; pero el motivo principal de alegría que se señala en este post, reza así:
He aquí por qué Google, y no B&N/Kobo/Sony/Apple/Agency/o-lo-que-sea es la más grande historia del año en materia de ebooks: porque hacen desaparecer el arma más poderosa de Amazon contra los editores. Ya no puedes enterrarnos en la búsqueda, Jeff.
Hace tiempo que esta editorial está subiendo títulos a Google Book Search, y no lo hacía porque estuviera especialmente fascinada con los ingresos que le reportaba Google Ads, sino por el motivo más sencillo (y más fundamental) que guía a todo buen editor:
..porque un libro que esté en el motor de búsqueda de Google puede, en muchas circunstancias, ser encontrado, justamente cuando no puede en Amazon.
Se refiere a varias actitudes rayanas en la censura por parte de Amazon, que han sido largamente discutidas en la blogosfera, en especial cuando se trata de títulos de temáticas sensibles como, por ejemplo, los de contenido erótico.

Con la llegada de las redes sociales, no faltaron quienes dijeron que la suerte de Google y su estrategia centrada en los data y la búsqueda estaba lista para su canto de cisne. Sin embargo, hubo voces escépticas, como la de Brian Leary, que en mayo de 2010 dejaba la puerta abierta a que el motor de búsqueda de Google podia devolverle a los libros, en esta reencarnación digital, el encanto del descubrimiento azaroso, de la serendipia.

Hoy, las primeras cifras de ventas y la opinión todavía caliente de una editorial parece confirmar que quienes no renegaron de Google Editions tenían un punto de razón. 

lunes, 20 de diciembre de 2010

Nada que agradecer

E. E. Cummings


Tal vez haya sido tan difícil entender que E. E. Cummings fue y es uno de los poetas mayores de la literatura estadounidense, descendiente en línea directa de Walt Whitman y hermano de leche de Gertrude Stein, porque nunca tuvo editor fijo. Ni trabajo fijo, como sí tuvieron T. S. Eliot o William Carlos Williams. Ni ideas fijas, como las tuvo de Ezra Pound. Es más, a veces ni siquiera tuvo editor de circunstancia. Y recurrió a la autoedición. En realidad, lo que él necesitaba era un tipógrafo fijo, más que un editor, pero la dispersión de su obra en distintos catálogos hizo que no la pudiéramos conocer como un corpus hasta 1991.

Hoy que la autoedición se ha puesto de moda de la mano de las nuevas tecnologías, no está de más intentar reproducir aquí la primera página de uno de sus libros, No Thanks, aunque no cuente con la ayuda de un buen maquetista, ni Blogger se preste mucho a las sutilezas tipográficas.

Aquí va:

NO
THANKS

TO
Farrar & Rinehart
Simon & Schuster
Coward-McCann
Limited Editions
Harcourt, Brace
Random House
Equinox Press
Smith & Haas
Viking Press
Knopf
Dutton
Harper's
Scribner's
Covici-Friede

Esta dedicatoria, que menciona a las catorce prestigiosas editoriales que rechazaron el manuscrito de No Thanks en 1935, revela su coraje estético y su valentía profesional.

viernes, 17 de diciembre de 2010

La palabra desatada

Desencuadernada, como una baraja de infinitas combinaciones.

Esto es lo que nos ha regalado Google Books desde Google Labs, en colaboración con científicos de la Universidad de Harvard, el Instituto Tecnológico de Massachusetts y la Encyclopedia Britannica. Books Ngram Viewer, que pone gratuitamente a disposición de estudiosos y curiosos un acervo de 2 mil millones de palabras del inglés, el francés, el chino, el ruso, el alemán y el español, ha convertido a esa "agencia de publicidad de Internet", a la que se le negó el acceso a ciertas bibliotecas nacionales, en el humanista digital más destacado del decenio. Más de dos siglos de palabras que ahora podremos interrogar con el método cuantitativo de las ciencias duras.

El conjunto de datos que componen Ngram Viewer es un subconjunto del corpus de todas las palabras escaneadas por Google en los 15 millones de libros que ha liberado de los estantes desde que comenzó la tarea en 2004. El proyecto de esta gigabiblioteca online se ha topado con innumerables obstáculos: demandas por parte de autores y editores, celosos incluso de copyrights que en muchos casos no les pertenecen; suspicacias acerca del monopolio informativo de Google; suspicacias alrededor de su posible comercialización de la palabra, como si los editores hubiésemos hecho otra cosa con ella desde Gutenberg en adelante; e incluso campañas de periodistas como Nicholas Carr, que apoyado por los grandes medios lanzó el meme de que Google nos vuelve estúpidos. El subconjunto del que desde ayer gozamos para su usufructo, que no su posesión, proviene de 5.2 millones de esos libros y cuenta con 500 mil millones de vocablos. Se los puede combinar en cadenas de hasta cinco, para encontrar la frecuencia de uso, y por tanto de su peso cultural, en el espacio y el tiempo.

Hasta sus críticos más filosos se han rendido a la evidencia. Robert Darnton, director de la biblioteca de la Universidad de Harvard, que no participó en el proyecto y hace pocas semanas apareció en todos los periódicos haciendo las alabanzas del olor a papel de los libros antiguos, en clara referencia a su posición contraria al esfuerzo digitalizador, concede que Ngram Viewer es "despampanante" y agrega, citado por el Wall Street Journal: "Han salido con algo que marcará una enorme diferencia en nuestra comprensión de la historia y la literatura".

Para evitar las tan temidas (y perseguidas) violaciones del copyright, los investigadores e ingenieros solo están haciendo visible el vasto catálogo de palabras y frases, pero los libros donde aparecen permanecen ocultos. Un gesto de caballeros que pone en evidencia los intereses más descarnados detrás de tanto discurso que usa la cultura heredada como coartada de políticas sectoriales.

He pasado buena parte de la tarde jugando con Books Ngram Viewer. Es la mejor manera de comprender su irrefrenable esplendor. El ejemplo que les dejo abajo es un capítulo más en una larga conversación que inicié con José Antonio Millán en 1989 y que dura hasta hoy. Caminábamos por Madrid a poco de mi llegada y yo no dejaba de repetir la palabra "lindo" para indicar la felicidad que me producían ciertos rincones de la ciudad, algunos de sus detalles. Entonces, José Antonio me dijo: "Deja de repetir esa palabra. Aquí debes decir bonito". Estoy en muy buena compañía, le respondí, porque la acuñó el gran Lope. "Sí, lo que quieras, pero las lenguas cambian", fue su respuesta pragmática. Y lo que me ha contado hoy esta herramienta extraordinaria de Google es que la frecuencia de "bonito" y "lindo" se cruzaron justamente en esos años 80, para seguir con una declinación de la segunda y un reinado casi absoluto de la primera.


Vayan y jueguen y descubran con Books Ngram Viewer. Y piensen que si para financiar cosas como esta, Google vende anuncios en Internet podemos ser generosos y no tenérselo en cuenta. Es mucho mejor que vender novelas de Dan Brown o pagarles miserias a los traductores.

En cuanto al "bonito", para mí sigue siendo un pescado.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Editores sin fronteras

Alejandro Katz
Alejandro Katz ya no fuma en pipa. También ha dejado el cigarrillo. Es un día de noviembre, bien entrada la primavera austral, y los 370 mil árboles de las calles y parques de Buenos Aires polinizan sin cesar, en una sucesión de flores azules, amarillas, blanquecinas, rojo punzó. "Desde que dejé la pipa, las alergias me persiguen. El humo del tabaco seguramente me había cauterizado varios receptores que ahora son muy sensibles al polen. Cambié los peligros ciertos del tabaco por los de un eventual shock anafiláctico", bromea. No es el único cambio radical en la vida de Katz: también prefirió los sobresaltos de la edición independiente a las certezas desgastadas de una editorial, Fondo de Cultura Económica, a cuyo catálogo contribuyó durante 15 años con títulos inolvidables.

"No, fotos no", me dice unos días antes de la entrevista. "Mejor las cubiertas de los libros", sugiere. Acepto, porque de lo que ando detrás es de su palabra y de su visión de la edición en la Argentina en estos momentos de cambio de paradigma. Y me resigno a contrabandear desde la Red esta foto ahumada.

El mundo en el que floreció un proyecto como el de Fondo de Cultura ya no existe más. Lo sabemos algunos, lo intuyen otros, y no faltan quienes lo niegan agresivamente, decididos al degüello del mensajero.

ESTALLIDO DE LOS MAPAS

"Hay una tensión entre la territorialidad de los mercados y la universalidad de los derechos que un editor debe estar dispuesto a considerar y resolver. Detentar los derechos de un libro que sos incapaz de distribuir en según qué territorios te convierte en lo contrario de un editor, porque en lugar de difundir bloqueás la circulación de las palabras y las ideas." Así empieza su relato de por qué dejó un puesto envidiable en una editorial consolidada por un proyecto propio en tiempos de tribulación. Muy afectado por la crisis económica en España, un mercado que representaba el 65 por ciento de las ventas de la editorial que lleva su apellido, Katz no teme mirar la realidad a los ojos: "No sé si la editorial tiene un destino, pero tenía que probar. Sabía que tenía que hacerlo, me lo debía".

Para cualquiera de los que hemos trabajado en un grupo editorial grande, la autonomía de la que gozó Alejandro Katz en Fondo de Cultura es un lujo: de casi 700 contratos firmados a lo largo de 15 años, solo dos veces recibió presiones y, además, "en forma de observaciones amistosas". ¿Por qué te fuiste?, es la pregunta espontánea y, una vez lanzada, me doy cuenta de que tiene música de bolero. Lo ilustra con la historia de uno de los libros más queridos de mi biblioteca personal, Las grandes tendencias de la mística judía, de Gershom Sholem. "Teníamos los derechos mundiales, pero no lo distribuíamos en España. Jacobo Stuart se enamoró del libro y me propuso editarlo en Siruela. Llegamos a un acuerdo y se imprimió en su sello con un duplicado de las películas que habíamos usado en Buenos Aires." De manera que Alejandro Katz también fue editor de uno de los mejores libros de Siruela. "Esta situación se dio más de una vez, con otras editoriales que querían poner a disposición de sus lectores títulos que Fondo tenía en su poder y que, por la estructura territorial de los mercados, quedaban bloqueados. No solo se fue haciendo cada vez más difícil favorecer estas sesiones, sino que me producía cierta incomodidad. No es la función de un editor comprar derechos para su idioma y luego revenderlos territorio por territorio."

Así surgió Katz, la editorial, pequeña, ágil y con vocación panhispánica. Una vocación que se refleja en un catálogo universal en su concepción y en el tejido, menos visible y menos ameno, que le ha permitido tener una estrategia de distribución no centralizada. Para atenderla, Katz imprime indistintamente en España, en Argentina o en Uruguay. ¿En Uruguay? "Sí, cada vez más. Los precios son mucho más competitivos que en Argentina, la calidad es superior, y siempre entregan en fecha." ¿Y todo esto no significa un derroche de energías? "Un editor debe atender una doble vía. Ocuparse de lo local, de aquellas ideas que surgen y circulan exclusivamente en el ámbito de una región y atender también a un lector al que no se tiene en cuenta. Ese lector cuyo rasgo fundamental no es la territorialidad y que está atravesado, en cambio, por el tiempo en el que vive. Hay, para la edición y la lectura, espacios que ya no están ligados al territorio." La globalización, la libre circulación de los capitales, las nuevas tecnologías, la democratización y aceleración de las comunicaciones en tiempo real han dado nacimiento a este lector atravesado por el tiempo. Este lector, para Katz, se inscribe en el ámbito de las libertades negativas, tal y como las definió Isaiah Berlin.

"Hay una definición de libro a la que muchos siguen aferrándose. Es una definición caduca y falaz. Es la que hizo en su momento la Unesco. No nos sirve más." Para la Unesco, un libro es la reunión de un pliego de 24 hojas de papel, unidas por una encuadernación, que da como resultado 48 páginas de lectura. Todo lo que tenga esas mínimas características es libro, como también es libro lo que venga en varios tomos o en uno solo de mil páginas. "Esa definición tenía por objeto facilitar el paso de los libros en las aduanas. Pero con ese criterio, la guía telefónica es un libro." También, me digo, uno de sus objetos fue facilitar la unificación de estadísticas, ese espejo deformante. Entonces, pienso en el aquellarre de metadatos con el que se enfrentan cada día los geeks y los bibliotecarios encargados de poner orden en Google Books, esos millones de "libros" escaneados por el gigante de Internet. ¿Cuántos libros hay sobre el planeta? Hay muchos más de los que son.

LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS

"En la tensión entre lo local y lo no-local, las nuevas tecnologías han provocado un cambio abrupto. Antes, un editor debía ocupar el espacio físico para difundir sus libros. Hoy, esa presencia no es imprescindible. Desde otro ángulo, estamos otra vez ante el surgimiento de espacios no asociados a los territorios." En esta dislocación que Katz describe con la precisión de quien la ha vivido, "el lector tiene una conciencia de la utilidad del libro que pasa por sus intereses, no por la localización del objeto, y no encuentra una respuesta eficiente." Para este editor, en lo práctico, las nuevas tecnologías no lo ayudan en nada: "Han desatado expectativas no cubiertas y hay una gran desadecuación de la oferta". Uno se pregunta si eso no se resolvería cubriendo las nuevas expectativas desde la industria editorial, pero Katz ya ha saltado sobre una nueva pregunta no formulada: "Para que las nuevas tecnologías me sean útiles, tengo que encontrarles sentido en la historia del libro. El ejercicio intelectual que me he propuesto es retroceder a otro momento de cambio, a los años 30 y la aparición del libro de bolsillo."

Le digo que me hace acordar a Richard Nash, el editor de Cursor y gran esperanza blanca de la edición neoyorkina en este cambio de paradigma, pero no lo conoce. Las coincidencias, entonces, son esas que se dan entre gente atravesada por el mismo tiempo, uno de grandes sacudidas. 

El libro, tal y como lo concebimos hoy, no es el de Gutenberg, ni siquiera es el libro de la revolución industrial. Ese libro cuya vida unos quieres preservar porque creen en su muerte y cuya muerte inminente anuncian otros, el libro masivo, es un producto con el cual hemos convivido tan solo 80 años. Cuenta la leyenda que Allen Lane tuvo la idea de fundar Penguin mientras esperaba el tren en una estación de Londres. Las caras de aburrimiento extremo de la gente en los andenes le hizo pensar en qué buen servicio (y qué gran negocio) sería poner a su disposición, en esos momentos muertos, libros con contenidos calidad a un precio que no excediera el de un paquete de cigarrillos. Se fumaba mucho en los años 30 y se leyó también mucho desde la popularización de esta idea. Los nuevos libros, tal y como los concebía Allen, debían salir de las librerías e ir al encuentro de los lectores en los kioskos, en máquinas expendedoras, allí donde estuvieran. Una clara dislocación de la industria y su cadena de valor establecida. Se alzaron voces aun más airadas: era la muerte de la cultura occidental. 

"El libro de bolsillo contribuyó a la diversificación de la especie libro, a que surgiera una subespecie. Si hay algo que las nuevas tecnologías nos permiten, nos exigen, es a ver que el libro se está diversificando, fragmentando, en muchas subespecies. Hay contenidos que deben quedar fuera de la especie libro y esto genera mucha resistencia." No le faltan los ejemplos. "Los repertorios de información de doble entrada, como los catálogos o las enciclopedias, no son libros. Los hemos identificado con libros gracias a esa definición falaz de los pliegos encuadernados. Creo que Apple, por ejemplo, está haciendo mucho por obligarnos a pensar de otra manera. Mirá aquí", dice, empuñando su iPhone. Aparece el mapa de una guía de viajes. "Esto no es un libro, esto es una app y Jobs no permite que las apps sean llamadas libros. Para eso está el ePub y el iBookstore. Un ePub es un libro, electrónico sí, pero libro. Las apps son un nuevo género discursivo."


Para Katz, la aparición de lo digital permitirá, por primera vez desde Gutenberg, que dejen de considerarse libros lo que simplemente son formas del conocimiento. "La industria editorial ha forzado una interpretación demasiado atenta a lo que unifica los procesos productivos y no a lo que diversifica los contenidos, las motivaciones, todo lo que hace a la conciencia de necesidad del lector." Ese lector entra a una librería buscando, por ejemplo, un libro de Nicole Loreaux sobre la elaboración del olvido en la memoria de Atenas, y tiene que pasar sobre barricadas de libros de jardinería, de cocina, de guías de viaje, de novelas policiales, de agendas. "A cualquiera le parecería un disparate que existiera un lugar donde se comercializan todos los objetos que tienen en común el concepto de tracción. Una tienda donde vendieran coches, bicicletas, tanques de guerra y podadoras de césped. Sin embargo, eso es una librería hoy." Brillante y demoledor. 

Comentamos la coartada cultural de tantos y tantos editores para defenderse frente al cambio de paradigma, para conseguir subsidios, para detener los cambios que exigen los lectores familiarizados con las nuevas tecnologías, y no las tecnologías per se. "Los productos de la cultura que entran en la economía, ¿desde dónde se piensan? Una vez que han entrado en la economía, esos productos son mercancía." Esta conversación levantará ampollas, me digo. "Si los pienso como insumos, que es como debo pensarlos, enseguida me doy cuenta de que algo anda mal. Una novela policial, por ejemplo. ¿Cuál es la motivación de compra de ese lector? Que va a pasar el fin de semana en el country con su familia, que no aguanta a su suegra y que la trilogía Millenium le permitirá huir con un sano pretexto de situaciones incómodas o aburridas. Ya está. La novela policial, como insumo, se agotó en sí misma." Katz sigue diseccionando: "En cambio, un ensayo, pensado como insumo, no se agota de la misma manera. Alguien que compra un libro de antropología tiene otros usos para él. Por ejemplo, lo usará como fuente para otro libro que está escribiendo. O para la conferencia que está preparando. O para su tesis doctoral. Aunque la novela policial y el ensayo tengan páginas, cubiertas y lomos, no son la misma mercancía." 

"Y es la aparición de lo digital lo que nos permite hablar de esto."


LA REALIDAD REAL, COMO SI HUBIERA OTRA


Pero yo había ido hasta esa casona de Villa Ortúzar sin logos ni carteles, pintada en dos tonos de verde grisáceo, que me hizo pensar en las sedes de las "marcas secretas" que pueblan la última novela de William Gibson, con el objetivo de hablar de la industria editorial en la Argentina, que este año fue invitada de honor en la feria de Fráncfort. Debo dar un golpe de timón. 

¿Qué piensa Alejandro Katz de una industria dividida en dos cámaras del libro enfrentadas y con una incipiente fractura nueva en una de ellas? ¿Favorece esto el renacimiento de una industria editorial asolada en los 90 y casi disuelta con la crisis del 2001? "Ninguna de las dos cámaras tiene peso económico en estos momentos. Hay una capacidad de hacer lobby político e institucional desde la CAL (Cámara Argentina del Libro), pero aquí carecemos de los cuadros de los que dispone la Federación Española de Gremios de Editores. Y el lobby se hace desde la ideología, una ideología berreta que busca prebendas y subsidios." La editorial Katz está en la "otra" cámara, la de los "malos", la Cámara Argentina de Publicaciones. Me pregunto por qué, siendo un editor independiente local, ha terminado en compañía de los grandes conglomerados vistos con tanta desconfianza desde la CAL. "Cuando se produjo la división, yo estaba en Fondo de Cultura. Vos sabés qué significa Fondo de Cultura. Bueno, para la entonces la actual dirección de la CAL, esta editorial pública mexicana entraba en la bolsa sin fondo del 'imperialismo', lo que no deja de ser una miopía grave."

Muy bien, pero que me cuente más, porque si bien los argentinos son rápidos y ocurrentes para la descalificación del prójimo, una buena entrevista exige más que opiniones y las rupturas no suelen basarse exclusivamente en la ideología, que suele ser resistente pero sufre de indolencia congénita. "Vos no estabas aquí cuando la crisis del 2001. Aquello fue el caos. En medio del corralito, de la devaluación asimétrica, de los piquetes y los saqueos, nadie sabía dónde estaban sus libros. La mayor cadena de librerías del país hacía seis meses que no entregaba ninguna liquidación. No era que no pagaban, era que ni siquiera sabíamos cuánto debían. En esa desolación, un grupo de editores comenzamos a reunirnos en el edificio de la CAL. Había de todo. Estaba Planeta, pero también estaba la editorial argentina Sigmar y Riverside, que de extranjero solo tenía el nombre. Cúspide, Fondo de Cultura, Paidós, que todavía no había sido comprada por Planeta. Nos unió una necesidad sectorial, porque si dejábamos que los acontecimientos siguieran su curso, cerrábamos todos."

La palabra no le gusta, se le nota porque se revuelve en el sillón después de pronunciarla, pero lo cierto es que ese grupo de editores decidió "disciplinar" el mercado. Los llamaron el G12. "Si un librero no liquidaba los libros a cualquiera de los editores del grupo, el resto les retiraba todos sus fondos." En momentos duros, tipos duros. Suena razonable. Iban en serio. Pero la CAL no equivale a los gremios de editores tal y como los conocemos en España, en la CAL conviven editores, libreros y distribuidores en dulce montón, pegados con saliva por ese concepto vacío que recibe el nombre de libro. Y la demografía favorece a los libreros. Hubo unas elecciones, falló la lista única que proponía al decano de los independientes, Daniel Divinsky, para encabezarla y, en unas elecciones algo enrarecidas, ganó una lista apoyada por los libreros de los cuatro rincones del extenso desierto nacional. "El ganador fue Rogelio Fantasía", me cuenta, y casi me ahogo de risa. Pero, ¿quién es Rogelio Fantasía?, pregunto, escudándome en los largos años pasados fuera del país. "Uno de los tres yernos de Macchi, un editor de textos legales que se vendían en las universidades y que hace un tiempo quebró." No es fantasía, es la realidad real. 

Y se produjo la ruptura. 

¿Cómo se elaboran los grandes lineamientos del sector en estas condiciones? "No hay lineamientos; hay voracidad por un mejor acceso a las compras públicas. Aunque todos trabajemos con pliegos encuadernados, el librero y el editor tienen intereses contradictorios. Siempre fue así, en todas partes. No se pueden elaborar políticas sectoriales cuando en una misma entidad hay intereses enfrentados." Le pregunto por las perspectivas de reunificación y me contesta lo que todos los editores independientes sabemos: "Desde que tengo mi editorial, ya no me dedico a la política gremial. Somos cinco personas para publicar 28 títulos al año. Tenemos imprenta en Barcelona y en Montevideo. Mercados que van desde México hasta la Patagonia. Periódicos a los que enviarles las novedades en Madrid y en Santiago de Chile. No puedo dedicar una tarde a pasarme por la cámara."

La vocación extraterritorial de Alejandro Katz ha sido puesta a prueba por la crisis económica de los países centrales y, como es de los que miran de frente, no le asustan sus propios pronósticos. "Aunque España se recupere, nunca más llegaremos a las cifras de ventas anteriores a la crisis. Creo que esto vale para Katz y también para muchos editores con sede allá. El mundo de la edición está cambiando. Tendremos que vender menos cantidad de más mercancías, mercancías muy diferenciadas. No todos estarán preparados para ello."


Los árboles de Villa Ortúzar no son tan grandes ni frondosos como los de Palermo, pero dan sombra. Mientras camino hacia la parada del 39, me digo que alguien con una visión tan clara tiene derecho a una oportunidad. Conozco gente en Madrid que ha dejado de comprar sus libros, con pena, porque los presupuestos familiares se estrechan. Gente en Lima que no conoce su existencia. Y gente en Barcelona que lo admira, pero que ha leído muchos de los libros que publica en idioma original. Una editorial como Katz está en la encrucijada del tiempo de cambios que vivimos y su doble situación, a la vez precaria y vigorosa, nos urge a pensar en nuevos caminos.