martes, 20 de julio de 2010

Bajo la piel de #Libranda



Todo tuvo, desde el comienzo, un extraño aire de familia. Una calidad de unheimlich digna de los cuentos de E.T.A. Hoffmann. Era como un dottore Dapertutto venido del pasado que da vuelta la esquina en la ciudad más inesperada, allí donde creíamos que no lo encontraríamos. Era como esos sueños en los cuales uno ve una película, con su final y todo, pero nadie puede detener el carrete y la película continúa; con los mismos actores en otros papeles; con otro argumento y el mismo final.

Era Libranda.

En realidad, no hice predicciones. Había estado antes allí


Ya el latinajo de su nombre me hacía acordar a Diversia, un emprendimiento faraónico nacido y muerto en la primera burbuja puntocom. En Diversia había una tienda que se llamaba Al coste, y en Al coste, una tienda de venta de libros online, y en la tienda de libros online, Manuel de la Pascua. Manuel de la Pascua era un desplazado del departamento multimedia de Anaya, allá por esos tiempos en que las grandes editoriales comprendieron que el cd-rom de los 90 no era negocio, como descubrirán, dentro de poco pero demasiado tarde, que los libros enriquecidos son un pozo sin fondo. Manolo era muy amigo de sus amigos. Uno de sus amigos era Nacho de Bustos, que fundó Newcomlab. Yo era una desplazada de mí misma y Manolo me llamó para que me ocupase de conseguir fondos de pretina alta para la librería de Al coste. Pero Diversia cerró antes de que me lo tomara en serio.

En el origen fue la palabra. La palabra de Andersen Consulting y de Forrester, que fueron a la burbuja puntocom lo que las agencias de clasificación de riesgos a la debacle económica de Argentina, Grecia y España juntas. Cuando comenzaron a elaborarse los informes de las dos consultoras sobre el futuro crecimiento exponencial de la lectura en pantalla, varias otras cosas sucedían en simultáneo. Microsoft había lanzado e impuesto el Windows CE, que dotó a las PDA de mayores capacidades multimedia. Palm y su Palm Pilot se convertían en un objeto cotidiano y varias empresas de hard-ware ofrecían otras PDAs con Windows CE incorporado. Si uno no tenía un PDA, descendía varios peldaños en la escala de valoración social y profesional. Pero en el momento en que los informes comenzaron a circular entre la gente del libro, la novedad era el Microsoft Reader, con sus archivos .lit y su doble clave pública de encriptación de 128 bits.

La adopción de los informes se repartió así: la editorial Planeta hizo del de Andersen su Biblia; el de Forrester cayó en manos de Anaya y, a través de Anaya, en las de Manolo de la Pascua, que vio en ellos una oportunidad. No era para menos: Forrester y Andersen prometían un mundo en el que los ebooks remplazarían a los libros, a los periódicos, a las enciclopedias, incluso a las fotocopias con las que los estudiantes saqueaban la propiedad intelectual. Esta fuente inagotable de riqueza y de progreso llegaría a su plenitud en un lapso de tres años. Recuerdo los gráficos, hoy llamados infografías, y eran de vértigo. Así nacieron, casi a la misma hora, la librería Veintinueve, de Planeta y Broadebooks, independiente. En Broadebooks hice mis pinitos en la realidad de los libros digitales.

Hubo muchísima improvisación por parte de todos. Planeta, para premiar al evangelista de la buena nueva, colocó al frente de Veintinueve a un controller de Anderson Consulting, que sabía mucho de pronósticos estadísticos y nada de libros, ni de editores, ni de agentes, ni de autores, ni de lectores, fuesen humanos o digitales. En Broadebooks, Nacho de Bustos fue el tercer socio y su contribución, la plataforma de distribución y el sitio web de la empresa, que se desarrolló en Newcomlab. Para hacer honor a la verdad, deberíamos decir que se remendó en Newcomlab, porque la plataforma de distribución de Broadebooks no era más que una adaptación defectuosa de la recientemente fenecida plataforma de Al coste, la tienda de venta de libros online de Diversia, aquel gigante malogrado.

Y ese aire de familia que me obsesiona desde el primer anuncio de Libranda, esa sensación de película ya vista, de historia ya vivida, de fracaso en ciernes, tiene el nombre de aquel emprendimiento ingenuo e improvisado: Broadebooks. Porque, bajo la piel de Libranda, bien maquillada por somms.net, se esconde la plataforma de distribución de Broadebooks, nuevamente tajeada y remendada, que Nacho Bustos desarrolló a comienzos de siglo desde Newcomlab, cuando la web 2.0 solo estaba en las cabezas de unos pocos adelantados. Y entonces nada de lo que ocurre con Libranda y su desconcertante experiencia de compra sorprende.


Para cuando Broadebooks lanzó su tienda Farenheit 451, en septiembre de 2002, ya me había distanciado del proyecto. No fue solo porque el nombre evocara un mundo sin lectura, donde las palabras exteriorizadas en escritura ya no eran comprendidas por nadie. No fue porque el nombre evocara la quema de los libros, los bomberos pirómanos, un mundo totalitario e idiotizado. Fue, fundamentalmente, porque nada de lo que podíamos ofrecer se parecía a lo que decíamos que ofrecíamos. En septiembre de 2002 ya estaba de vuelta en Barcelona y publicaba los dos primeros títulos, en papel, que comenzarían la andadura de Poliedro


¿Qué se propone de verdad Libranda cuando resucita de los muertos la fallida plataforma de distribución de Broadebooks? Reducir costes, desde luego. Pero, ¿a qué precio para el libro y su futuro se reducen esos costes corporativos? ¿O lo hacen porque no creen en Libranda? ¿O lo hacen para que los libros digitales sean la befa de lectores, autores y libreros durante otros diez años en los que sus mentores seguirán disfrutando de una posición dominante en los metros lineales de las librerías ahogadas por los demasiados libros que publican?


¿Podemos tomarnos en serio a Libranda?

sábado, 10 de julio de 2010

Si cumples 50 años, regala agua y regala un libro


Hoy es el cumpleaños de Seth Godin, el creador del concepto de marketing viral, empresario exitoso de la Red y autor de varios best-seller que han acuñado el concepto de "tribu" para los grupos con comunidad de intereses en Internet.
Para festejarlo, Godin ha colgado dos iniciativas en su blog.
La primera propuesta consiste en que, en lugar de hacerle regalos o enviarle buenos deseos, la gente pinche en un link que lo lleva a una página titulada MyCharity, donde puede hacer una mínima donación que garantizará agua potable durante veinte años a por lo menos dos habitantes de una aldea que carece de pozos o fuentes.
La segunda iniciativa también exige que uno pinche un link, esta vez a un pdf que es la versión "electrónica" gratuita de un libro suyo de 40 páginas, continuación y actualización de su famoso Linchpin.
Dos regalos. Uno exige compromiso; el otro es pura ganancia.
Me pregunto, al final del día, qué le dirán las estadísticas de su blog acerca de cuál de los dos hipervínculos fue más visitado por la tribu.

Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad


Fue difícil la negociación del contrato de Las bodas de la semejanza, sobre todo fue larga e incierta. Era el segundo título de John Boswell que publicaríamos en Muchnik Editores y seguíamos de cerca, a través de nuestro contacto en la University of Chicago Press, las continuas revisiones a las que el autor sometía el manuscrito. El email no formaba parte de la vida cotidiana por ese entonces y un día recibí la llamada de la encargada de derechos extranjeros, anunciándome que, muy a pesar de las prensas de la universidad, Boswell había decidido publicar con otro editor. Tuvimos que empezar de cero con una agente literaria a quien no conocíamos, pero no estábamos dispuestos a que la obra se nos escapara. Habíamos publicado unos años antes su clásico Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad. En aquellos tempranos años 90, la escena pública en España vibraba con la militancia cívica de gays y lesbianas que exigían ser reconocidos por la ley en pie de igualdad en su rica y creativa singularidad. Y la virtud de estos libros de John Boswell era que les daba carta de ciudadanía en una tradición a la que muchos pertenecían: la cristiana. Los anclaba en la historia y en el relato de Occidente.

El contrato finalmente llegó a nuestras oficinas de la calle Diputación, esquina Balmes. Abrí el sobre en mi despacho, que tenía un balcón lateral que daba sobre los jardines de la Universidad de Barcelona y una ventana con vistas al Seminario. Al cabo de los tres folios que reglamentaban las condiciones de la futura publicación, una firma garrapateada, sin estructura, una firma desde donde se expresaba un dolor infinito. Llamé a Mónica Tusell, que era mi alter ego editorial, y le pedí que me trajera el contrato anterior, el de Cristianismo. Miré una firma y la otra y le dije: "Mónica, John Boswell se está muriendo". Y era así: nunca llegó a revisar la traducción de Las bodas de la semejanza. Joven, en la plenitud de su producción intelectual, el historiador de Yale cayó víctima de la plaga que, por entonces, creíamos imparable. La editorial era una de las tantas que contribuía monetariamente con Actúa, una ong que hizo muchísimo por los los enfermos de sida y los portadores de VIH.

Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad nunca fue un best-seller, pero se transformó en uno de los puntos de apoyo teórico de un movimiento que, finalmente, logró el reconocimiento del matrimonio homosexual en España.

Esta mañana, en la revista Ñ, leo que un editor a quien respeto mucho, Alejandro Katz, se ha permitido el ligero esnobismo de publicar los Escritos políticos de Samuel Johnson, nombre indisolublemente ligado a otro John Boswell, el inventor de la biografía como género moderno. Estos escritos políticos de un dissenter londinense del siglo XVIII nos quedan muy lejos, por mucho que la comentarista Jorgelina Núñez trate de contextualizarlos, sin demasiado éxito. Y me pregunto, con la que está cayendo en la Argentina en estos momentos en que el Congreso discute, con toda la Iglesia en contra y casi sediciosa, la posibilidad de una ley que nos dé a todos los mismos derechos como ciudadanos, la ley de matrimonio homosexual, ¿no hay ningún editor argentino que se atreva a reeditar esta piedra de toque que es Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad? No tendrían que pagar grandes anticipos, la traducción está en poder de El Aleph, una editorial mortecina que no tendría inconveniente en cederlos por un módico precio, Bengt Oldenburg les cedería gratuitamente los derechos del diseño de cubierta, en el que utilizó el grabado de Albert Durero que ilustra este post.
¿Nadie lo hará? Yo no puedo, porque no tengo ninguna editorial.

Y si, por si nadie se atreve a publicar, que es la manera en que los editores formamos parte de la cosa pública, aquí hay un enlace a los contenidos del libro.
Porque solo podemos cambiar el futuro cuando sabemos que ese futuro está anclado en nuestra historia.

jueves, 8 de julio de 2010

Vindicación de la piratería


Dedico este post a Rogelio Blanco y a Jack Sparrow

Cuando España toda y el ámbito de la lengua a ambas márgenes del Atlántico se aprestaba a la celebración acartonada, que se les reserva a los clásicos, del IV Centenario del Quijote, José Antonio Millán y yo preparábamos, para la difunta editorial Poliedro, una insolente edición de lujo del Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda. Entre las personas que entendieron esta broma erudita se contó Manuel Seco, que a su publicación nos envió sendos tarjetones de ánimo, escritos con su letra mínima, que se asemeja a hormigas pensantes.

Porque, guste o no, los Quijotes son tres y, sin el de Avellaneda, la segunda parte del de Cervantes no habría sido lo que es. En el prólogo a esta edición (hoy ni siquiera presente en la base de datos del ISBN español), Millán intentaba "ser la voz de un lector de Cervantes y de otros autores del Siglo de Oro que propone al lector actual algunas vías de acceso a una obra que está en el centro de un complejo mundo de tensiones históricas y literarias". De algunas de estas tensiones, en cuyo eje está el oficio de la imprenta, y de sus metástasis digitales trata este post.

Las palabras "pirata" y "piratería", en el sentido en que las usa hoy alguien como Rogelio Blanco, son anglicismos, muy a pesar de sus insospechables antecedentes indoeuropeos, que nos son comunes. El primer idioma europeo en que surge la palabra "pirata" aplicada al supuesto robo de las producciones del ingenio es el inglés. El neologismo aparece por primera vez de la mano del poeta John Donne, en la construcción "wit-pyrat", en 1611. Donne, sin embargo, acuñó la expresión con un sentido todavía clásico, sin referencias a las prácticas comerciales sino al plagio personal. Esas obras tenidas por espurias estaban, gracias al éxito de la imprenta, en condiciones de reproducirse y distribuirse, erosionando así en parte la autoridad del autor primero, autoridad que es también una consecuencia secundaria de la imprenta.Tendría que pasar buena parte del siglo para que esta feliz ocurrencia de Donne se independizara de su primer componente (wit/ingenio) y se transforma en uno de los pilares de la doctrina anglosajona del copyright. Será la generación de Daniel Defoe, y con especial recurrencia en este autor empresario de sí mismo, siempre endeudado y perseguido por sus bancarrotas, la que imponga los términos "pirata" y "piratería" para denunciar prácticas comerciales que ya no solo erosionaban la autoridad sino, y especialmente, el patrimonio eventual del autor y su editor. No olvidemos que Defoe solía pagar sus cuantiosas deudas con escritura. Con excelente escritura, además. 

El desarrollo que estas nuevas prácticas tecnológicas tuvieron en nuestra tradición castellana no fue por los cauces del derecho. Tres años después de que Donne se quejara de los imitadores con el neologismo wit-pyrat, un autor español a quien seguramente Cervantes conocía, decidió apropiarse de un personaje bastante popular, Don Quijote, y escribir una obra que hoy encasillaríamos en el género del fan-fiction, el Quijote apócrifo, y burlar las buenas costumbres establecidas por las cofradías de impresores y libreros dotando a su obra de un falso pie de imprenta, para que fuera imposible rastrear sus orígenes. La singularidad específica de nuestra lengua en el trato con las tensiones desatadas por el nuevo medio, el libro impreso, resultó en la primera novela moderna, porque el Quijote merece su condición de monumento, entre otras cosas, a que todo su imaginario está organizado como una aguda reflexión sobre la galaxia Gutenberg, la nueva tecnología que exigía nuevos modos de creación.


Posiblemente nadie como Cervantes haya entendido, en su época, el profundo cambio que la popularización de la imprenta implicaba para la creación literaria. El primer Quijote, el de la primera parte, es un personaje enajenado por la lectura "literal" de la letra impresa. El segundo Quijote, agraviado por ser sujeto de proezas que nunca realizó, organiza su tercera salida con el clarísimo objetivo de llegar a la imprenta de Barcelona donde se habría puesto en letras de molde su falsa biografía. Y en esta respuesta a la ingeniosa "piratería" de Avellaneda, se escribe la novela sobre la cual se fundará toda la producción literaria europea de la modernidad.

En una conferencia interna para los desarrollores de Google, que tuvo lugar la pasada primavera boreal, Vint Cerf sacó el tema del copyright, uno de los dolores de cabeza mayores del proyecto Google Editions. Está disponible en YouTube y se puede acceder a ella por el enlace anterior. Recomiendo dedicarle los 80 minutos de atención que exige conocerla en su totalidad, pero aquí solo subrayo lo siguiente: Cerf destacó que toda la doctrina del copyright se basaba en unos objetos físicos y estáticos, reproducidos en un lugar específico. En resumen, que el copyright protege objetos del mundo analógico y que frente a esta nueva Xerox planetaria que es Internet hay que pensar en nuevos conceptos para la protección de las creaciones del ingenio. Que de nada vale trasladar conceptos del siglo XVII a una realidad que no se le parece en nada y que, para colmo, está en permanente construcción. Agrego que, además, la obra literaria que dé cuenta de ella, el Quijote de nuestro tiempo, todavía no ha aparecido, aunque creo que está haciendo sus pinitos en experiencias como las de SecondLife o FarmVille.

Hay un libro, Piracy. The Intellectual Property Wars from Gutenberg to Gates, de Adrian Johns, publicado por University of Chicago Press, disponible en su edición de papel y en versión para Kindle, del cual se pueden consultar varios capítulos en Google Books, que resulta de imprescindible lectura para encarar este tema acuciante de la industria editorial con conocimiento de causa. Entre otras cosas, allí aprendemos que los derechos de propiedad de los autores nacen de una revuelta contra la doctrina del copyright, que solo beneficiaba a una editores convertidos en oligarquía alrededor de sus gremios. Y también nos informa del enorme valor económico de la piratería en los momentos de cambio de paradigma. Valor económico de progreso, no de hurto. Para algunos de estos conceptos de Adrian Johns en español, lo mejor es ir al blog del Partido Pirata Argentino, donde se han tomado el trabajo de traducirlos.

Otro libro de capital importancia sobre el tema ha aparecido en estos días de la mano de Alejandro Katz y su editorial. Se trata Crímenes de la razón, del premio Nobel de Física Robert B. Laughlin, algunos de cuyos criterios se pueden leer en Queequeg, mi otro blog, en el post "La propiedad intelectual de las mentes peligrosas". Y, por coincidencias del destino o de profundas coincidencias de intereses intelectuales, recomiendo también el post que publica Libros y bitios sobre el tema, bajo el título "Junto al volcán".

viernes, 2 de julio de 2010

Y lloró Jesús


No sé nada de Mike Cane, excepto que vive en Satan Island, NY. Esto es lo que declara en su perfil de Twitter. También sé que abandona sus blogs periódicamente y abre otros nuevos, que muchas veces vuelve a abandonar. Que sus blogs abandonados son deshechos de la red que algunos seguimos visitando y escarbando en busca de inspiración. Y que escribe como los ángeles caídos.

Mike y yo apenas hemos tenido algún que otro intercambio epistolar. Él sostiene que los ebooks bobos deben morir. Yo, en cambio, sostengo que los ebooks no pueden morir pues no existen. Pero sus ebooks bobos y mis ebooks inexistentes son una y la misma cosa. Los ebooks bobos de Mike Cane bien podrían ser ebooks mudos. Y de lo que no existe ya sabemos que calla.

En posts anteriores, y tan temprano como en 2002, he sostenido la importancia de los metadata para que todo lo contenido en los libros (el 85 % del saber archivado por el hombre, contra el 15 % que hoy encontramos en la Red) sobreviva. Y he dicho una y otra vez que es la sociedad de redes la que le está exigiendo a la palabra volverse líquida para entrar en los flujos de una economía global construida en base a metadata. No es la palabra la que se niega a esta transformación, sino quienes la detentan. Lo hacen a través de estrategias que llevan el nombre de plataformas propietarias, sean los app-books del censor Steve Jobs o las torpezas encaradas por Libranda. Lo que obtienen como resultado son productos risibles, libros mudos, imitaciones de la página bidimensional o, peor aun, de los fracasados CD-Rom de los años 90. Y después dan entrevistas a la prensa en las cuales se ríen de lo que ellos mismos construyen.

Este post será largo, porque reproduciré aquí las 81 etiquetas que Mike Cane ideó como punto de partida para que los ebooks dejen de ser bobos, mudos, inexistentes. Las 81 etiquetas que salven a los libros de los editores. Quien llegue al final de la lista sin perder la fe, puede considerarse un editor del futuro.

Lo que Mike describe a continuación es una oración de tres palabras:

Y lloró Jesús.

Estas tres palabras contienen más información de la que la mayoría de la gente (y de los editores) imaginarían. Y es ésa la información que debe ser extraída: la información oculta que constituye el basamento de lo que ha de ser un ebook. Lo que la sociedad de redes le exigirá que sea. Ni Mike Cane ni yo somos especialistas en markup y lo que se propone aquí es un boceto de los fundamentos.

Y lloró Jesús.

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Si esta es la información que necesitamos proporcionarle a las máquinas para que aprendan a leer tres palabras, ¿cuántas harían falta para que pudieran leer un párrafo entero?

Los que abandonaron la lista de etiquetas cuando llegaron a la caracterización de la galaxia no pasarán la prueba para ser los editores del futuro, porque no han entendido que el etiquetado también puede servir para un libro de astronomía. Ni tampoco han entendido que si el personaje fuera el etiquetado también serviría para catalogar un libro de ciencia ficción.

Toda esta información oculta que se vuelve explícita es la que transforma un ebook inexistente en un ebook. De objeto digital bobo a objeto inteligente. Pero es más, también es posible, a partir del etiquetado, relacionarlo con otros objetos similares de formas que hoy no son posibles y, además, los convierte en objetos "buscables" (y hallables) en la infinita Red. Un etiquetado de esta naturaleza permitiría al lector hacer búsquedas como éstas:

Todos los libros de suspense ambientados en Los Ángeles en 1945.


Todos los libros de ficción ambientados en Marte en cualquier año, publicados entre 1940 y 1960.


Todos los libros con el Cid Campeador como personaje ficticio.


Todos los primeros párrafos de todos los libros publicados en el mes de mayo de 2009.

Y un largo etcétera.

Hoy, como lo demuestra la entrevista con 4 editores mitológicos (y no tanto) que se cita más arriba, la jerarquía de la edición termina, justamente, en el editor. No más tarde que hoy, la editora de Barataria, durante el Seminario de ARCE sobre la edición cultural y su salud (o falta de salud) en España, se erigía en el pináculo de esa estructura jerárquica: "El editor no puede delegar nada", decía, relacionado con el alma y la misión de la editorial. Pero si los libros han de sobrevivir, serán estos metadata sus billetes de entrada a la vida de la información que se guarda en las bases de datos. Y esos metadata no los manejan los editores; los manejan los geeks. Serán los geeks quienes establezcan los estándares que permitan a la palabra entrar en la sociedad de redes y no quedar rezagada en la inmovilidad arquitectónica de la página impresa o, lo que es peor, en la inmovilidad del travestismo digital de Libranda.

La creación de estos metadata es costosa, implica mucho trabajo y mucho tiempo. Pero también es verdad que su valor se acrecienta con el tiempo. Más aun, se acrecienta con el acrecentamiento de la información así vertida. No como sucede ahora, que los demasiados libros le han quitado valor cultural, intelectual y de mercado a los mismos libros. Los metadata serán un negocio de muchos miles de millones de dólares. Y, por lo que vemos, no será un negocio de estos editores.

Y del lado del lector, el libro así digitalizado pasa a tener un valor que no el cero que hoy le atribuyen tanto los escépticos de la Red como los iluminados de la tecnología. Porque ese libro también será un billete, un billete valiosísimo al saber que nos hace humanos.

¿Y han pensado quién sabe hacer que la información haga cosas, que hable, que no sea muda? Sí, ellos. Todavía nadie ha hablado en serio de Google Editions.