viernes, 12 de noviembre de 2010

XX Congreso de Literatura Española Contemporánea

Con el título Literatura e internet. Nuevos textos, nuevos lectores, entre los días 15 y 19 de noviembre se celebrará en la Universidad de Málaga el XX Congreso de Literatura Española Contemporánea.

Esta nueva edición del congreso girará en torno a la incidencia que las nuevas tecnologías están teniendo no solo en la creación literaria, sino también en la recepción y la lectura de los textos. Se expondrán numerosas ponencias relativas a la literatura actual de nuestro país y, en particular, varias que tienen que ver con la literatura digital, como puede verse en el programa que se anuncia y que puede leerse aquí.
 
Javier Celaya, de Dosdoce, abrirá el encuentro con la ponencia titulada Nuevas formas de leer: del ebook a la nube. El día 17, Francis Ballesteros (director de proyectos de la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes) hablará de esta Biblioteca como herramienta clave para el estudio y difusión de las letras hispánicas. Habrá ponencias como la de  Laura Borrás, Nuevos lectores, nuevos modos de lectura en la era digital  y comunicaciones de Oreto Doménech, Sandra Hurtado o David Muiño. Es de destacar la presencia de ciberescritores como Antonio Rodríguez de las Heras, Leonardo Valencia, Eugenio Tiselli y Doménico Chiappe. Las jornadas se celebrarán en el Salón de Actos María Zambrano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad malagueña.
 
Entrada publicada originalmente en Literaturas electrónicas, por Juan José Diez

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Buenos Aires por escrito

El ciudadano, de Facundo de Zuviría

En 2011, Buenos Aires tomará la posta de Liublana como Capital Mundial del Libro. Esta capitalidad la encuentra en período de recuperación de su industria editorial, después de sucesivas crisis, pero muy lejos de su momento de gloria, al cual tanto contribuyeron los exiliados españoles que llegaron a la ciudad con la caída de la República. A esta elección ha contribuido, por cierto, la existencia de más de 700 librerías, que los porteños tienen a la vuelta de cualquier esquina.

Buenos Aires ha sido cantada por los poetas de la música popular y por los poetas de la élite; retratada hasta revelar su verdadero rostro por fotógrafos como Horacio Cóppola o Facundo de Zuviría; y transitada por cientos de personajes ficticios, encerrados en las páginas de la mejor literatura rioplatense. A las historias que hay en esas páginas quiere "hacerlas visibles" Hernán Lombardi, ministro de cultura el Gobierno de la ciudad, como "parte del desafío que, como Capital Mundial del Libro 2011, tenemos por delante." Y como el hombre está en las cosas, esa visibilidad se volverá arquitectura en cincuenta fragmentos que, como placas conmemorativas, se colocarán en los sitios reales frecuentados por la ficción. 

Prueba del surrealismo al que no renuncia, este fragmento de Alejandro Dolina, que se colocará en Parque Chas:

“Los taxistas afirman que ningún camino conduce a la esquina de Ávalos y Cádiz y que por lo tanto es imposible llegar a ese lugar.”

De su carácter acanallado, misterioso y cabulero, éste de Jorge Luis Borges:
“Ebrio de una piedad casi impersonal, caminé por las calles. En la esquina de Chile y Tacuarí ví un almacén abierto. En aquel almacén, para mi desdicha, tres hombres jugaban al truco."

O este otro, de Leopoldo Marechal:
“La excitación que me produjo aquella victoria fue tan grande, que desaparecí misteriosamente de la Dirección General. Tres días más tarde fui encontrado en un café de Paseo Colón, presa de una dulce borrachera y jugando al truco en compañía de tres marineros desconocidos…”

De la reconstrucción de su habla popular, uno de Manuel Puig:
“Yo la acompañaba a la salida de una clase que terminaba ya de noche, a pasar por el bar de Talcahuano y Tucumán, que siempre estaba ahí sentado el muchacho que la enloquecía. Con buen tiempo las mesitas quedaban en la vereda, pero con el frío, y frente al descampado de plaza Lavalle, inmensa, se veían nada más que las mesas pegadas a la ventana, y las caras de atrás del vidrio bastante empañado.”

Para las paranoias que genera, y con las cuales parecen vivir contentos sus vecinos, nada mejor que Roberto Arlt:
“Por la calle Chile bajó hasta Paseo Colón. Sentíase invisiblemente acorralado. El sol descubría los asquerosos interiores de la calle en declive. Distintos pensamientos bullían en él, tan desemejantes, que el trabajo de clasificarlos le hubiera ocupado horas.”
Para confirmar su naturaleza de Aleph devorador, un fragmento de Haroldo Conti:
“Así las cosas estaban otra vez en Florida y Corrientes, que es un lugar tan inmenso y a veces tan desagradable como el mundo.”
De El hombre que está solo y espera, de Raúl Scalabrini Ortiz, los ecos ya intelectualizados de "Man in the Crowd", de E. A. Poe:
“El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ritmo de las vibraciones comunes, un magnetismo en que todo porteño se imana, una aspiración que sin pertenecer en dominio a nadie está en todos alguna vez.”
El Sur como invención literaria en palabras de Julio Cortázar:
 “Mi novia, Irma, encuentra inexplicable que me guste vagar de noche por el centro o por los barrios del sur, y si supiera de mi predilección por el Pasaje Güemes no dejaría de escandalizarse.”
Y por supuesto, otra vez Borges, porque el Sur le pertenece en calidad de fundador:
 “Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme."
La colocación de las placas empieza el próximo viernes, 12 de noviembre, a las cinco de la tarde, en la esquina de Tucumán y Reconquista, donde está el bar La Escalerita al que, en los tiempos en que lo frecuentaba nuestro mal olvidado H. A. Murena, cuando la Facultad de Filosofía y Letras todavía estaba en la calle Viamonte, en el barrio de San Nicolás,  se accedía bajando tres escalones, por la entrada que daba a la bajada de la calle Reconquista. En La escalerita, por entonces, servían una sola marca de whisky, que no deja de ser otra ficción que le daba nombre a un brebaje peligrosísimo de fabricación local y al cual era aficionado tanto el filósofo y poeta como los periodistas de la desaparecida editorial Abril.

Me pregunto si Hernán Lombardi, al tomar esta iniciativa de colocar placas conmemorativas de lo que nunca ocurrió en fachadas y esquinas reales de Buenos Aires, era consciente del formidable ejercicio de metaliteratura con el cual inaugura las actividades que señalarán la Capital Mundial del Libro 2011.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Copiar, cortar y pegar


Quiero agradecer a Jose Afonso Furtado la pista que me llevó a este libro.

El próximo 15 de noviembre saldrá a la venta Tree of Codes, el último libro de Jonathan Safran Foer que es, en realidad, una lectura creativa de su libro favorito, Skeply Cynamonowe, de Bruno Schulz. Estos relatos se publicaron en inglés, en una colección que dirigía Philip Roth, bajo el título de The Street of Crocodiles. En castellano, el libro tuvo al menos dos títulos diferentes, según sus traductores lo vertieran del inglés o del francés. Así, la edición argentina, a cargo de Centro Editor de América latina, tiene por título La calle de los cocodrilos, mientras la que Seix Barral hizo en España en 1972 se titula, más cerca del original polaco, Las tiendas de color canela.

No hay peligro de duplicar traducciones ni títulos a cada lado del Atlántico con la obra de Safran Foer, sencillamente porque un palimpsesto al que le falta lo suprimido es intraducible. O no. Pero si hubiera algún valiente entre los editores hispánicos que la encargara, su resultado haría evidente que toda traducción es una obra nueva de principio a fin, sin necesidad de discusiones teóricas. No es esta la única noción cuestionada por Tree of Codes, que como todos los buenos títulos revela el programa mismo de la obra y de su autor.

Visual Editions cuenta, en su sitio, que el proyecto surgió de una serie de conversaciones con Safran Foer, en las cuales el escritor confesó su interés por experimentar con las técnicas de troquelado. Aunque al comienzo no tenía claro sobre qué original haría los cortes, terminó decidiéndose por ejercer la censura creativa sobre el libro de Schulz. Mientras él recortaba la historia, los editores ponían en marcha la producción, que no resultó fácil de llevar adelante. Prácticamente todas las imprentas rechazaron el trabajo, hasta que los belgas de Die Keure se entusiasmaron con la posibilidad de hacer un libro que exigía un troquel diferente para cada página.

Los desplazamientos de la escritura en el espacio, el cuestionamiento del libro como formato, el uso del troquel para la incisión incisiva no son una novedad. Empezaron con el Dadá, siguieron con los futuristas, y Oulipo las usó como juego y, al mismo tiempo, como restricción creativa. El ejemplo más famoso es el poemario (interactivo diríamos hoy) de Raymond Quenau, Cent mille milliards de poèmes:


Jonathan Safran Foer está lejos de formar parte de las vanguardias, que se acabaron con la Modernidad, y Tree of Codes aparece en un contexto de "muerte del libro". El título, nada inocente, se cuela en un momento en que muchos vendedores de pasta mecánica en forma de colecciones de bolsillo se llevan las manos a la cabeza y claman al cielo porque Internet amenaza el pilar de nuestra cultura, mientras un corifeo de gurus techno les hace el canto llano que anuncia la inminencia de esa muerte. Tree of Codes es una metáfora arquitectónica, muy posmoderna, de los códigos de la Red, y de los códigos que hacen a la Red, estampados y recortados sobre árboles muertos.

Al recortar y no reponer el texto original de Bruno Schulz, Safran Foer hace referencia a lo que todo estudiante practica para su tesina (y muchos académicos realizan con sus papers) gracias a la Wikipedia y a otras herramientas menos santas. Cuestiona la noción de autoría concebida como originalidad adámica. Hace de la escritura (y también del texto) pura performatividad. Y las ventanas que el troquel deja abiertas a palabras que aparecerán varias páginas más adelante y obligan al lector a una lectura activa e iterativa, de permantes elecciones entre ver, ignorar, incorporar, descartar para más adelante, borran de hecho las virtudes, tan elogiadas últimamente, de la lectura lineal "inmersiva". Por si esto fuera poco, Safran Foer ha ¿escrito? un libro cuyo único formato posible es el libro, aunque para ello le haya sido necesario descuartizarlo.